¡Internas, a las ricas y calentitas internas peronistas!

Hasta diciembre. Ahí, gane o pierda el FPV, el partido será otro.

El peronismo argentino va a hacer en poco más de dos meses algo que nunca hizo: definir la sucesión de un presidente (presidenta) en ejercicio, que tiene popularidad alta pero no posibilidad de re-reelección, mediante internas. (Hubo internas entre Carlos Menem y Antonio Cafiero, por supuesto, pero en ese momento el peronismo estaba en la oposición y tampoco Cafiero tenía la hegemonía que todavía conserva CFK.) No sólo se dirimirá el sucesor sin “dedazo”, sino que el peronismo--aquel de los violentos enfrentamientos internos,de las operaciones y boicots que incluyeron el crimen de José Luis Cabezas--se apresta a decidir la sucesión de CFK en internas abiertas.

Este escenario inédito se presentaba con varios candidatos dispuestos a disputar el cargo de candidato presidencial pero, luego de un pedido público de “humildad” de la presidenta, la oferta decantó hasta culminar en dos y sólo dos precandidatos: Daniel Scioli por un lado y Florencio Randazzo por el otro. Frente a frente. Como en la película, de ellos dos sólo puede quedar uno.

No sabemos, por supuesto, cuál será el resultado de las PASO y sospechamos que los actores políticos tampoco están seguros de cómo se “juega” el partido con estas nuevas reglas. Frente a esto, se multiplican las especulaciones: ¿si gana Scioli, los votantes de Randazzo lo votarán en la general o se quedarán en su casa? ¿Si gana Randazzo, Scioli se llevará sus votos a otra parte? ¿Ungirá Cristina Fernández de Kirchner a uno de los candidatos como su sucesor preferido?

Veamos el primer interrogante. Sabemos que hacer predicciones es muy difícil, sobre todo acerca del futuro,  pero si extrapolamos el resultado de compulsas anteriores es posible aventurar que los votos del que pierda en las PASO en agosto no se van a ir a ningún lado en octubre. Esto tiene que, primero, con que hasta ahora el ganar las PASO no se asoció en ningún caso con pérdida de votos posterior, sino más bien con diferencias aún más amplias con el segundo (esto sucedió en Salta, en donde Urtubey amplió su ventaja del 47% al 51%); segundo, se sigue de las características propias del núcleo de votos kirchnerista. Si pensamos que en las PASO votará sobre todo ese 30-32% que vota al kirchnerismo “en las buenas y en las malas mucho más”, estamos hablando de un núcleo de votantes sumamente identificados con el FPV y que hace tal vez doce años que no votan otra cosa. Resulta muy difícil, sino imposible, pensar que, por más desencantado que resulte por la derrota, un votante convencido de Randazzo decida privar al candidato orgánico del FPV de su voto en la general para volcarlo a Macri, Massa o Stolbizer--tres candidatos absolutamente opositores. Pero hay otro factor. Ayer el consultor de opinión pública Gustavo Córdoba reveló un dato importante: el 84% de los votantes del FPV declaraba que el apoyo de CFK a uno de los dos candidatos “le daría más ganas de votarlo”. Se vuelve así igualmente imposible pensar que el simpatizante del candidato derrotado ignore un llamado personal (que seguramente existirá) de la presidenta a votar al FPV en octubre.

Eso sin mencionar otra cosa: la mayoría de los simpatizantes de Scioli y de Randazzo son, al final del día, peronistas, y como sabemos para el peronismo ganar no es lo primero, es lo único. La posibilidad de que votantes peronistas se nieguen a sí mismos la participación en una (eventual) victoria del FPV en octubre es poco menos que impensable. Además, es notorio que en el peronismo el victorioso corre en ayuda del perdedor: si los más notorios miembros de la Renovación peronista se transformaron en ministros de Carlos Menem, ¿por qué habríamos en una diáspora de kirchneristas derrotados? ¿Y hacia dónde irían?

El segundo interrogante, que tiene que ver con lo que hará Cristina, es más difícil de pronosticar. Pero--a riesgo de que la realidad desmienta esta columna en cualquier momento--puede aventurarse que Cristina Fernández no va a optar abiertamente ni por Scioli ni por Randazzo antes de agosto. Habrá, sí gestos hacia uno u otro; actos y fotos que serán distribuidos a conciencia entre ambos. Pero no habrá una declaración que diga “éste es mi candidato”.

El cálculo estratégico parece bastante claro. En el momento en que CFK diga “éste es el mío” es claro que el otro se transforma en “el que no es el mío”. Mientras que hoy por hoy tanto Florencio Randazzo como Daniel Scioli  dicen “yo soy el de Cristina”. ¿Por qué Cristina Fernández de Kirchner expulsaría de la identidad kirchnerista a una pluralidad significativa de los votantes del FPV? Más aún dado que, aunque uno puede sospechar cuál le resulta más cercano, ni Scioli ni Randazzo son kirchneristas “de la mesa chica”. A CFK le conviene tener a ambos precandidatos lo más cerca posible de aquí al traspaso de mando--tal vez ganaría algo ubicando a uno más cerca, pero el costo pagado en términos de expulsar a otro sería también importante.

Además de que, por supuesto, si CFK apuesta fuerte a que gane uno de ellos se expone pero eso mismo a que su candidato pierda, mientras que ahora ella se encuentra en casi la mejor posición posible: nombrada y respetada por ambos contendientes, sin competir ella misma, participará de la victoria de cualquiera de los dos.

Hasta diciembre. Ahí, gane o pierda el FPV, el partido será otro.

 


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