- Sociedad
- 29.01.2016
PROYECTO PLATO LLENO
Recuperan comida para comedores
Un grupo de amigos recupera comida no consumida en eventos y la reparte en comedores.
Sábado a la medianoche, un grupo de ocho voluntarios se reúne dispuesto a pasar toda la madrugada salvando alimentos. El desafío que se proponen es llegar a los 300 kilos. Ellos forman parte del Proyecto Plato Lleno, que busca recuperar la comida que no llega a ser consumida en eventos y que usualmente termina en la basura.
¿Cómo funciona? Entran en plena fiesta, embalan lo que se cocinó y no fue consumido, y lo llevan directo a instituciones sociales para que lo repartan cuanto antes o lo freezen para entregar más tarde.
La idea surgió de una charla entre amigos, Alexis Vidal y Paula Martino se habían juntado a tomar un café y terminaron creando esta iniciativa que ya lleva rescatados 24.000 kilos de comida, lo que equivale a 48.000 platos.
“En 2005 tuve un servicio de catering y tiraba mucha comida. Y pensaba cómo podía ser que nadie hiciera algo con este tema”, explica Vidal a La Nación, mientras espera que el encargado del evento los autorice a entrar.
“En octubre de 2013 hicimos el primer rescate, en el Teatro San Martín, y eran brownies y medialunas. No podíamos creer lo fácil que era. Venían en cajas y lo único que hicimos fue juntarlas y repartirlas en un comedor. ¿Cómo alguien no lo había hecho antes?”, se pregunta Vidal.
En el estacionamiento de un salón de eventos de zona norte, los voluntarios matan el tiempo contando anécdotas de rescates pasados, que ya suman 237. A la 1 de la mañana ingresan a la primera cocina. Los voluntarios visten delantal, gorro, guantes y barbijo. Las reglas son muy claras: para los alimentos secos se usan unos guantes que después son renovados para manejar los húmedos; no se guarda nada que tenga mayonesa, tomate, pescado, crema y nada de la mesa dulce; cada bandeja tiene que ser llenada con un único alimento.
Carne, pollo, arroz, bocaditos, papas noisette, milhojas de papa, tacos, fajitas, dados de salmón cocido. Todo lo que sobró del “bandejeo” va de una mano a la otra en una gran cadena humana: unos sacan la comida de las bandejas de la cocina y la ponen en las bandejas de plástico descartable; otros le ponen el film y los últimos lo guardan en los tuppers grandes de plástico.
Los voluntarios son parte de la trastienda de la fiesta. De la adrenalina del servicio de catering. Comparten el lugar con los ayudantes de la cocina, los mozos y los lavaplatos. Ruidos de vajilla, calor sofocante, música de fondo, un hormiguero de gente que entra y sale para atender a los invitados. Adentro, explota la fiesta.
La explosión de este proyecto, que como bien dice su fundador se dio porque “la premisa de respetar el alimento y evitar que la comida se tire es tan clara que nadie puede estar en contra”, hizo que ya tenga sucursales en Mendoza, Posadas y La Plata. Trabajan con 45 comedores de la Ciudad de Buenos Aires y Gran Buenos Aires, y tienen 90 en lista de espera. Además tienen cerca de 50 voluntarios activos, 100 anotados y más de 25.000 fans en Facebook.
“Hace un año que soy voluntaria. Siento que puedo ser útil, recuperar la comida, respetar el trabajo de quien la cocina y cuidar los recursos. Esto te abre la cabeza, te ayuda a valorar lo cotidiano, a salir del egocentrismo en el que solemos estar”, explica Florencia Soria a La Nación.
En media hora terminan de embalar la primera cocina. Y así siguen, con el mismo pasamanos solidario hasta las 3 de la mañana. El tesoro que se carga en el auto es de más de 300 kilos de comida.
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