Marcel Proust, el cochero y el Tío Tom

Esa inversión de valores es el gran triunfo político de la derecha conservadora en nuestro país. Los poderosos argentinos han logrado universalizar algunos paradigmas de los cuales son los únicos beneficiarios.

“Así conocen las delicias de no ser más que un ruido vano, de tener la cabeza llena de una enorme afirmación que les parece tanto más respetable que la tomaron prestada”
J.P. Sartre, Reflexiones sobre la cuestión judía
Marcel Proust escribió que durante la ola de antisemitismo que generó el caso Dreyfus en Francia, el cochero afirmaba detestar a los judíos por empatía hacia su amo.

Mi tío Ernesto, un hombre educado en la escuela pública, cuyo único sistema de salud fue el hospital público, que vivía del sueldo de docente de su mujer y a quién el mercado jamás detectó, afirmaba con seriedad que el problema de la Argentina era el exceso de Estado. Por supuesto, siempre dijo detestar al Peronismo.

Al compartir algunos de los valores de la alta sociedad, el cochero y mi tío creían, candorosos, que también compartirían algunas de sus prerrogativas. Pensaban que el odio –antisemita, uno; gorila, el otro- los incluiría de forma mágica en una especie de hermandad instantánea con esos grupos de poder que, sin embargo, nunca percibieron sus incansables esfuerzos por pertenecer.

Ambos profesaban el Tiotomismo, doctrina que impulsa a los que menos tienen a aceptar con entusiasmo esas reglas que los mantienen en la parte baja de la pirámide social, como si fueran leyes de la naturaleza y no decisiones de quienes ocupan el vértice de esa misma pirámide.

Esa inversión de valores es el gran triunfo político de la derecha conservadora en nuestro país. Los poderosos argentinos han logrado universalizar algunos paradigmas de los cuales son los únicos beneficiarios.

Hace un tiempo, Alfredo Zaiat escribió sobre uno de estos:

¨No es usual en el debate público concentrar la atención en la magnitud de la tasa de ganancia de las empresas y, en cambio, resulta habitual, hasta con comportamientos obsesivos, advertir por los reclamos salariales. Se plantea la necesidad de una discusión ‘racional’ para las próximas paritarias […] No sucede lo mismo con la evolución de las ganancias de las empresas¨.


Así, la ambición de los empresarios sería el motor de la riqueza del país mientras que la ambición de los asalariados representaría su lastre. Del mismo modo, mientras las cámaras empresariales suelen “advertir” al poder político sobre la marcha de la economía, los sindicatos prefieren “extorsionarlo”.

La misma inversión de valores se aplica en un cierto sentido común antipolítico. De la mesa donde negocian los poderosos -empresarios, lobbystas, CEOs, jueces, políticos y representantes eclesiásticos- los entusiastas del Tiotomismo suelen ser impiadosos con los únicos participantes que son elegidos por el voto popular.

De este modo, la obligación de nuestros representantes no sería acertar en la administración del Estado y favorecer a las mayorías sino ser ejemplares. Su vida privada debe ser intachable, así como sus intenciones y formas, mientras que los empresarios carecen de cualquier responsabilidad hacia sus conciudadanos. Unos son corruptos y veniales a menos que se pruebe lo contrario, los otros sólo deben generar ganancias hacia sus accionistas.

El pensamiento conservador nos ha legado grandes aciertos, desde la monumental ley 1420 de Educación Común hasta sus incursiones en la cultura como el Teatro Colón o la Revista Sur (que publicó, entre otras grandes obras, el libro de Sartre que cito al principio de la columna).

La historia de nuestro país demuestra que no es necesario, para gozar de ese gran legado, que las mayorías se disfracen de Tío Tom. Es bueno recordarlo cada vez que el sentido común antipolítico sueña, como hoy, con poner en duda el valor irremplazable de las urnas


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