Macri y Massa, presionados a acordar

La política, como escribió Hannah Arendt, es la esfera de lo incondicionado. Casi todo es posible en política, pero no todo, si lo que se quiere es ganar. En la Argentina el campo político está en un momento de definiciones.

La política, como escribió Hannah Arendt, es la esfera de lo incondicionado. Casi todo es posible en política, pero no todo, si lo que se quiere es ganar. En la Argentina el campo político está en un momento de definiciones. La campaña presidencial está tomando lentamente velocidad, y los tiempos se recortan. En pocos días más comenzarán las vacaciones escolares, las fiestas de fin de año, y luego un hiato hasta marzo. Y luego ya no habrá más margen para especular si tal o cual será candidato: las listas habrán de definirse para las PASO de agosto de 2015. Hoy, los interesados deben comenzar a tomar ciertas decisiones, a cerrar el número de futuros posibles.

En esta columna vamos a lanzar una predicción: a partir de este momento, arreciarán las presiones de los “analistas políticos serios”, de ciertos consultores y encuestadores, y de figuras claves de los medios de comunicación para tratar de que Mauricio Macri y Sergio Massa lleguen a un acuerdo explícito de cara la elección del 2015.

Esta predicción se basa en dos datos: el estado actual del campo político, y la conducta de estos actores en los últimos diez años.

El escenario político, hoy, se presenta así. Por un lado el gobierno sigue siendo central y en gran medida los actores políticos se ven forzados a definirse a favor de o en contra de este gobierno, que conserva un grado sorprendente de resiliencia e iniciativa para ser un “pato rengo”. De un lado, se encuentra el archipiélago de lo que podemos llamar el FPV/Peronismo. En gran medida, la suerte de este espacio se encuentra atada a la evolución de la economía y el trabajo en el último año del gobierno.

Más allá del peronismo la cuestión no está tan clara. Hoy por hoy hay tres principales candidatos opositores: Sergio Massa, Mauricio Macri y Ernesto Sanz. Por un lado, la existencia de tres candidatos opositores, dos de los cuales cuentan con buena imagen y con alta intención de voto y con experiencia de gobierno en distritos importantes (el mayor capital de Sanz es la implantación territorial de la UCR) habla de la vitalidad opositora. Sergio Massa en el 2013 derrotó al kirchnerismo en su bastión de la provincia de Buenos Aires; Mauricio Macri se cansó de ganar elecciones en la CABA. Ernesto Sanz, corriendo desde atrás, ha demostrado largamente su voluntad de llegar a un acuerdo con el PRO.

Entonces, uno podría preguntarse, ¿por qué deberían arreglar Macri y Massa? ¿No sería mejor que hicieran cada uno su juego, robándole votos al kirchnerismo por las puntas no peronista y peronista de derecha, y simplemente hicieran que sus votantes confluyeran en segunda vuelta? Así hicieron, sin ir más lejos, Aécio Neves y Marina Silva en Brasil, y estuvieron cerca de ganar. Después de todo, las encuestas (dicen) muestran que cualquier candidato opositor que llegue a la segunda vuelta le ganaría al candidato del FPV.

Sin embargo, la clave está en una peculiaridad del diseño electoral argentino, que no existe en ningún otro país de la región. Se trata, por supuesto, de la cláusula que establece que si un candidato obtiene en primera vuelta un 40% de los votos y le saca un mínimo de 10 puntos de distancia al segundo no hay ninguna segunda vuelta. El diseño institucional argentino, entonces, castiga (y muy duramente, agregamos) la fragmentación opositora en elecciones presidenciales.

Seamos claros: bajo estas reglas, la fragmentación opositora es una aliada del gobierno, como lo fue en 2007 y en 2011, donde la distancia entre primeros y segundos fue récord. (Recordemos que en 2007 CFK ganó en primera ronda sin llegar al 50% de los votos.) ¿Qué pasa si en la primera vuelta Scioli obtiene 40%, Macri 25% y Massa 20%? Pues que no hay segunda vuelta. Y el problema es que, en cierta medida, Macri y Massa compiten por un electorado que, sino es el mismo, es muy similar. Si bien hoy por hoy un candidato del FPV parece no tener el 50% garantizado-y he aquí la cuestión-tampoco lo tienen ni Massa ni Macri.

La segunda cuestión es ésta. Hace algunos meses tal escenario parecía completamente imposible, porque parecía evidente a todas luces que el gobierno kirchnerista se encaminaba a un sonoro fracaso económico y político, con perspectivas, inclusive, de renuncia de CFK. El problema es que este escenario de debacle, que facilitaría notoriamente la tarea de la oposición, hasta hora no se produjo. El gobierno en estos días parece haber controlado algo la situación financiera. El PJ no explotó en un garrochismo sin control. Daniel Scioli, sobre todo, se mantiene como un candidato competitivo en las encuestas.

Y muchos jugadores económicos y culturales de peso (sobre todo empresarios) no tienen una gran preferencia por esto o aquel candidato sino sólo buscan que ante todo pierda el FPV. La derrota del gobierno es su principal objetivo, más que la carrera política de tal o cual. La idea de que un candidato afín al gobierno puede ganar es inaceptable, y dirán sin duda que la salud de la república es una cuestión tan seria. Será sólo cuestión de tiempo, si se mantiene el escenario actual, para que veamos llamamientos a una generosa unidad opositora.

No decimos que esta alianza se dará. Tampoco decimos que sea buena, o efectiva. Sólo decimos que aquellos sectores que quieren influenciar las próximas elecciones pero que no cuentan con la experiencia de hacer una campaña nacional ni, de hecho, saben muy claramente cómo se gana una elección, la reclamarán sin duda.


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