- Archivo
- 11.02.2015
La línea punteada que lleva de hoy a diciembre
Estamos en febrero, las elecciones son en octubre y el cambio de gobierno en diciembre. ¿Cómo será el derrotero de la línea punteada que una estas dos fechas?
Estamos en febrero, las elecciones son en octubre y el cambio de gobierno en diciembre. ¿Cómo será el derrotero de la línea punteada que una estas dos fechas?
Por supuesto, hoy el tema más relevante de la agenda pública es otro: la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman y sus repercusiones judiciales, y políticas. Las primeras están todavía siendo investigadas: las últimas las vemos producirse día a día. Sabemos una cosa: el efecto de esta muerte ha sido como el de un huracán que arrasó con la provisional y precaria paz económica social y política que el gobierno había logrado producir en diciembre. El caso Nisman sacudió los cimientos mismos de la política nacional. Pero en algún momento habremos de votar, y no es sencillo descubrir a priori cual será en definitiva el impacto electoral de este tremendamente resonante caso.
Una cosa es cierta: el gobierno ha sufrido y sufrirá sin duda un fuerte golpe en términos de su evaluación ciudadana e imagen. No sólo por las responsabilidades políticas directas sobre el hecho, sino porque las respuestas de cara a la sociedad fueron desafortunadas. La voluntad de nombrar claramente a un antagonista en el mismo momento del enfrentamiento es un rasgo constitutivo del kirchnerismo que en circunstancias críticas le ha resultado valioso; sin embargo, hay momentos en los que esta antagonización decidida no resulta el mejor curso de acción cuando la sociedad espera una respuesta institucional y tranquilizadora. La amplia mayoría de la sociedad argentina ha rechazado y rechaza cualquier forma de violencia política y es comprensible que se sienta sacudida por esta sospecha. Se trata de restaurar la confianza de la ciudadanía en la regla más básica de la democracia: que nadie puede recurrir a la violencia y nadie está por fuera de la ley. En otros momentos (como durante las movilizaciones encabezadas por Blumberg) el kirchnerismo supo reemplazar una actitud confrontativa con una actitud centrada en la contención y la respuesta a la demanda; tal vez este sea un mejor camino.
Sin embargo, aún con la mala respuesta no resulta evidente cuál será la traducción electoral de la erosión de la imagen del gobierno, y esto por un hecho sencillo: Cristina Fernández de Kirchner no estará en la boleta en octubre próximo y ella dejará sin ninguna duda el gobierno pocos meses más. Más aún, ninguno de los precandidatos del Frente para la Victoria que están mejor en las encuestas es el heredero directo del kirchnerismo: ni Daniel Scioli ni Florencio Randazzo son del núcleo personalmente cercano a CFK y ambos imprimirían su estilo aún desconocido a la presidencia. Además, la opinión pública está muy polarizada en relación al gobierno y así como existe un núcleo duro que lo detesta, también hay un núcleo duro que lo apoya. ¿Cuánta es la población indecisa o poco informada que queda? ¿Cuántos son los que han cambiado y podrían volver a cambiar de opinión sobre el gobierno? Este es el dato más relevante para pensar la próxima elección.
Más aún, sabemos quienes serán los más afectados por la negativa, pero ¿quién será capaz de capitalizarla positivamente? Y aquí surgen dos interrogantes.
El primero es que los dirigentes de la oposición siguen con dificultades para ponerse por delante de los acontecimientos y encabezar los reclamos ciudadanos. Desde las marchas del (no) Ingeniero Blumberg y las marchas de familiares de víctimas de Cromañon hasta ahora, pasando por las movilizaciones de la Mesa de Enlace Agropecuario en 2008 y los cacerolazos del 2012, encontramos una continuidad: son los actores sociales afectados los que directamente marcan la agenda y llevan adelante sus reclamos, por sí mismos, y lo hacen de manera autónoma tanto del gobierno como de los partidos opositores. En este caso, la marcha del 18 de febrero fue convocada por un grupo de jueces y fiscales federales y a la misma se sumaron luego tanto Mauricio Macri como Sergio Massa y Julio Cobos. pero todos piden “no politizar” el reclamo--Mauricio Macri, por ejemplo, aseguró que marchará como “un ciudadano común”.
En gran medida quien capitalice esta crisis será aquel que pueda desarrollar una narrativa (por no decir “relato”, que es una palabra algo desacreditada) política que explique estos eventos, los organice en un todo coherente y los conecte discursivamente con posible soluciones a ser ser llevadas adelante por el próximo gobierno. De no hacerlo, (y dado que los hechos alrededor de la muerte de Nisman no dejan bien parado a prácticamente ningún actor institucional relacionado con él) tal vez la indignación ciudadana se traduzca en un descreimiento generalizado, en un rechazo con tintes de “que se vayan todos” y tenga un impacto limitado en una arena ya polarizada. (Esto ya fue advertido por varios encuestadores no oficialistas aquí.) La construcción de una narrativa política clara es clave sobre todo en un contexto en el cual la oferta opositora está fragmentada entre Mauricio Macri, Sergio Massa, Hermes Binner y Jorge Altamira. Los incentivos para que los dirigentes opositores coordinen sus respuestas y narrativas en la crisis son altos, habrá que ver si en los próximos días vemos movimientos en este sentido.
Por supuesto, hoy el tema más relevante de la agenda pública es otro: la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman y sus repercusiones judiciales, y políticas. Las primeras están todavía siendo investigadas: las últimas las vemos producirse día a día. Sabemos una cosa: el efecto de esta muerte ha sido como el de un huracán que arrasó con la provisional y precaria paz económica social y política que el gobierno había logrado producir en diciembre. El caso Nisman sacudió los cimientos mismos de la política nacional. Pero en algún momento habremos de votar, y no es sencillo descubrir a priori cual será en definitiva el impacto electoral de este tremendamente resonante caso.
Una cosa es cierta: el gobierno ha sufrido y sufrirá sin duda un fuerte golpe en términos de su evaluación ciudadana e imagen. No sólo por las responsabilidades políticas directas sobre el hecho, sino porque las respuestas de cara a la sociedad fueron desafortunadas. La voluntad de nombrar claramente a un antagonista en el mismo momento del enfrentamiento es un rasgo constitutivo del kirchnerismo que en circunstancias críticas le ha resultado valioso; sin embargo, hay momentos en los que esta antagonización decidida no resulta el mejor curso de acción cuando la sociedad espera una respuesta institucional y tranquilizadora. La amplia mayoría de la sociedad argentina ha rechazado y rechaza cualquier forma de violencia política y es comprensible que se sienta sacudida por esta sospecha. Se trata de restaurar la confianza de la ciudadanía en la regla más básica de la democracia: que nadie puede recurrir a la violencia y nadie está por fuera de la ley. En otros momentos (como durante las movilizaciones encabezadas por Blumberg) el kirchnerismo supo reemplazar una actitud confrontativa con una actitud centrada en la contención y la respuesta a la demanda; tal vez este sea un mejor camino.
Sin embargo, aún con la mala respuesta no resulta evidente cuál será la traducción electoral de la erosión de la imagen del gobierno, y esto por un hecho sencillo: Cristina Fernández de Kirchner no estará en la boleta en octubre próximo y ella dejará sin ninguna duda el gobierno pocos meses más. Más aún, ninguno de los precandidatos del Frente para la Victoria que están mejor en las encuestas es el heredero directo del kirchnerismo: ni Daniel Scioli ni Florencio Randazzo son del núcleo personalmente cercano a CFK y ambos imprimirían su estilo aún desconocido a la presidencia. Además, la opinión pública está muy polarizada en relación al gobierno y así como existe un núcleo duro que lo detesta, también hay un núcleo duro que lo apoya. ¿Cuánta es la población indecisa o poco informada que queda? ¿Cuántos son los que han cambiado y podrían volver a cambiar de opinión sobre el gobierno? Este es el dato más relevante para pensar la próxima elección.
Más aún, sabemos quienes serán los más afectados por la negativa, pero ¿quién será capaz de capitalizarla positivamente? Y aquí surgen dos interrogantes.
El primero es que los dirigentes de la oposición siguen con dificultades para ponerse por delante de los acontecimientos y encabezar los reclamos ciudadanos. Desde las marchas del (no) Ingeniero Blumberg y las marchas de familiares de víctimas de Cromañon hasta ahora, pasando por las movilizaciones de la Mesa de Enlace Agropecuario en 2008 y los cacerolazos del 2012, encontramos una continuidad: son los actores sociales afectados los que directamente marcan la agenda y llevan adelante sus reclamos, por sí mismos, y lo hacen de manera autónoma tanto del gobierno como de los partidos opositores. En este caso, la marcha del 18 de febrero fue convocada por un grupo de jueces y fiscales federales y a la misma se sumaron luego tanto Mauricio Macri como Sergio Massa y Julio Cobos. pero todos piden “no politizar” el reclamo--Mauricio Macri, por ejemplo, aseguró que marchará como “un ciudadano común”.
En gran medida quien capitalice esta crisis será aquel que pueda desarrollar una narrativa (por no decir “relato”, que es una palabra algo desacreditada) política que explique estos eventos, los organice en un todo coherente y los conecte discursivamente con posible soluciones a ser ser llevadas adelante por el próximo gobierno. De no hacerlo, (y dado que los hechos alrededor de la muerte de Nisman no dejan bien parado a prácticamente ningún actor institucional relacionado con él) tal vez la indignación ciudadana se traduzca en un descreimiento generalizado, en un rechazo con tintes de “que se vayan todos” y tenga un impacto limitado en una arena ya polarizada. (Esto ya fue advertido por varios encuestadores no oficialistas aquí.) La construcción de una narrativa política clara es clave sobre todo en un contexto en el cual la oferta opositora está fragmentada entre Mauricio Macri, Sergio Massa, Hermes Binner y Jorge Altamira. Los incentivos para que los dirigentes opositores coordinen sus respuestas y narrativas en la crisis son altos, habrá que ver si en los próximos días vemos movimientos en este sentido.
- SECCIÓN
- Archivo
COMENTARIOS