De vacunas, modas y epidemias

En Argentina las noticias del descubrimiento de la vacuna de la polio generó manifestaciones de protesta en el interior argentino: vecinos del interior, entre otros, hicieron manifestaciones para pedir el llegado rápido de las vacunas a las ciudades de provincia y denunciaban que “las vacunas se las quedaban en Buenos Aires.” Sin embargo, la Argentina rápidamente incorporó las campañas de vacunación y el último brote de polio en el país fue en 1961

Existen varios candidatos para el puesto de ser humano que causó un mayor bien a la humanidad en el siglo veinte. Albert Einstein, que descubrió las bases de la arquitectura del universo. Alexander Flemming, descubridor de la penicilina. James Watson y Francis Crick, descubridores del ADN. Marie Curie, descubridora del radio. Todos ellos podrían serlo. Pero también podría ser un serio contendiente al título Jonathan Salk. El médico virólogo Jonathan Salk, hijo de una familia de inmigrantes, decidió dedicarse a la investigación y a desarrollar la incipiente tecnología de las vacunas. En ese momento, el mundo estaba devastado por las epidemias de poliomielitis. En Estados Unidos, la epidemia de polio de 1952 tuvo 58.000 casos reportados y 3.145 fallecidos, con 21.000 personas que quedaron con parálisis de por vida. (Recordemos que la epidemia de gripe española que azotó de 1918 había matado cincuenta millones de personas en todo el mundo.) En Argentina, las epidemias de polio de 1952 y 1956 dejaron cientos de muertos y miles de personas con parálisis totales o parciales, incluidas decenas condenadas a vivir toda su vida conectadas a un pulmón artificial en el hospital María Ferrer, fundado para eso.

Las epidemias de polio causaron pánicos sociales en todos los países. Las familias dejaron de mandar sus hijos a la escuela y les colgaban al cuello ramitos de algodón con alcanfor que, se decía, prevenía la enfermedad.

Hasta que, en 1955, Jonathan Salk logró, en su laboratorio de la Universidad de Pittsburgh, fabricar la primera vacuna masiva contra la polio.  Así se creó la vacuna Sabin, la “de las gotitas en la lengua.” De acuerdo al sitio de la Fundación Salk, “en los dos años antes de que las vacunas estuvieran masivamente disponibles, el número promedio de casos anuales de polio en EEUU era de más de 45.000. En 1962, cuando las campañas de vacunación ya eran sistemáticas, este número había bajado a 910.” Salk no quiso patentarla, y no buscó ningún rédito personal.

En Argentina las noticias del descubrimiento de la vacuna de la polio generó manifestaciones de protesta en el interior argentino: vecinos del interior, entre otros, hicieron manifestaciones para pedir el llegado rápido de las vacunas a las ciudades de provincia y denunciaban que “las vacunas se las quedaban en Buenos Aires.” Sin embargo, la Argentina rápidamente incorporó las campañas de vacunación y el último brote de polio en el país fue en 1961. Luego de erradicar en todo el mundo a la viruela y de controlar (aunque no erradicarse todavía) la polio, fueron creadas más vacunas: la del sarampión, la de la tos convulsa, la de la rubéola, la de ciertas cepas de la meningitis, la de la gripe común, la de la varicela. Como resultado de los descubrimientos de Salk y muchos otros médicos y médicas como él (sin mencionar los cientos de miles de enfermeras y enfermeros que actúan en las campañas de vacunación) la tasa de afectados por enfermedades infecciosas no ha parado de disminuir en el mundo.

Relato toda esta historia porque en este momento estamos viviendo, en todo el mundo, una nueva epidemia de una enfermedad prevenible. Esta epidemia no es de sarampión (aunque como veremos, el sarampión ha regresado a países que creían tenerlo controlado) ni de polio (aunque la baja en el esfuerzo vacunatorio debido a la guerra civil ha reintroducido a la polio en Siria, entre otros lugares.) No, la epidemia es una epidemia de olvido y estupidez humana. Por supuesto, me refiero al surgimiento de lo que se conoce como “el movimiento antivacuna” o “antivaxxers.” Se trata de una moda de padres y madres que, a pesar de tener los recursos económicos y sociales necesarios para vacunar a sus hijos, se niegan a hacerlo.

La moda antivacuna surgió luego de que un artículo científico fuera publicado en una revista especializada relacionando ciertas vacunas con el surgimiento del autismo. Este artículo fue luego completamente desacreditado por utilizar datos dudosos, y el Journal que lo publicó lo retiró de circulación, como puede verse aquí. Sin embargo, en los años que siguieron a la publicación del artículo sucedió que varias celebridades de Hollywood dieron una plataforma al movimiento anti-vaxxer. En especial, Jenny MacCarthy, ex conejita de Playboy y actriz cómica, publicó un libro acusando a las vacunas del autismo de su hijo. En Argentina, un país en donde los problemas de salud pública están muy lejos de estar resueltos y en donde la última epidemia de polio sucedió sólo una generación atrás (los nacidos en los 40 la vivieron y la recuerdan aún) nos encontramos sin embargo con la sorprendente evidencia de que diarios y editoriales supuestamente y modernizantes serios como La Nación le dan una sorprendente plataforma mediática a los grupos que eligen no vacunar a sus hijos e hijas (aunque ellos estén vacunados, hay que decirlo, por haber nacido antes de las modas) no en uno sino en varios artículos. Gracias a esta esta moda, hemos llegado a un paradojal y, francamente, deprimente estado: hace cincuenta años protestábamos por las vacunas y hoy las rechazamos; hace 50 años se vacunaban los ricos y no los pobres, y ahora es al revés.

Tal vez el problema es que a pesar de que sólo pasaron cincuenta años no recordamos las epidemias. No recordamos cómo se siente ver a cientos morir de poliomielitis porque el último caso caso registrado en Argentina se dio hace 29 años. No recordamos epidemias de sarampión o convulsa porque hace décadas que no se producen. Tanto no las recordamos que la opción de no vacunar parece segura, sin riesgo alguno.

Pero, sin embargo, como nos diría seguramente Salk, nada ni nadie escapa a la causación científica. Así como en todo país que realizó campañas de vacunación las epidemias de polio y otras infecciosas se terminaron (es decir, se da una correlación entre vacunación, disminución de la mortalidad y aumento de la esperanza de vida perfecta, del 100%), también tenemos evidencia de que en todo país en que la falta de vacunación ha disminuido la inmunidad rebaño por debajo del óptimo las enfermedades infecciosas han vuelto. En estos días existe un brote epidémico de sarampión en el estado de California, que tiene una de las tasas más bajas de vacunación de ese país (ahí está Hollywood, no por casualidad) que ya incluye veinte casos. El brote comenzó en Disneyworld, en donde un niño no vacunado (tal vez estadounidense, tal vez extranjero) transmitió la enfermedad a doce más, incluyendo varios bebés demasiado jóvenes para haber sido vacunados aún, aunque lo hubieran querido. De ahí se expandió hasta cuatro estados más. Veinte casos no parecen demasiados, pero el tema es que el sarampión se creía erradicado, ya que no había habido ningún caso desde el año 2000. (El sarampión es una enfermedad tonta ... en la mayoría de los casos. En una minoría, el sarampión causa complicaciones como neumonía, ceguera y hasta muerte.)

No recordamos las grandes epidemias, pero no es improbable que las volvamos a vivir en el futuro, y no por una carencia tecnológica o económica, sino por propia decisión. El doctor Salk, el hombre que no quiso patentar su descubrimiento, tal vez lloraría.


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