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- 22.12.2014
El oficialismo, la Liga de la Justicia y el entusiasmo
Luego de casi doce años de gobiernos kirchneristas, el centro de la discusión política argentina sigue siendo el enfrentamiento entre kirchnerismo y antikirchnerismo, paradójicamente aún entre quienes consideran que el fin de ciclo K es inminente.
Luego de casi doce años de gobiernos kirchneristas, el centro de la discusión política argentina sigue siendo el enfrentamiento entre kirchnerismo y antikirchnerismo, paradójicamente aún entre quienes consideran que el fin de ciclo K es inminente.
La gran diferencia con otros períodos y otras hegemonías políticas está dada, a mí entender, por la existencia de un oficialismo, tal como lo señaló hace algún tiempo el periodista Gerardo Fernández. Esto es: una nube difusa conformada por militantes, simpatizantes, energúmenos, talibanes, compañeros de ruta, apoyos críticos, apoyos aún más críticos, tibios, Guardias Pretorianas, apasionados de la política o gente que –por el contrario- se define como apolítica. Es decir, personas muy diferentes entre sí pero que comparten una misma idea: el respaldo al gobierno.
Si bien el alfonsinismo contó con uno, no pudo mantenerlo en el tiempo. A partir del ´86 el enorme apoyo ciudadano logrado en el ´83 se fue diluyendo y culminó en la gran crisis que desembocó en la entrega anticipada de la presidencia.
En rigor de verdad, el menemismo nunca contó con un oficialismo activo. Menem logró un gran entusiasmo en sus comienzos pero no pudo, o no buscó, generar una base de militantes y simpatizantes que pudiera definirse como tal. Contó sí con el apoyo de factores de poder como sindicatos, empresas, organismos internacionales e incluso la Iglesia. De hecho, el semillero menemista de funcionarios no fue una Junta Coordinadora Nacional o una Cámpora sino la Fundación Meditarránea y el CEMA.
La Alianza, por su lado, apostó a una construcción mediática de poder -por llamarla de alguna manera- que prescindía tanto del territorio como de la militancia. Es cierto que su breve y catastrófico paso por este valle de lágrimas tampoco hubiera podido consolidar algo parecido a un oficialismo.
La existencia de ese oficialismo es lo que destruye almuerzos familiares, cenas entre amigos o cafés en la oficina. Por decirlo de alguna manera: sin oficialismo no existiría la famosa Grieta pero, probablemente, tampoco el gobierno.
A un año de las elecciones, los kirchneristas discuten apasionadamente si hay que alinearse con Scioli -el candidato que mejor mide- o, por el contrario, apostar al crecimiento de un candidato paladar negro. Pero más allá de las diferencias, los kirchneristas se entusiasman con candidatos kirchneristas.
Eso no ocurre con los antikirchneristas. Extrañamente, su entusiasmo suele ir hacia no-candidatos, como periodistas, jueces, fiscales o cualquier personaje menor que haya tenido algún enfrentamiento con el gobierno nacional.
Lanata, el fiscal Campagnoli o el juez Bonadío generan los mismos apoyos que hace algún tiempo pudieron tener el ingeniero no diplomado Juan Carlos Blumberg, el efímero capitán Tarapow o el Dr. Despouy, el breve héroe de la Auditoría General de la Nación.
El elector antikirchnerista sueña así con una especie de Liga de la Justicia que termine de una vez con la noche kirchnerista. No importan los programas de gobierno o los diagnósticos que propongan, sólo se espera que sean ciudadanos probos y hombres moralmente intachables. Y por supuesto, que se opongan al gobierno.
Lo más asombroso es que los propios candidatos opositores apuntalen la fantasía de la Liga de la Justicia al apoyar con ahínco la aparición de cada nuevo héroe efímero, reemplazado en las tapas de los diarios por nuevos y aún más breves héroes efímeros (como Raúl Maza, el ex vocero de los gendarmes; Martín Redrado, atrincherado en el Banco Central; la despachante de aduana Laura de Conto que enfrentó al polémico Moreno o incluso el Cantinero de la Fragata Libertad).
La de la Liga de la Justicia es una fantasía que, por supuesto, los excluye ya que como los candidatos kirchneristas y el resto de los políticos del universo, no son moralmente intachables ni los más virtuosos de los hombres.
Así es que, luego de 12 años de gobierno, tenemos candidatos kirchneristas pero no así candidatos opositores con un grupo significativo de simpatizantes: amas de casa u oficinistas, estudiantes o cuentapropistas, kiosqueros o taxidermistas, unidos por el entusiamo en esas figuras y el apoyo, en grandes líneas, a sus propuestas.
Parafraseando el eslogan de un canal de televisión, podemos decir que si pasa en la vida, pasa en la política: sin entusiasmo, no hay proyecto viable ni posible.
La gran diferencia con otros períodos y otras hegemonías políticas está dada, a mí entender, por la existencia de un oficialismo, tal como lo señaló hace algún tiempo el periodista Gerardo Fernández. Esto es: una nube difusa conformada por militantes, simpatizantes, energúmenos, talibanes, compañeros de ruta, apoyos críticos, apoyos aún más críticos, tibios, Guardias Pretorianas, apasionados de la política o gente que –por el contrario- se define como apolítica. Es decir, personas muy diferentes entre sí pero que comparten una misma idea: el respaldo al gobierno.
Si bien el alfonsinismo contó con uno, no pudo mantenerlo en el tiempo. A partir del ´86 el enorme apoyo ciudadano logrado en el ´83 se fue diluyendo y culminó en la gran crisis que desembocó en la entrega anticipada de la presidencia.
En rigor de verdad, el menemismo nunca contó con un oficialismo activo. Menem logró un gran entusiasmo en sus comienzos pero no pudo, o no buscó, generar una base de militantes y simpatizantes que pudiera definirse como tal. Contó sí con el apoyo de factores de poder como sindicatos, empresas, organismos internacionales e incluso la Iglesia. De hecho, el semillero menemista de funcionarios no fue una Junta Coordinadora Nacional o una Cámpora sino la Fundación Meditarránea y el CEMA.
La Alianza, por su lado, apostó a una construcción mediática de poder -por llamarla de alguna manera- que prescindía tanto del territorio como de la militancia. Es cierto que su breve y catastrófico paso por este valle de lágrimas tampoco hubiera podido consolidar algo parecido a un oficialismo.
La existencia de ese oficialismo es lo que destruye almuerzos familiares, cenas entre amigos o cafés en la oficina. Por decirlo de alguna manera: sin oficialismo no existiría la famosa Grieta pero, probablemente, tampoco el gobierno.
A un año de las elecciones, los kirchneristas discuten apasionadamente si hay que alinearse con Scioli -el candidato que mejor mide- o, por el contrario, apostar al crecimiento de un candidato paladar negro. Pero más allá de las diferencias, los kirchneristas se entusiasman con candidatos kirchneristas.
Eso no ocurre con los antikirchneristas. Extrañamente, su entusiasmo suele ir hacia no-candidatos, como periodistas, jueces, fiscales o cualquier personaje menor que haya tenido algún enfrentamiento con el gobierno nacional.
Lanata, el fiscal Campagnoli o el juez Bonadío generan los mismos apoyos que hace algún tiempo pudieron tener el ingeniero no diplomado Juan Carlos Blumberg, el efímero capitán Tarapow o el Dr. Despouy, el breve héroe de la Auditoría General de la Nación.
El elector antikirchnerista sueña así con una especie de Liga de la Justicia que termine de una vez con la noche kirchnerista. No importan los programas de gobierno o los diagnósticos que propongan, sólo se espera que sean ciudadanos probos y hombres moralmente intachables. Y por supuesto, que se opongan al gobierno.
Lo más asombroso es que los propios candidatos opositores apuntalen la fantasía de la Liga de la Justicia al apoyar con ahínco la aparición de cada nuevo héroe efímero, reemplazado en las tapas de los diarios por nuevos y aún más breves héroes efímeros (como Raúl Maza, el ex vocero de los gendarmes; Martín Redrado, atrincherado en el Banco Central; la despachante de aduana Laura de Conto que enfrentó al polémico Moreno o incluso el Cantinero de la Fragata Libertad).
La de la Liga de la Justicia es una fantasía que, por supuesto, los excluye ya que como los candidatos kirchneristas y el resto de los políticos del universo, no son moralmente intachables ni los más virtuosos de los hombres.
Así es que, luego de 12 años de gobierno, tenemos candidatos kirchneristas pero no así candidatos opositores con un grupo significativo de simpatizantes: amas de casa u oficinistas, estudiantes o cuentapropistas, kiosqueros o taxidermistas, unidos por el entusiamo en esas figuras y el apoyo, en grandes líneas, a sus propuestas.
Parafraseando el eslogan de un canal de televisión, podemos decir que si pasa en la vida, pasa en la política: sin entusiasmo, no hay proyecto viable ni posible.
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