Escenas de la vida post-postmoderna: casamiento de Esmeralda Mitre

La crítica cultural es un arte que debe ser ejecutado con prudencia. Hay algo seductor en hacer grandes inferencias políticas a partir de fragmentos de cosas que se han visto en televisión, en películas de cine, fútbol o de los demás temas de la llamada cultura popular y masiva. Esta seducción, sin embargo, no es ninguna garantía de rigor y es posible terminar diciendo pavadas como, cuando un vicepresidente de Estados Unidos afirmó que el ascenso en la cantidad de madres solteras era causado por la serie de televisión Murphy Brown.

La crítica cultural es un arte que debe ser ejecutado con prudencia. Hay algo seductor en hacer grandes inferencias políticas a partir de fragmentos de cosas que se han visto en televisión, en películas de cine, fútbol o de los demás temas de la llamada cultura popular y masiva. Esta seducción, sin embargo, no es ninguna garantía de rigor y es posible terminar diciendo pavadas como, cuando un vicepresidente de Estados Unidos, Dan Quayle, afirmó que el ascenso en la cantidad de madres solteras era causado por la serie de televisión Murphy Brown.



Sin embargo, a veces la crítica cultural puede ser valiosa porque hay imágenes que nos interpelan. A veces no hay que leer solamente las secciones de política, economía e internacionales de los diarios ya que las secciones de espectáculos y sociedad pueden tener algo que decirnos. (La clave, eso sí, es no tomar las inferencias culturales demasiado en serio.)

Tal fue, quizás, el caso de este domingo domingo, cuando una de las notas más leídas (y seguro una de las más comentadas) de los diarios digitales del país fue el casamiento de la actriz Esmeralda Mitre y quien fuera una de las figuras más públicas del gobierno de la Alianza, Darío Lopérfido. Lo que siguen son algunos apuntes desordenados, poco más que impresiones, sobre las fotos publicadas en Infobae y La Nación.

El primer dato que salta a la vista es la publicidad dada a la boda: lo privado transformado, diseñado, para ser visto. Un casamiento es un evento familiar;por eso mismo, tal vez podría argumentarse que discutirlo públicamente es injusto. Pero al mismo tiempo, no cabe duda de que los contrayentes y la familia tomaron una serie de decisiones para generar la máxima visibilidad de todos los involucrados. Aún el día de hoy, con Facebook y Twitter es posible para un famoso un casamiento de tal manera que no se filtren imágenes ni fotos, si uno lo desea. No fue este el caso; como dice Infobae“los novios posaron amablemente ante los medios de la prensa”.

El segundo dato es la extrañeza causada por la yuxtaposición de fotos de figuras de la farándula vernácula con algunos de los apellidos más patricios y tradicionales del país. Lo llamativo fue que, casi sin excepciones, los miembros de la farándula estaban lookeados mucho más sobrios que los miembros de la élite. Mientras Catherine Fulop, Carla Petersen y Cecilia Roth fueron vestidas de negro, María Inés Lafuente Lacroze optó por un vestido de colores estridentes combinados animal print y la esposa del ex presidente de la Sociedad Rural Luciano Miguens optó por un vestido rosa fucsia vibrante con llamativa joyería, por nombrar sólo dos casos. Nuestra élite económica parece ser más desinhibida y buscar las luces de los fotógrafos con igual o más ahínco de quienes trabajan de eso.

Lejos quedaron las épocas en que el Mitre original, Bartolomé, enviara a su hijo Jorge Emilio a Brasil para silenciar el escándalo causado por un devaneo amoroso (Jorge terminó suicidándose), o cuando la familia de Lucio Mansilla hiciera todo lo posible para evitar su casamiento con una modista hija de franceses. También quedó lejos el momento en que Dulce Liberal de Martínez de Hoz era considerada una de las mejores vestidas del mundo mientras el gobierno dictatorial, para el cual trabajaba su marido, reprimía el pelo largo y las minifaldas.

Por supuesto, es casi obligatoria aquí la referencia al menemismo, con sus dorados noventa, sus fiestas de Punta del Este y sus placares mostrados en Caras. No es casual que la figura emblemática del menemismo combinara un apellido de alcurnia, con un casi-desnudo y un tapado de visón en la tapa de la revista más leída del momento. Esa tapa de María Julia Alsogaray en Noticias, vista en retrospectiva, era también un signo que decía algo: en ella la combinación de una funcionaria que era casi una delegada presidencial, un apellido de alcurnia, un cuasi-desnudo y un abrigo de visón marcaba la combinación de poder, de abolengo familiar, de riqueza y de ostentación. Tal vez María Julia haya sido una adelantada.

Se habló (hablamos) mucho durante los noventa de la farandulización de la política; se ha hablado poco, sin embargo, de la farandulización de la riqueza. Fue en esa década que la elite económica argentina, antes acostumbrada a proyectar una imagen de recato, se descubrió que podía ser pública y celebrada. Que los presidentes podían no sólo ir a las fiestas de los millonarios en sus estancias (como, por supuesto, siempre lo habían hecho) sino sacarse además fotos deshinibidas. Y que estas fotos vendieran revistas y generaran imágenes aspiracionales para amplios sectores sociales.

Si en las fotos que vimos el domingo hay deja vu del menemismo es eporque el menmismo fue, para muchos, una época dorada. La época en la que el antes odiado peronismo, que solía antagonizar a los grupos propietarios pasó a celebrarlos. Una época en la que el populismo neoliberal solucionaba el problema electoral que ha tenido desde 1916 la derecha argentina (o sea, ganaba elecciones) para con esos votos ejecutar políticas económicas market-friendly. Esa época fue el mejor de los dos mundos. No es raro que se la extrañe. En los noventa, el liberalismo pensó que estaba haciéndole entrismo al peronismo, y sin embargo, fue el peronismo el que conquistó al liberalismo, al menos estilísticamente.

Un último apunte: miramos esas fotos y, mirando desde 2014, nos parece natural que no haya entre los invitados el presidente ni un miembro del gabinete ni un gobernador aliado de peso. No lo es. Es casi seguro que hasta el año 2003 los miembros del gabinete hubieran sido naturalmente invitados, y hubiesen naturalmente asistido. La distancia que hoy vemos es también un signo político, y ha sido políticamente construida.


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