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- 13.05.2015
Discutamos Tinelli y bailemos como si fuera 1999
La noticia principal de la noche sin embargo no fue ni la coreografía ni el decorado sino la participación en el programa de tres precandidatos candidatos presidenciales: Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa, que participaron, junto a sus respectivas esposas, en un sketch con imitadores.
Anteayer Marcelo Tinelli regresó, una vez más, con su imbatible programa de ¿entretenimiento? Showmatch. Este tuvo (dicen) 800 personas en escena, invitados a granel y al conductor vestido de un traje de falsa (o una espera que sea falsa, al menos) piel de serpiente; (tal vez Tinelli esperaba evocar el icónico look de Sailor de Wild at Heart de David Lynch, al mismo tiempo asumió cierto riesgo de hacernos recordar a Zoolander). La noticia principal de la noche sin embargo no fue ni la coreografía ni el decorado sino la participación en el programa de tres precandidatos candidatos presidenciales: Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa, que participaron, junto a sus respectivas esposas, en un sketch con imitadores.
Y así como de repente todo el mundo discutía a Tinelli. El día anterior Marcelo Tinelli había hecho olas afirmando “Cristina es una muy buena presidenta”. La ensayista Beatriz Sarlo publicó una columna de opinión que lamentaba la concurrencia de los principales precandidatos a su programa, afirmaba que esto habla de una era de la “desfachatez política” y diagnosticaba la falta de entusiasmo y grandes ideas de esta campaña. Sin embargo, al día siguiente Margarita Stolbizer (la candidata más representativa del espacio y la tradición progresista) sorprendió al quejarse públicamente por no haber sido invitada por Tinelli; el conductor, ni lerdo ni perezoso, respondió convocándola, a lo cual Stolbizer respondió con un tweet diciendo que ella no iba a ir pero que había protestado porque “como mujer es celosa y demandante.” (Extraña manera de defender la equidad de género asumiendo los peores estereotipos sobre la insoportabilidad de las mujeres, por otra parte). Florencio Randazzo hizo público su rechazo a participar y prefirió mostrarse en una prueba nocturna de trenes; su expectativa era tal vez, el gesto de Néstor Kirchner cuando no participó de Showmatch en 2009.
Y súbitamente no podemos evitar la sensación de que, como en un cuento de hadas, alguna influencia mágica nos durmió imperceptiblemente y cuando nos despertamos nos damos cuenta de que retrocedimos quince años y estamos de vuelta en 2001. Más específicamente, estamos en el día siguiente a la visita de Fernando De La Rúa a Marcelo Tinelli. Ese día, luego de que la noche anterior el presidente intentara salir por una puerta falsa de una escenografía y confundiera el nombre de la esposa del conductor, el vocero presidencial Juan Pablo Baylac salió a criticar la “tinellización” de la política. Pero claro, ésta crítica sólo se dió luego de que un presidente en ejercicio fuera a bromear a la tele. Como hoy (o como siempre) la pulsión por criticar la mezcla que hace Tinelli de política y espectáculo convive con (y se alimenta de) la pulsión por estar ahí, aparecer, por intentar operar al operador.
Las discusiones normativas, es decir, si está bien o mal que se haga política en un programa de TV, no son ilegítimas. Pero en cierto sentido son fútiles, porque hace por lo menos quince años que Tinelli hace política dentro de la tele tanto como fuera de ella. Ni Tinelli ni su programa, luego de más de veinte años en el aire, son sólo “espectáculo”: es más adecuado decir que Tinelli le agrega televisión a la política que decir que le agrega política a la televisión. El carácter político del programa de Tinelli es un datum, un hecho de la realidad argentina al cual se enfrentará necesariamente todo candidato y candidata nacional más o menos de peso. ¿Cuál es la mejor estrategia para resolver “el factor Tinelli”? Tal vez ninguna. Se lo puede halagar para estar en su buenos favores, como hizo De La Sota; puede uno negarse a ir a su programa y escandalizarse, como hace Randazzo; puede uno inclusive enfrentarse con él abiertamente, como hizo este gobierno. No queda claro cuál es el mejor curso de acción; probablemente no lo sea ninguno, y en todo caso tampoco es tan importante. Si así fuera Marcelo Tinelli manejaría Fútbol para Todos, Martín Insaurralde sería candidato de unidad a la gobernación de la Provincia de Buenos Aires y Sergio Massa estaría primero en las encuestas.
Y tampoco es, por cierto, tan novedoso. Sorprende en los análisis del fenómeno de la Tinellización cierta nostalgia. Porque si ver a los candidatos intentando proyectar alegría cuando un imitador le pone una mano encima a su esposa no gusta, se hace un poco difícil recordar en qué momento habríamos vivido una época de oro en la que todos decidíamos nuestro voto leyendo proclamas públicas y debatiendo sesudas plataformas partidarias en bares nocturnos mientras tomábamos tazas y tazas de café y cuando la televisión no tenía impacto en la estrategia política. Seguramente esta edad de oro no tenía lugar cuando Bernardo Neustadt tuvo que tomarse unos días por una cirujía y lo reemplazó en su programa el presidente en ejercicio. Y tampoco antes, cuando se decía que el imitador Mario Sapag había sido el responsable de presentar a Carlos Menem a las masas. Tampoco antes, cuando Pinky y Raúl Lavié conducían programas para recaudar fondos para la guerra de Malvinas.
Estamos en 2015. La televisión, toda ella, en todos lados, es política. Marcelo Tinelli lo entiende bien y por eso permanece donde está, el problema, en todo caso, no es él sino nosotros.
Y así como de repente todo el mundo discutía a Tinelli. El día anterior Marcelo Tinelli había hecho olas afirmando “Cristina es una muy buena presidenta”. La ensayista Beatriz Sarlo publicó una columna de opinión que lamentaba la concurrencia de los principales precandidatos a su programa, afirmaba que esto habla de una era de la “desfachatez política” y diagnosticaba la falta de entusiasmo y grandes ideas de esta campaña. Sin embargo, al día siguiente Margarita Stolbizer (la candidata más representativa del espacio y la tradición progresista) sorprendió al quejarse públicamente por no haber sido invitada por Tinelli; el conductor, ni lerdo ni perezoso, respondió convocándola, a lo cual Stolbizer respondió con un tweet diciendo que ella no iba a ir pero que había protestado porque “como mujer es celosa y demandante.” (Extraña manera de defender la equidad de género asumiendo los peores estereotipos sobre la insoportabilidad de las mujeres, por otra parte). Florencio Randazzo hizo público su rechazo a participar y prefirió mostrarse en una prueba nocturna de trenes; su expectativa era tal vez, el gesto de Néstor Kirchner cuando no participó de Showmatch en 2009.
Y súbitamente no podemos evitar la sensación de que, como en un cuento de hadas, alguna influencia mágica nos durmió imperceptiblemente y cuando nos despertamos nos damos cuenta de que retrocedimos quince años y estamos de vuelta en 2001. Más específicamente, estamos en el día siguiente a la visita de Fernando De La Rúa a Marcelo Tinelli. Ese día, luego de que la noche anterior el presidente intentara salir por una puerta falsa de una escenografía y confundiera el nombre de la esposa del conductor, el vocero presidencial Juan Pablo Baylac salió a criticar la “tinellización” de la política. Pero claro, ésta crítica sólo se dió luego de que un presidente en ejercicio fuera a bromear a la tele. Como hoy (o como siempre) la pulsión por criticar la mezcla que hace Tinelli de política y espectáculo convive con (y se alimenta de) la pulsión por estar ahí, aparecer, por intentar operar al operador.
Las discusiones normativas, es decir, si está bien o mal que se haga política en un programa de TV, no son ilegítimas. Pero en cierto sentido son fútiles, porque hace por lo menos quince años que Tinelli hace política dentro de la tele tanto como fuera de ella. Ni Tinelli ni su programa, luego de más de veinte años en el aire, son sólo “espectáculo”: es más adecuado decir que Tinelli le agrega televisión a la política que decir que le agrega política a la televisión. El carácter político del programa de Tinelli es un datum, un hecho de la realidad argentina al cual se enfrentará necesariamente todo candidato y candidata nacional más o menos de peso. ¿Cuál es la mejor estrategia para resolver “el factor Tinelli”? Tal vez ninguna. Se lo puede halagar para estar en su buenos favores, como hizo De La Sota; puede uno negarse a ir a su programa y escandalizarse, como hace Randazzo; puede uno inclusive enfrentarse con él abiertamente, como hizo este gobierno. No queda claro cuál es el mejor curso de acción; probablemente no lo sea ninguno, y en todo caso tampoco es tan importante. Si así fuera Marcelo Tinelli manejaría Fútbol para Todos, Martín Insaurralde sería candidato de unidad a la gobernación de la Provincia de Buenos Aires y Sergio Massa estaría primero en las encuestas.
Y tampoco es, por cierto, tan novedoso. Sorprende en los análisis del fenómeno de la Tinellización cierta nostalgia. Porque si ver a los candidatos intentando proyectar alegría cuando un imitador le pone una mano encima a su esposa no gusta, se hace un poco difícil recordar en qué momento habríamos vivido una época de oro en la que todos decidíamos nuestro voto leyendo proclamas públicas y debatiendo sesudas plataformas partidarias en bares nocturnos mientras tomábamos tazas y tazas de café y cuando la televisión no tenía impacto en la estrategia política. Seguramente esta edad de oro no tenía lugar cuando Bernardo Neustadt tuvo que tomarse unos días por una cirujía y lo reemplazó en su programa el presidente en ejercicio. Y tampoco antes, cuando se decía que el imitador Mario Sapag había sido el responsable de presentar a Carlos Menem a las masas. Tampoco antes, cuando Pinky y Raúl Lavié conducían programas para recaudar fondos para la guerra de Malvinas.
Estamos en 2015. La televisión, toda ella, en todos lados, es política. Marcelo Tinelli lo entiende bien y por eso permanece donde está, el problema, en todo caso, no es él sino nosotros.
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