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- 09.12.2014
Reclamos del cacerolazo boutique
El 13 de noviembre hubo un cacerolazo.
El 13 de noviembre hubo un cacerolazo.
Una serie de grupos autoconvocados a través de las redes sociales, con un apoyo mediático menor que en ocasiones anteriores, llamó a poner límites al gobierno nacional, manifestando principalmente contra la corrupción, la inflación y la inseguridad pero también contra otras calamidades como el control de cambio, la falta de independencia de los jueces, la soberbia presidencial, su inaceptable chavismo o la persecución de la AFIP.
Como ocurrió en las últimas manifestaciones, la escasa participación ciudadana incentivó la burla de los oficialistas y el discreto alejamiento de aquellos políticos opositores que solían participar de las marchas. Algunos manifestantes criticaron a la oposición e incluso a los medios por considerar que los “dejaron solos”.
La letanía habitual de los cacerolazos sostiene que el gobierno debe “escuchar el mensaje de la gente”. Entiendo que el reclamo no se refiere a la actitud pasiva de prestar oído sino a la de modificar la gestión de gobierno en base a ese “mensaje”. La anoréxica convocatoria de este cacerolazo boutique nos llevaría fácilmente a desestimar esa exigencia pero sería bueno hacer un ejercicio imaginario y pensar que el #13N fue en realidad un cacerolazo exitoso como, por ejemplo, el del #8N, hace dos años .
¿Qué debería hacer entonces el gobierno?
Para contestar esa pregunta deberíamos antes resolver una dificultad elemental: entender cual es ese “mensaje”. Una tarea complicada ya que no se trata de manifestaciones a favor o en contra de una iniciativa en particular ni tampoco existe una organización oficial que articule y ordene los reclamos.
Si tomamos en cuenta los carteles de los manifestantes y los comentarios de las redes sociales afines, CFK debería frenar los abusos, frenar la inflación, apoyar una Justicia independiente y nombrar en la Corte a un opositor, dejar de usar la mayoría oficialista para votar proyectos oficialistas, dejar de robar, combatir el Estado ausente y el Estado controlador, frenar la dictadura K, brindar mejores servicios públicos y cobrar menos impuestos, desistir de trasladar el monumento a Colón, irse a Cuba, dejar de generar vergüenza ajena con sus discursos, liberar el control de cambio, renunciar e incluso morir.
Como no parece una tarea fácil propongo que hagamos otro ejercicio imaginario. Pensemos que el cacerolazo no sólo fue masivo sino que logró expresar un reclamo preciso. Digamos que 200.000 personas se manifestaron pacíficamente en todo el país a favor de, por ejemplo, reemplazar el Código Civil por el Levítico para que, entre otras cuestiones, la homosexualidad vuelva a ser una abominación y las mujeres adúlteras puedan ser lapidadas nuevamente.
Puede parecer una exigencia disparatada pero recordemos que muchos se opusieron a la ley de divorcio de 1987 por considerar que el matrimonio civil no es un simple contrato que se pueda revocar sino un sacramento irrenunciable. Por no mencionar la furia que generó el Matrimonio Igualitario y la posibilidad de adopción por parte de una pareja homosexual.
¿Qué debería hacer el gobierno frente a un reclamo tan contundente y tan preciso? ¿Debería intentar negociar e incluir en el Código Civil sólo algunos puntos del Levítico? ¿Sí a la lapidación, por ejemplo, pero no a la abominación? ¿Un poco de cada?
No cabe duda que el gobierno “escucha los reclamos de la gente”, para retomar la mencionada letanía. Es decir que los reclamos visibles, como lo sería éste, entran dentro de su mesa de arena.
Pero si además de escucharlo el gobierno modificara su agenda política por las exigencias de una minoría estaría traicionando el voto de las mayorías. Dejaría de hacer lo que considera mejor para la ciudadanía para liberarse de la presión de un sector minoritario. Incurriría en una estafa parecida a la que cometió la Mentalista Carrió cuando se abstuvo de votar la ley de Matrimonio Igualitario que consideraba positiva para la ciudadanía- llegando incluso a opinar que sus electores preferirían que la vote- porque esa iniciativa se enfrentaba con las creencias de su iglesia.
Entonces, volviendo a la pregunta inicial: ¿qué debería hacer el gobierno frente al reclamo cacerolero, además de escucharlo?
Absolutamente nada.
Una serie de grupos autoconvocados a través de las redes sociales, con un apoyo mediático menor que en ocasiones anteriores, llamó a poner límites al gobierno nacional, manifestando principalmente contra la corrupción, la inflación y la inseguridad pero también contra otras calamidades como el control de cambio, la falta de independencia de los jueces, la soberbia presidencial, su inaceptable chavismo o la persecución de la AFIP.
Como ocurrió en las últimas manifestaciones, la escasa participación ciudadana incentivó la burla de los oficialistas y el discreto alejamiento de aquellos políticos opositores que solían participar de las marchas. Algunos manifestantes criticaron a la oposición e incluso a los medios por considerar que los “dejaron solos”.
La letanía habitual de los cacerolazos sostiene que el gobierno debe “escuchar el mensaje de la gente”. Entiendo que el reclamo no se refiere a la actitud pasiva de prestar oído sino a la de modificar la gestión de gobierno en base a ese “mensaje”. La anoréxica convocatoria de este cacerolazo boutique nos llevaría fácilmente a desestimar esa exigencia pero sería bueno hacer un ejercicio imaginario y pensar que el #13N fue en realidad un cacerolazo exitoso como, por ejemplo, el del #8N, hace dos años .
¿Qué debería hacer entonces el gobierno?
Para contestar esa pregunta deberíamos antes resolver una dificultad elemental: entender cual es ese “mensaje”. Una tarea complicada ya que no se trata de manifestaciones a favor o en contra de una iniciativa en particular ni tampoco existe una organización oficial que articule y ordene los reclamos.
Si tomamos en cuenta los carteles de los manifestantes y los comentarios de las redes sociales afines, CFK debería frenar los abusos, frenar la inflación, apoyar una Justicia independiente y nombrar en la Corte a un opositor, dejar de usar la mayoría oficialista para votar proyectos oficialistas, dejar de robar, combatir el Estado ausente y el Estado controlador, frenar la dictadura K, brindar mejores servicios públicos y cobrar menos impuestos, desistir de trasladar el monumento a Colón, irse a Cuba, dejar de generar vergüenza ajena con sus discursos, liberar el control de cambio, renunciar e incluso morir.
Como no parece una tarea fácil propongo que hagamos otro ejercicio imaginario. Pensemos que el cacerolazo no sólo fue masivo sino que logró expresar un reclamo preciso. Digamos que 200.000 personas se manifestaron pacíficamente en todo el país a favor de, por ejemplo, reemplazar el Código Civil por el Levítico para que, entre otras cuestiones, la homosexualidad vuelva a ser una abominación y las mujeres adúlteras puedan ser lapidadas nuevamente.
Puede parecer una exigencia disparatada pero recordemos que muchos se opusieron a la ley de divorcio de 1987 por considerar que el matrimonio civil no es un simple contrato que se pueda revocar sino un sacramento irrenunciable. Por no mencionar la furia que generó el Matrimonio Igualitario y la posibilidad de adopción por parte de una pareja homosexual.
¿Qué debería hacer el gobierno frente a un reclamo tan contundente y tan preciso? ¿Debería intentar negociar e incluir en el Código Civil sólo algunos puntos del Levítico? ¿Sí a la lapidación, por ejemplo, pero no a la abominación? ¿Un poco de cada?
No cabe duda que el gobierno “escucha los reclamos de la gente”, para retomar la mencionada letanía. Es decir que los reclamos visibles, como lo sería éste, entran dentro de su mesa de arena.
Pero si además de escucharlo el gobierno modificara su agenda política por las exigencias de una minoría estaría traicionando el voto de las mayorías. Dejaría de hacer lo que considera mejor para la ciudadanía para liberarse de la presión de un sector minoritario. Incurriría en una estafa parecida a la que cometió la Mentalista Carrió cuando se abstuvo de votar la ley de Matrimonio Igualitario que consideraba positiva para la ciudadanía- llegando incluso a opinar que sus electores preferirían que la vote- porque esa iniciativa se enfrentaba con las creencias de su iglesia.
Entonces, volviendo a la pregunta inicial: ¿qué debería hacer el gobierno frente al reclamo cacerolero, además de escucharlo?
Absolutamente nada.
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