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- 17.03.2015
La primera vez de la derecha moderna en Argentina
Mucho se ha escrito sobre el impacto y las implicancias de la alianza con el PRO para la UCR. Esto sin duda es una buena noticia … para la UCR, que venía necesitada de buena prensa; llamativamente, mucho menos se ha escrito sobre los efectos de esta alianza sobre el PRO.
Mucho se ha escrito sobre el impacto y las implicancias de la alianza con el PRO para la UCR. Esto sin duda es una buena noticia … para la UCR, que venía necesitada de buena prensa; llamativamente, mucho menos se ha escrito sobre los efectos de esta alianza sobre el PRO.
Dicho de otro modo: el dato central del cierre entre la UCR y el PRO no es si el radicalismo acepta tal o cual puesto en las listas sino que Mauricio Macri sea hoy un candidato plausible a la presidencia.
Esto parece una verdad de perogrullo. El lector y la lectora podrán preguntar, ¿pero cuál es la novedad, si sabemos que Mauricio Macri sería inevitablemente candidato a presidente desde por lo menos el 2003?
La clave está en el plausible. La novedad no es que Mauricio Macri sea candidato a presidente, sino que tiene una chance de ganar que puede ser menor o mayor para unos u otros, pero que es real.
Y no decimos que la sorpresa de la plausibilidad de Macri candidato a presidente sea sorprendente por sus cualidades personales. Macri no es una fuerza carismática de la naturaleza a la altura de Alfonsín o Perón ni un astuto y seductor cultor del cara-a-cara como Carlos Menem, pero proyecta una persona pública más agradable y cercana que Fernando De La Rúa, y hay que hacer notar éste último ganó con más del cincuenta por ciento de los votos.
No, se trata de otra cosa que: este año será la primera elección desde 1916 en la que competirá con chances un candidato que no proviene de la UCR ni del PJ.
(Primera nota: para cumplirse esta “primera vez” Mauricio Macri deberá ganarle a Ernesto Sanz las elecciones primarias. Esto parecía estar ya dado de antemano, pero en los últimos días ciertas voces dentro centenario partido sacan cuentas, dicen que Macri no tiene estructura propia fuera de Buenos Aires y murmuran “Remember Graciela.” Veremos.)
(Segunda nota: Dos excepciones podrían ponerse a esta afirmación. La primera es Roberto Ortiz, presidente por la Concordancia desde 1938 a 1942; sin embargo, por un lado Ortiz provenía efectivamente del ala antipersonalista del radicalismo y por el otro fue electo presidente en elecciones abiertamente fraudulentas La otra excepción es, por supuesto, Juan Domingo Perón. Volveremos a esto.)
Desde 1916 hasta el 2003 en Argentina resultaba impensable ser electo presidente sin presentarse con el escudo de la pluma y el martillo o el escudo de los laureles en la boleta; simplemente, para ganar era necesario tener el apoyo o del partido radical o el del peronista. Esta lógica implotó en el 2003, pero aún Roberto Lavagna o Elisa Carrió tenían recorridos personales marcados por la militancia partidaria.
La novedad del macrismo representa potencialmente un cambio estructural en el sistema político argentino. En la Argentina, a diferencia de otros países como Chile o Brasil, se ha dado la curiosa característica de que la política en el siglo veinte ha sido exclusivamente una actividad de clase media. Los grandes empresarios y los miembros de la elite económica han tenido sin duda amplísima influencia política pero no ha existido en todo el siglo veinte un partido encolumnado abiertamente detrás de los intereses y el proyecto político de esa elite con capacidad de ganar elecciones. No existe aquí un partido como el Conservador inglés y no ha habido en Argentina ni un presidente Piñera ni un presidente Vicente Fox, así como tampoco un presidente Bush. Que Mauricio Macri, hijo de una de las grandes fortunas del país, haya decidido abandonar los llamados de teléfono a ministros, las convocatorias perentorias a cenas secretas en la avenida Alvear o Del Libertador y los coloquios de IDEA, para lanzarse a armar un partido y someterse a la competencia electoral es un dato positivo para la calidad de la democracia nacional.
Si esta apuesta le sale bien, si Mauricio Macri gana, disciplina al Congreso, encauza la economía y expande nacionalmente su hoy porteño partido, sin duda podrá alterar sustantivamente la fisonomía del sistema partidario argentino. No llegará, sin duda, a ser Juan Domingo Perón, pero Perones hay muy pocos.
Si la apuesta no le sale, y si efectivamente no gana, tal vez el PRO se diluya o tal vez quede como una sólida opción vecinal en la CABA. Esta última opción es la más probable. Y quedará entonces, en pie, la UCR.
Que año electoral fascinante nos espera.
Dicho de otro modo: el dato central del cierre entre la UCR y el PRO no es si el radicalismo acepta tal o cual puesto en las listas sino que Mauricio Macri sea hoy un candidato plausible a la presidencia.
Esto parece una verdad de perogrullo. El lector y la lectora podrán preguntar, ¿pero cuál es la novedad, si sabemos que Mauricio Macri sería inevitablemente candidato a presidente desde por lo menos el 2003?
La clave está en el plausible. La novedad no es que Mauricio Macri sea candidato a presidente, sino que tiene una chance de ganar que puede ser menor o mayor para unos u otros, pero que es real.
Y no decimos que la sorpresa de la plausibilidad de Macri candidato a presidente sea sorprendente por sus cualidades personales. Macri no es una fuerza carismática de la naturaleza a la altura de Alfonsín o Perón ni un astuto y seductor cultor del cara-a-cara como Carlos Menem, pero proyecta una persona pública más agradable y cercana que Fernando De La Rúa, y hay que hacer notar éste último ganó con más del cincuenta por ciento de los votos.
No, se trata de otra cosa que: este año será la primera elección desde 1916 en la que competirá con chances un candidato que no proviene de la UCR ni del PJ.
(Primera nota: para cumplirse esta “primera vez” Mauricio Macri deberá ganarle a Ernesto Sanz las elecciones primarias. Esto parecía estar ya dado de antemano, pero en los últimos días ciertas voces dentro centenario partido sacan cuentas, dicen que Macri no tiene estructura propia fuera de Buenos Aires y murmuran “Remember Graciela.” Veremos.)
(Segunda nota: Dos excepciones podrían ponerse a esta afirmación. La primera es Roberto Ortiz, presidente por la Concordancia desde 1938 a 1942; sin embargo, por un lado Ortiz provenía efectivamente del ala antipersonalista del radicalismo y por el otro fue electo presidente en elecciones abiertamente fraudulentas La otra excepción es, por supuesto, Juan Domingo Perón. Volveremos a esto.)
Desde 1916 hasta el 2003 en Argentina resultaba impensable ser electo presidente sin presentarse con el escudo de la pluma y el martillo o el escudo de los laureles en la boleta; simplemente, para ganar era necesario tener el apoyo o del partido radical o el del peronista. Esta lógica implotó en el 2003, pero aún Roberto Lavagna o Elisa Carrió tenían recorridos personales marcados por la militancia partidaria.
La novedad del macrismo representa potencialmente un cambio estructural en el sistema político argentino. En la Argentina, a diferencia de otros países como Chile o Brasil, se ha dado la curiosa característica de que la política en el siglo veinte ha sido exclusivamente una actividad de clase media. Los grandes empresarios y los miembros de la elite económica han tenido sin duda amplísima influencia política pero no ha existido en todo el siglo veinte un partido encolumnado abiertamente detrás de los intereses y el proyecto político de esa elite con capacidad de ganar elecciones. No existe aquí un partido como el Conservador inglés y no ha habido en Argentina ni un presidente Piñera ni un presidente Vicente Fox, así como tampoco un presidente Bush. Que Mauricio Macri, hijo de una de las grandes fortunas del país, haya decidido abandonar los llamados de teléfono a ministros, las convocatorias perentorias a cenas secretas en la avenida Alvear o Del Libertador y los coloquios de IDEA, para lanzarse a armar un partido y someterse a la competencia electoral es un dato positivo para la calidad de la democracia nacional.
Si esta apuesta le sale bien, si Mauricio Macri gana, disciplina al Congreso, encauza la economía y expande nacionalmente su hoy porteño partido, sin duda podrá alterar sustantivamente la fisonomía del sistema partidario argentino. No llegará, sin duda, a ser Juan Domingo Perón, pero Perones hay muy pocos.
Si la apuesta no le sale, y si efectivamente no gana, tal vez el PRO se diluya o tal vez quede como una sólida opción vecinal en la CABA. Esta última opción es la más probable. Y quedará entonces, en pie, la UCR.
Que año electoral fascinante nos espera.
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