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- 27.03.2015
Rodrigo Gómez: “Quiero aprovechar cada segundo que hay para poder comunicar”
Por Sebastián Scigliano
Proyecto Gómez Casa, la experiencia que lo tiene como alma máter, es probablemente de lo más estimulante y sanamente desconcertante que puede ofrecer la escena musical off porteña de estos días. Antes de presentar Bicho, su último trabajo, este sábado en Caras y Caretas, Rodrigo Gómez conversó con Nueva Ciudad sobre la catarata de estímulos que son sus shows y sobre cómo fue eso de llevarle los tickets a su casa a todos los que compraron entradas por anticipado.
Si tuvieras que contarle a alguien que no conoce qué es Proyecto Gómez Casa, ¿qué le dirías?
Es una banda, está claro que es una banda, pero no es una banda que funciona solamente en el terreno sonoro y, entonces, eso la hace un poco más extraña y hace un poco más complejas las definiciones. Estamos los músicos y los que trabajan la parte escénica, como los Fluxian, que hacen las luces, con los que laburamos hace 12 años. Desde los primeros shows de la banda la parte escénica estuvo muy trabajada. Y trabajamos con lo que tenemos, siempre hemos tomado eso como un punto importante del show, eso de trabajar con los objetos que tenemos; uno de los miembros de la banda, que hace ruidos, trabaja con aparatos que él transforma en emisores sonoros, como un electrodoméstico, por ejemplo. A nivel escénico laburamos con objetos súper precarios, que manipulamos en vivo, en el escenario. Eso da un resultado de show que es no es el estándar de una banda, sino que así como está parte del contenido en las letras del tema, ahí tenemos parte del contenido también, trasladado a un trabajo escénico. Estos operarios de luces que, en vez de estar en la consola, están en el escenario con nosotros, se transforman casi en actores, y nosotros también. Lo escénico tiene casi tanta importancia como las letras y eso da un resultado diferente de lo habitual. Somos una banda, pero también somos un proyecto. Nos gusta pensar de esa manera.
Las presentaciones de ustedes son un exceso de estímulos. Eso, ¿es una búsqueda tuya o es le resultado de la sumatoria de todos estos elementos que describías recién?
Es un poco la mezcla. Hay un exceso de información en los shows, eso lo sé y está provocado, no es que nos sobrepasó y no nos dimos cuenta. Es un proyecto súper pensado, todo el show está milimétricamente cronometrado, los cambios de escena, los cambios de vestuario, de tema. Lo que está ahí es el resultado de una gran obsesión. En ese sentido, hay algo de ese exceso que está buscado. La idea es que el público que está viendo, sean cinco o quinientos, sea uno el que lo busca, no que aparezca. El hecho de que haya alguien viendo a veces uno lo toma como natural, o se olvida, o le da ese lugar de que ven que uno es el “más sensible”, o algo así. Yo no creo en eso. Quiero aprovechar cada segundo que hay para poder comunicar. Ese exceso de información es eso. Por algún motivo la banda, después de mucho tiempo de laburo, entendió que tres y media de la mañana pueden aparecer dos personas corriendo con un texto que dice “tranquilo, no tenés que demostrarle nada a nadie” y que eso funcione. Todos los que componemos la banda somos gente con mucha cabeza, en el buen y el mal sentido; pensamos mucho y tenemos muchas ideas que queremos llevarlas a cabo y, si bien este proyecto está muy influido por mí, las músicas son mías y yo tomo decisiones finales, todo el tiempo eso que aportamos todos está puesto en juego, tratando de que cada uno siga siendo una pieza del proyecto. Y somos de llevar a cabo las cosas, no nos quedamos con las ideas. Si es que aparezca una grúa de 50 metros y que una persona se tire y en el medio de la caída se transforme en un planeta que explota, bueno, ver qué tiene eso de contenido y si no tenemos la grúa, ver cómo hacemos con las herramientas que tenemos para decir eso.
Esto de ir a buscar al público tuvo como una vuelta de tuerca con esto de ir a las casas de los que compraron entradas anticipadas. ¿Cómo fue esa experiencia?
La distancia supuesta entre artista y público es algo que a mí me toca todo el tiempo, que por ahí es inevitable a la hora de hacer un show, pero para mí es muy importante, a medida que un proyecto crece, mantener los pies sobre la tierra. Hace mucho tiempo que tocamos, por suerte va a vernos cada vez más gente y necesitamos lugares más grandes; el espectáculo que hacemos pide además escenarios cada vez más grandes, y esa distancia se genera cada vez. Y para mí era vital poder conocer a la gente que va a los shows y eso de llevarles la entrada distaba mucho de ser una oferta, no era un delivery, sino que era plantear que el artista pude ir a la casa de ese supuesto público y se pueden tocar y se pueden ver y nada va a dejar de tener magia. Esa distancia para mí se cae a pedazos y somos todos iguales. Me parece una obviedad decirlo, ahora, pero al hacerlo me di cuenta de que no era tan obvio. Me decían “hace tres años que te voy a ver y ahora estás parado tomando un vaso de vino en el living de mi casa, no lo puedo creer”. ¿Y por qué no lo pueden creer? Era una situación de iguales, en la que conocés qué hace el otro, le conocés el baño, dónde duerme, dónde duermen los hijos. Son datos que a mí me rompen la cabeza, que hacen que el corazón esté al borde del llanto todo el tiempo, que te deja un resto que después se transforma en un montón de cosas. Y nos dimos cuenta de que así como para nosotros era muy importante, para los demás también. Fueron 90 entradas, entré a la casa de un montón de gente que no conocía, tengo un montón de amigos nuevos por todos lados, y es va a ser nuevo cuando los vea en el show. Se va a volver más mágico todavía, es un punto de contacto nuevo y las cosas que voy a decir van a cambiar también, porque le voy a estar hablando a alguien que conozco, no es lo mismo. Tengo la esperanza de que haber conocido a toda esa gente profundice el discurso, porque esa persona no me ve solamente arriba del escenario, lleno de luces y vestido impecable; me vio también hace dos semanas en su casa comiendo con él. Eso achica la distancia y permite que esa energía vaya a otro lado.
De hecho, en escena vos estás despellejado, por decirlo de alguna manera, proponés eso desde las cosas que decís. Por ahí eso se profundice más ahora.
Creo que va a haber un cambio y lo va a hacer más potente, no creo que cambie porque pase a ser otra cosa. No se me pasó uno sin abrazar, y no por una pose, claramente. Hay algo de tener ese contacto que es bastante extraño, como darte vuelta en la calle y abrazar a alguien que viene, no hay mucha diferencia. Y ese acto, que está vinculado con el amor, tiene algo que ver con esto de estar despellejado que mencionabas recién. En vivo, cuando canto las cosas que canto, las siento pero de verdad. No creo en la actuación ahí, al contrario, justo en ese lugar es cuando más sincero tengo que ser, cuando más yo tengo que ser. Parte de las letras están vinculadas con eso. Y llevarle a alguien a la casa una entrada para que vaya a ver eso que ocurre es casi como haber ido desnudo, simbólicamente. Esa exposición es parte también de esa desnudez. Muchas veces las relaciones que establecés con el público tienen una sola dirección, te dicen que sos mágico, por ejemplo, y eso en realidad es del otro, porque el otro lo vio, no es tuyo. Lo que le pasa al otro, es de él, y está bueno que sea sí, porque con eso puede hacer algo y ojalá que pase, sería un sueño para mí que eso ocurra. Si pasa eso, ya está. Transformar el momento del show en una paja de un cantante o de un guitarrista, que muestran sus cosas a ver de qué tamaño la tiene, para mí es perder el tiempo. Y más viendo que a la persona que está viendo le pasan cosas.
¿Cómo se relaciona Proyecto Gómez Casa con las dificultades y potencialidades de una escena tan compleja como la de Buenos Aires?
Dificultades no encuentro tanto y, si las encuentro, trato de resolverlas. No estoy tan pendiente de eso. La dificultad es uno con uno. Hace algunos años abrí un lugar clandestino con unos amigos, he presentado discos en mi casa, la di vuelta y en cada ambiente había intervenciones distintas, por ejemplo. Yo creo que las cosas se pueden hacer y, cuando uno no las hace, encuentra excusas fácilmente. Lo mismo pasa en la escena. Yo he tenido la oportunidad de viajar y tocar en muchos lugares del mundo y es zarpado lo que pasa acá. Si querés hacer algo en tu casa, lo hacés, y si viene la policía, no le abrís, y si tenés vecinos, los invitás a que la pasen bien. La cosa se arma. Después, dentro de la escena más tradicional, están los inconvenientes lógicos de que los dueños de los lugares quieren tener una ganancia, pero también el artista quiere tocar a veces en lugares con una dimensión para la que no está listo y en ese convenio, en vez de trabajar juntos, nos dividimos y nos enfrentamos, que es la locura más grande de todas. Si yo estoy peleado con el dueño de un boliche, soy un idiota, porque es con el tipo con el que tengo que ponerme a trabajar, a ver cómo hago para que las cosas pasen. Hay casos y casos, claro, pero me parece que, cuando hay problemas, tiene más que ver con un problema de comunicación que con otra cosa, porque en esta ciudad, el que tiene ganas de abrir un lugar lo abre abajo de la tierra, si quiere. Que hay complicaciones, sí, claro, pero hay complicaciones mucho más importantes en esta ciudad que el hecho de que haya lugares o no para mostrarse. Pasan cosas muchísimo más graves. Después, claro que hay clausuras a rolete y eso es un error, pero un error conceptual mucho más grande, porque un gobierno, al margen del partido que sea, si ve un lugar con gente que quiere expresarse, tiene que ayudarlo, no cerrarlo. Sigue siendo una cosa de ponerse a conversar, igual, pero lo que pasa es que el que tiene más es el que menos conversa. También es tomarse el trabajo de buscar cómo hacer para tocar y, muchas veces, eso no pasa. Si un flaco tiene una banda y a los dos años no lo van a ver 200 personas, piensa que es un fracaso. Y eso es una locura.
Proyecto Gómez Casa, la experiencia que lo tiene como alma máter, es probablemente de lo más estimulante y sanamente desconcertante que puede ofrecer la escena musical off porteña de estos días. Antes de presentar Bicho, su último trabajo, este sábado en Caras y Caretas, Rodrigo Gómez conversó con Nueva Ciudad sobre la catarata de estímulos que son sus shows y sobre cómo fue eso de llevarle los tickets a su casa a todos los que compraron entradas por anticipado.
Si tuvieras que contarle a alguien que no conoce qué es Proyecto Gómez Casa, ¿qué le dirías?
Es una banda, está claro que es una banda, pero no es una banda que funciona solamente en el terreno sonoro y, entonces, eso la hace un poco más extraña y hace un poco más complejas las definiciones. Estamos los músicos y los que trabajan la parte escénica, como los Fluxian, que hacen las luces, con los que laburamos hace 12 años. Desde los primeros shows de la banda la parte escénica estuvo muy trabajada. Y trabajamos con lo que tenemos, siempre hemos tomado eso como un punto importante del show, eso de trabajar con los objetos que tenemos; uno de los miembros de la banda, que hace ruidos, trabaja con aparatos que él transforma en emisores sonoros, como un electrodoméstico, por ejemplo. A nivel escénico laburamos con objetos súper precarios, que manipulamos en vivo, en el escenario. Eso da un resultado de show que es no es el estándar de una banda, sino que así como está parte del contenido en las letras del tema, ahí tenemos parte del contenido también, trasladado a un trabajo escénico. Estos operarios de luces que, en vez de estar en la consola, están en el escenario con nosotros, se transforman casi en actores, y nosotros también. Lo escénico tiene casi tanta importancia como las letras y eso da un resultado diferente de lo habitual. Somos una banda, pero también somos un proyecto. Nos gusta pensar de esa manera.
Las presentaciones de ustedes son un exceso de estímulos. Eso, ¿es una búsqueda tuya o es le resultado de la sumatoria de todos estos elementos que describías recién?
Es un poco la mezcla. Hay un exceso de información en los shows, eso lo sé y está provocado, no es que nos sobrepasó y no nos dimos cuenta. Es un proyecto súper pensado, todo el show está milimétricamente cronometrado, los cambios de escena, los cambios de vestuario, de tema. Lo que está ahí es el resultado de una gran obsesión. En ese sentido, hay algo de ese exceso que está buscado. La idea es que el público que está viendo, sean cinco o quinientos, sea uno el que lo busca, no que aparezca. El hecho de que haya alguien viendo a veces uno lo toma como natural, o se olvida, o le da ese lugar de que ven que uno es el “más sensible”, o algo así. Yo no creo en eso. Quiero aprovechar cada segundo que hay para poder comunicar. Ese exceso de información es eso. Por algún motivo la banda, después de mucho tiempo de laburo, entendió que tres y media de la mañana pueden aparecer dos personas corriendo con un texto que dice “tranquilo, no tenés que demostrarle nada a nadie” y que eso funcione. Todos los que componemos la banda somos gente con mucha cabeza, en el buen y el mal sentido; pensamos mucho y tenemos muchas ideas que queremos llevarlas a cabo y, si bien este proyecto está muy influido por mí, las músicas son mías y yo tomo decisiones finales, todo el tiempo eso que aportamos todos está puesto en juego, tratando de que cada uno siga siendo una pieza del proyecto. Y somos de llevar a cabo las cosas, no nos quedamos con las ideas. Si es que aparezca una grúa de 50 metros y que una persona se tire y en el medio de la caída se transforme en un planeta que explota, bueno, ver qué tiene eso de contenido y si no tenemos la grúa, ver cómo hacemos con las herramientas que tenemos para decir eso.
Esto de ir a buscar al público tuvo como una vuelta de tuerca con esto de ir a las casas de los que compraron entradas anticipadas. ¿Cómo fue esa experiencia?
La distancia supuesta entre artista y público es algo que a mí me toca todo el tiempo, que por ahí es inevitable a la hora de hacer un show, pero para mí es muy importante, a medida que un proyecto crece, mantener los pies sobre la tierra. Hace mucho tiempo que tocamos, por suerte va a vernos cada vez más gente y necesitamos lugares más grandes; el espectáculo que hacemos pide además escenarios cada vez más grandes, y esa distancia se genera cada vez. Y para mí era vital poder conocer a la gente que va a los shows y eso de llevarles la entrada distaba mucho de ser una oferta, no era un delivery, sino que era plantear que el artista pude ir a la casa de ese supuesto público y se pueden tocar y se pueden ver y nada va a dejar de tener magia. Esa distancia para mí se cae a pedazos y somos todos iguales. Me parece una obviedad decirlo, ahora, pero al hacerlo me di cuenta de que no era tan obvio. Me decían “hace tres años que te voy a ver y ahora estás parado tomando un vaso de vino en el living de mi casa, no lo puedo creer”. ¿Y por qué no lo pueden creer? Era una situación de iguales, en la que conocés qué hace el otro, le conocés el baño, dónde duerme, dónde duermen los hijos. Son datos que a mí me rompen la cabeza, que hacen que el corazón esté al borde del llanto todo el tiempo, que te deja un resto que después se transforma en un montón de cosas. Y nos dimos cuenta de que así como para nosotros era muy importante, para los demás también. Fueron 90 entradas, entré a la casa de un montón de gente que no conocía, tengo un montón de amigos nuevos por todos lados, y es va a ser nuevo cuando los vea en el show. Se va a volver más mágico todavía, es un punto de contacto nuevo y las cosas que voy a decir van a cambiar también, porque le voy a estar hablando a alguien que conozco, no es lo mismo. Tengo la esperanza de que haber conocido a toda esa gente profundice el discurso, porque esa persona no me ve solamente arriba del escenario, lleno de luces y vestido impecable; me vio también hace dos semanas en su casa comiendo con él. Eso achica la distancia y permite que esa energía vaya a otro lado.
De hecho, en escena vos estás despellejado, por decirlo de alguna manera, proponés eso desde las cosas que decís. Por ahí eso se profundice más ahora.
Creo que va a haber un cambio y lo va a hacer más potente, no creo que cambie porque pase a ser otra cosa. No se me pasó uno sin abrazar, y no por una pose, claramente. Hay algo de tener ese contacto que es bastante extraño, como darte vuelta en la calle y abrazar a alguien que viene, no hay mucha diferencia. Y ese acto, que está vinculado con el amor, tiene algo que ver con esto de estar despellejado que mencionabas recién. En vivo, cuando canto las cosas que canto, las siento pero de verdad. No creo en la actuación ahí, al contrario, justo en ese lugar es cuando más sincero tengo que ser, cuando más yo tengo que ser. Parte de las letras están vinculadas con eso. Y llevarle a alguien a la casa una entrada para que vaya a ver eso que ocurre es casi como haber ido desnudo, simbólicamente. Esa exposición es parte también de esa desnudez. Muchas veces las relaciones que establecés con el público tienen una sola dirección, te dicen que sos mágico, por ejemplo, y eso en realidad es del otro, porque el otro lo vio, no es tuyo. Lo que le pasa al otro, es de él, y está bueno que sea sí, porque con eso puede hacer algo y ojalá que pase, sería un sueño para mí que eso ocurra. Si pasa eso, ya está. Transformar el momento del show en una paja de un cantante o de un guitarrista, que muestran sus cosas a ver de qué tamaño la tiene, para mí es perder el tiempo. Y más viendo que a la persona que está viendo le pasan cosas.
¿Cómo se relaciona Proyecto Gómez Casa con las dificultades y potencialidades de una escena tan compleja como la de Buenos Aires?
Dificultades no encuentro tanto y, si las encuentro, trato de resolverlas. No estoy tan pendiente de eso. La dificultad es uno con uno. Hace algunos años abrí un lugar clandestino con unos amigos, he presentado discos en mi casa, la di vuelta y en cada ambiente había intervenciones distintas, por ejemplo. Yo creo que las cosas se pueden hacer y, cuando uno no las hace, encuentra excusas fácilmente. Lo mismo pasa en la escena. Yo he tenido la oportunidad de viajar y tocar en muchos lugares del mundo y es zarpado lo que pasa acá. Si querés hacer algo en tu casa, lo hacés, y si viene la policía, no le abrís, y si tenés vecinos, los invitás a que la pasen bien. La cosa se arma. Después, dentro de la escena más tradicional, están los inconvenientes lógicos de que los dueños de los lugares quieren tener una ganancia, pero también el artista quiere tocar a veces en lugares con una dimensión para la que no está listo y en ese convenio, en vez de trabajar juntos, nos dividimos y nos enfrentamos, que es la locura más grande de todas. Si yo estoy peleado con el dueño de un boliche, soy un idiota, porque es con el tipo con el que tengo que ponerme a trabajar, a ver cómo hago para que las cosas pasen. Hay casos y casos, claro, pero me parece que, cuando hay problemas, tiene más que ver con un problema de comunicación que con otra cosa, porque en esta ciudad, el que tiene ganas de abrir un lugar lo abre abajo de la tierra, si quiere. Que hay complicaciones, sí, claro, pero hay complicaciones mucho más importantes en esta ciudad que el hecho de que haya lugares o no para mostrarse. Pasan cosas muchísimo más graves. Después, claro que hay clausuras a rolete y eso es un error, pero un error conceptual mucho más grande, porque un gobierno, al margen del partido que sea, si ve un lugar con gente que quiere expresarse, tiene que ayudarlo, no cerrarlo. Sigue siendo una cosa de ponerse a conversar, igual, pero lo que pasa es que el que tiene más es el que menos conversa. También es tomarse el trabajo de buscar cómo hacer para tocar y, muchas veces, eso no pasa. Si un flaco tiene una banda y a los dos años no lo van a ver 200 personas, piensa que es un fracaso. Y eso es una locura.
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