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- 02.10.2014
Chango Spasiuk: “el chamamé es el chamamé, y no necesita que lo legitimen”
Por Sebastián Scigliano
Hace más de 25 años que le corre los márgenes a un género pletórico de matices e injustamente ninguneado como el chamamé, pero siempre desde la recuperación de sus tradiciones más nobles. Así llegó el Chango Spasiuk a tocar en el Teatro Colón, hace casi un año, concierto que quedó registrado en el álbum “Tierra colorada en el teatro Colón” y que vuelve a presentar en Buenos Aires, con los mismo músicos, en el teatro Coliseo. “Es un montón de música que yo disfruto mucho tocar”, dice sobre la recreación de aquella experiencia.
¿Cómo te preparás para revivir lo que fue la experiencia de tocar en el Colón?
Son dos cosas diferentes, porque lo significativo del Colón fue que pudo quedar un registro de eso, que es el disco. Lo intenso que fue el Colón está en el disco, y en el documental, y en el DVD, y ahí la gente puede acceder un poco a eso. Pero más allá de lo intenso que fue ese concierto, hay un repertorio y hay músicos, y el concierto que viene es recrear esa música, obvio que en otro contexto, y casi un año después, pero hay un montón de música que yo disfruto tocar, y que vale la pena pasar por ahí. Volver a tocar la Suite del Nordeste, volver a tocar con el Ensamble Estación Buenos Aires, con el maestro Rafael Gintoli, tocar con mi sexteto, poder pasar por todo ese repertorio de nuevo, casi con la misma dinámica, a mí me da muchísima alegría. El disco del Colón termina siendo como un disparador para tocar esa música nuevamente, con los mismos músicos. No estoy esperando que suceda en el Coliseo lo mismo que pasó en el Colón, pero sí me da vértigo y alegría poder tocar para la gente de Buenos Aires, para mucha gente que escuchó el disco, y para mucha otra que no me conoce, o que me vieron en vivo y quieren volver a ver ese repertorio. A mí eso es lo que me da alegría, no me preocupa que no sea el Colón.
¿Qué significó para vos ese momento aquel concierto?
Fue muy intenso, y hermoso, y simbólico. Yo nunca había grabado un disco en vivo, y te puede pasar que, cuando llegás al disco muchas veces te parece mejor que lo podrías haber documentado en vivo, pero lo que me sucede a mí es que lo veo y me gusta lo que sucede, me gusta el sonido que me devolvió el teatro, y técnicamente se pudo hacer un buen registro de eso. Los músicos que grabamos mucho tenemos como una especie de neurosis, que siempre nos hace buscar el mejor audio de nuestro instrumento. Cuando yo escucho este registro, me gusta mucho. Me gusta el sonido y el repertorio.
Decías que el disco es una buena manera de entrar a tu música, porque sentís que ya estaba preparada para sonar en un teatro como el Colón. ¿Sentís que fue, también, un reconocimiento al chamamé como género?
Eso se puede prestar a muchas lecturas. Porque el chamamé es el chamamé, y no necesita que lo legitimen, pero tampoco es poca cosa que un repertorio y un compositor de ese género entre en la programación institucional del Colón. Yo no voy a negar eso, ni decir que es lo más normal del mundo llegar ahí. Me alegro que cuando llegué ahí, estaba preparado para eso, mi música estaba preparada. En el comienzo del documental digo que si hubiese llegado diez años atrás, hubiese dado el concierto igual, pero ese no hubiera el momento. No es la misma mi música. Diez años atrás hay más buenas intenciones que ideas concretas. Me alegro mucho de que haya sido ahora, y llegar con un contenido contundente. En algún lugar, de todas formas, tocar Cocomarola ahí quiere decir algo, y me sentí muy contento.
¿Te parece que el chamamé tiene un protagonismo en la escena de la música popular argentina que antes no tenía?
El Festival Nacional del Chamamé está cumpliendo 25 años, y no creo que haya otro acontecimiento temático en Argentina que tenga la contundencia de ese. Son algunos signos, pero me parece que no es hora de dormirse en los laureles, es un pequeño comienzo. Hay una frase, creo que de Sócrates: nada más urgente que lo que lleva mucho tiempo. Hay que pensar en trabajar seriamente, como si se estuviera empezando de cero.
Vos tenés un lugar en eso que pasó.
Yo tengo el lugar de un proyecto personal, porque a mí nadie me pidió que lo hiciera. Siento que ocupo un lugar dentro del chamamé, pero como otros chamameceros también, nadie me dio chapa de embajador. No me voy a parar donde nadie me puso. reconozco que lo que yo hago es un proyecto personal, en el que estoy tratando de llegar a una identidad estética, pero parado sobre un lenguaje y sobre una tradición, porque nací en ella, y trato de ser respetuoso de eso. Lo que hago, con mi capacidad y mi limitación, no es solamente productivo para mí, sino que, de alguna manera, es productivo para la tradición tambièn. Pero el punto de partida es algo personal. Muy a la distancia, la puedo mirar y decir que, después de 25 años, hay que mantenerse haciendo esto, y eso genera, sí, respeto y consideración, y yo siento eso de parte del ambiente.
No hay vanguardia sin tradición, decías también por ahí. En relación con esa tradición, ¿te considerás un recreador o un renovador?
No me gusta la renovación, a mí me gusta la palabra desarrollo. Yo desarrollo un lenguaje, en función de mis necesidades personales. Por momentos tengo ganas de ir hacia la sofisitcación y la complejidad, y por momentos tengo la necesidad de ir hacia algo simple y despojado. Pero cualquiera de las direcciones que elija, lo hago desde el conocimiento. Yo conozco la tradición y el lenguaje sobre el que me muevo, nadie puede decir que soy un improvisado en eso. Ahora, un recreador no soy, eso es cierto. A mi me gusta la palabra desarrollo, y para desarrollar algo, hay que conocerlo. Pero el producto de ese desarrollo no es algo separado de la tradición misma. Por eso en el Colón se escucha una polka, se escucha a Cocomorala, o la Suite del Nordeste, o al propio Piazzolla y nada desencaja, porque todo es parte de una espontaneidad, que suena de un modo muy orgánico. Estoy pendiente de ser fiel a mi sensaciòn personal, como decía Atahualpa, encontrar la sombra que el corazón ansía. Me encanta esa metáfora, encontrar que estás pasando por un acorde o una armonía y descubrirte ahí. Y eso puede ser algo muy tradicional o muy sofisticado. Cualquiera de esas dos puntas estéticas son una opción personal.
Insitís mucho en que Argentina es un universo sonoro que va mucha más allá del tango, y que hay que hacerlo conocer. ¿Qué aporta el chamamé en ese universo?
La diversidad. Nosotros asociamos al bandoneón con el tango, pero hay que prestarle atención a la cantidad de instrumentistas que han desarrollado al bandoneón fuera del tango, de otras tradiciones: Dino Saluzzi, Cocomarola, los bandoneonistas que tuvo Ernesto Montiel, Isaco Abitbol. Después, el aporte a la construcción sonora de un país. Cuando te preguntan de dónde venís, y vos podés hablar del tango, de la chacarera, de los gatos, de que en el nordeste se tocan chotis, polcas rurales, y una música llamada chamamé, que en el sur se tocan tonadas, cuecas, en la pampa, huellas, milongas, es como si le llenaras la cara de dedos al que te pregunta. En toda esa diversidad estoy parado yo, pero vengo de esta tradición, esta específica, a la que vale la pena prestarle atención. Es el encuentro del jesuita con los pueblos originarios guaraníes, la formación de las poblaciones mestizas, los inmigrantes; todo un tejido sonoro en el cual convergen todos esos elementos a lo largo de la historia que hoy suenan de esta manera. El bandoneón, por ejemplo, ha sido un elemento de desarrollo. Porque el chamamé empezó con los primeros pequeños acordeones, pero cuando los instrumentistas empezaron a ver las limitaciones de esos instrumentos, se pasaron al bandoneón. Recién a partir del 1900 los constructores de acordeones, entre ellos los Anconetani, empezaron a construir acordeones más desarrollados. La gran discografía de Raúl Barboza está hecha con un Anconetani, por ejemplo. Si se mira la discografía del ´60 y el ´70 de los grupos de chamamé, el 90 por ciento de los acordeones son Anconetani. Eso es una evolución. Hay una serie de chamamés escritos por Cocomarola que se nota son todavía de cuando tocaba esos acordeones originales. Después se pasó al bandoneón. Es interesante ver todos esos momentos estéticos con el desarrollo del chamamé.
¿Cómo ves la relación de otras músicas con el chamamé?
Si uno lo ve desde el punto de vista musical, se pregunta cuál es la intención de que dos músicas convivan. Pero si uno no pone a la música como algo separado de la vida, sino como parte de ella, entonces el diálogo, el punto en común entre aspectos aparentemente inencontrables, se tiene que ver reflejado en las acciones como músico. Yo no quiero volver chamameceros a los rockeros, ni quiero tomar elementos del rock para tocar mi música, simplemente se que hay un montón de puntos en común y que uno se puede encontrar en esos puntos, y enriquecer los mundos de ambos. Eso se hace a través del diálogo y el intercambio, que se puede dar en un montón de situaciones; una, es tocando. Por eso he tocado con alguna gente chamamé y con otra no. Cuando Cienfuegos me invitó a tocar un tema de David Byrne, yo no dije que si no tocábamos chamamé, entonces no. ¿Por qué no? Ese es un diálogo maravilloso, que no necesariamente en términos comerciales o estéticos, cada uno sigue su camino despuès, pero con algo nuevo. Es muy lindo pasar por el mundo de Hendrix con el acordeón, por ejemplo. O por la tradición del blues, o la música del sur de estados unidos, tradiciones en cuyo inicio estaba el acordeón. Y ver cómo esa tradición terminó en Muddy Waters o en Stevie Ray Vaughan. Es como la historia del chamamé: de Cocomarola a Barbosa y de Barbosa hasta lo que está sonando ahora.
¿Qué esperás que te pase como artista?
Es que yo no me considero un artista, sino un hombre que se relaciona con elementos artísticos. Solo quiero estar en paz, encontrar la sombra que el corazón ansía, como decía antes. Con la música, una llega a algunas cosas, pero duran muy poco. Ojalá pudiera encontrar algo que dure un poco más, que lo pueda llevar a lo ordinario y lo doméstico un poco más, y que no solamente ese estado especial de un concierto, por ejemplo, en el que uno se siente, por momentos, a salvo, dure un poquito más. Como artista uno busca tambièn, de alguna manera, llegar a una mejor capacidad de síntesis, a encontrar esa combinación estética que sea tu pequeña voz, que eso que tenés para decir lo decís de tal manera.
Hace más de 25 años que le corre los márgenes a un género pletórico de matices e injustamente ninguneado como el chamamé, pero siempre desde la recuperación de sus tradiciones más nobles. Así llegó el Chango Spasiuk a tocar en el Teatro Colón, hace casi un año, concierto que quedó registrado en el álbum “Tierra colorada en el teatro Colón” y que vuelve a presentar en Buenos Aires, con los mismo músicos, en el teatro Coliseo. “Es un montón de música que yo disfruto mucho tocar”, dice sobre la recreación de aquella experiencia.
¿Cómo te preparás para revivir lo que fue la experiencia de tocar en el Colón?
Son dos cosas diferentes, porque lo significativo del Colón fue que pudo quedar un registro de eso, que es el disco. Lo intenso que fue el Colón está en el disco, y en el documental, y en el DVD, y ahí la gente puede acceder un poco a eso. Pero más allá de lo intenso que fue ese concierto, hay un repertorio y hay músicos, y el concierto que viene es recrear esa música, obvio que en otro contexto, y casi un año después, pero hay un montón de música que yo disfruto tocar, y que vale la pena pasar por ahí. Volver a tocar la Suite del Nordeste, volver a tocar con el Ensamble Estación Buenos Aires, con el maestro Rafael Gintoli, tocar con mi sexteto, poder pasar por todo ese repertorio de nuevo, casi con la misma dinámica, a mí me da muchísima alegría. El disco del Colón termina siendo como un disparador para tocar esa música nuevamente, con los mismos músicos. No estoy esperando que suceda en el Coliseo lo mismo que pasó en el Colón, pero sí me da vértigo y alegría poder tocar para la gente de Buenos Aires, para mucha gente que escuchó el disco, y para mucha otra que no me conoce, o que me vieron en vivo y quieren volver a ver ese repertorio. A mí eso es lo que me da alegría, no me preocupa que no sea el Colón.
¿Qué significó para vos ese momento aquel concierto?
Fue muy intenso, y hermoso, y simbólico. Yo nunca había grabado un disco en vivo, y te puede pasar que, cuando llegás al disco muchas veces te parece mejor que lo podrías haber documentado en vivo, pero lo que me sucede a mí es que lo veo y me gusta lo que sucede, me gusta el sonido que me devolvió el teatro, y técnicamente se pudo hacer un buen registro de eso. Los músicos que grabamos mucho tenemos como una especie de neurosis, que siempre nos hace buscar el mejor audio de nuestro instrumento. Cuando yo escucho este registro, me gusta mucho. Me gusta el sonido y el repertorio.
Decías que el disco es una buena manera de entrar a tu música, porque sentís que ya estaba preparada para sonar en un teatro como el Colón. ¿Sentís que fue, también, un reconocimiento al chamamé como género?
Eso se puede prestar a muchas lecturas. Porque el chamamé es el chamamé, y no necesita que lo legitimen, pero tampoco es poca cosa que un repertorio y un compositor de ese género entre en la programación institucional del Colón. Yo no voy a negar eso, ni decir que es lo más normal del mundo llegar ahí. Me alegro que cuando llegué ahí, estaba preparado para eso, mi música estaba preparada. En el comienzo del documental digo que si hubiese llegado diez años atrás, hubiese dado el concierto igual, pero ese no hubiera el momento. No es la misma mi música. Diez años atrás hay más buenas intenciones que ideas concretas. Me alegro mucho de que haya sido ahora, y llegar con un contenido contundente. En algún lugar, de todas formas, tocar Cocomarola ahí quiere decir algo, y me sentí muy contento.
¿Te parece que el chamamé tiene un protagonismo en la escena de la música popular argentina que antes no tenía?
El Festival Nacional del Chamamé está cumpliendo 25 años, y no creo que haya otro acontecimiento temático en Argentina que tenga la contundencia de ese. Son algunos signos, pero me parece que no es hora de dormirse en los laureles, es un pequeño comienzo. Hay una frase, creo que de Sócrates: nada más urgente que lo que lleva mucho tiempo. Hay que pensar en trabajar seriamente, como si se estuviera empezando de cero.
Vos tenés un lugar en eso que pasó.
Yo tengo el lugar de un proyecto personal, porque a mí nadie me pidió que lo hiciera. Siento que ocupo un lugar dentro del chamamé, pero como otros chamameceros también, nadie me dio chapa de embajador. No me voy a parar donde nadie me puso. reconozco que lo que yo hago es un proyecto personal, en el que estoy tratando de llegar a una identidad estética, pero parado sobre un lenguaje y sobre una tradición, porque nací en ella, y trato de ser respetuoso de eso. Lo que hago, con mi capacidad y mi limitación, no es solamente productivo para mí, sino que, de alguna manera, es productivo para la tradición tambièn. Pero el punto de partida es algo personal. Muy a la distancia, la puedo mirar y decir que, después de 25 años, hay que mantenerse haciendo esto, y eso genera, sí, respeto y consideración, y yo siento eso de parte del ambiente.
No hay vanguardia sin tradición, decías también por ahí. En relación con esa tradición, ¿te considerás un recreador o un renovador?
No me gusta la renovación, a mí me gusta la palabra desarrollo. Yo desarrollo un lenguaje, en función de mis necesidades personales. Por momentos tengo ganas de ir hacia la sofisitcación y la complejidad, y por momentos tengo la necesidad de ir hacia algo simple y despojado. Pero cualquiera de las direcciones que elija, lo hago desde el conocimiento. Yo conozco la tradición y el lenguaje sobre el que me muevo, nadie puede decir que soy un improvisado en eso. Ahora, un recreador no soy, eso es cierto. A mi me gusta la palabra desarrollo, y para desarrollar algo, hay que conocerlo. Pero el producto de ese desarrollo no es algo separado de la tradición misma. Por eso en el Colón se escucha una polka, se escucha a Cocomorala, o la Suite del Nordeste, o al propio Piazzolla y nada desencaja, porque todo es parte de una espontaneidad, que suena de un modo muy orgánico. Estoy pendiente de ser fiel a mi sensaciòn personal, como decía Atahualpa, encontrar la sombra que el corazón ansía. Me encanta esa metáfora, encontrar que estás pasando por un acorde o una armonía y descubrirte ahí. Y eso puede ser algo muy tradicional o muy sofisticado. Cualquiera de esas dos puntas estéticas son una opción personal.
Insitís mucho en que Argentina es un universo sonoro que va mucha más allá del tango, y que hay que hacerlo conocer. ¿Qué aporta el chamamé en ese universo?
La diversidad. Nosotros asociamos al bandoneón con el tango, pero hay que prestarle atención a la cantidad de instrumentistas que han desarrollado al bandoneón fuera del tango, de otras tradiciones: Dino Saluzzi, Cocomarola, los bandoneonistas que tuvo Ernesto Montiel, Isaco Abitbol. Después, el aporte a la construcción sonora de un país. Cuando te preguntan de dónde venís, y vos podés hablar del tango, de la chacarera, de los gatos, de que en el nordeste se tocan chotis, polcas rurales, y una música llamada chamamé, que en el sur se tocan tonadas, cuecas, en la pampa, huellas, milongas, es como si le llenaras la cara de dedos al que te pregunta. En toda esa diversidad estoy parado yo, pero vengo de esta tradición, esta específica, a la que vale la pena prestarle atención. Es el encuentro del jesuita con los pueblos originarios guaraníes, la formación de las poblaciones mestizas, los inmigrantes; todo un tejido sonoro en el cual convergen todos esos elementos a lo largo de la historia que hoy suenan de esta manera. El bandoneón, por ejemplo, ha sido un elemento de desarrollo. Porque el chamamé empezó con los primeros pequeños acordeones, pero cuando los instrumentistas empezaron a ver las limitaciones de esos instrumentos, se pasaron al bandoneón. Recién a partir del 1900 los constructores de acordeones, entre ellos los Anconetani, empezaron a construir acordeones más desarrollados. La gran discografía de Raúl Barboza está hecha con un Anconetani, por ejemplo. Si se mira la discografía del ´60 y el ´70 de los grupos de chamamé, el 90 por ciento de los acordeones son Anconetani. Eso es una evolución. Hay una serie de chamamés escritos por Cocomarola que se nota son todavía de cuando tocaba esos acordeones originales. Después se pasó al bandoneón. Es interesante ver todos esos momentos estéticos con el desarrollo del chamamé.
¿Cómo ves la relación de otras músicas con el chamamé?
Si uno lo ve desde el punto de vista musical, se pregunta cuál es la intención de que dos músicas convivan. Pero si uno no pone a la música como algo separado de la vida, sino como parte de ella, entonces el diálogo, el punto en común entre aspectos aparentemente inencontrables, se tiene que ver reflejado en las acciones como músico. Yo no quiero volver chamameceros a los rockeros, ni quiero tomar elementos del rock para tocar mi música, simplemente se que hay un montón de puntos en común y que uno se puede encontrar en esos puntos, y enriquecer los mundos de ambos. Eso se hace a través del diálogo y el intercambio, que se puede dar en un montón de situaciones; una, es tocando. Por eso he tocado con alguna gente chamamé y con otra no. Cuando Cienfuegos me invitó a tocar un tema de David Byrne, yo no dije que si no tocábamos chamamé, entonces no. ¿Por qué no? Ese es un diálogo maravilloso, que no necesariamente en términos comerciales o estéticos, cada uno sigue su camino despuès, pero con algo nuevo. Es muy lindo pasar por el mundo de Hendrix con el acordeón, por ejemplo. O por la tradición del blues, o la música del sur de estados unidos, tradiciones en cuyo inicio estaba el acordeón. Y ver cómo esa tradición terminó en Muddy Waters o en Stevie Ray Vaughan. Es como la historia del chamamé: de Cocomarola a Barbosa y de Barbosa hasta lo que está sonando ahora.
¿Qué esperás que te pase como artista?
Es que yo no me considero un artista, sino un hombre que se relaciona con elementos artísticos. Solo quiero estar en paz, encontrar la sombra que el corazón ansía, como decía antes. Con la música, una llega a algunas cosas, pero duran muy poco. Ojalá pudiera encontrar algo que dure un poco más, que lo pueda llevar a lo ordinario y lo doméstico un poco más, y que no solamente ese estado especial de un concierto, por ejemplo, en el que uno se siente, por momentos, a salvo, dure un poquito más. Como artista uno busca tambièn, de alguna manera, llegar a una mejor capacidad de síntesis, a encontrar esa combinación estética que sea tu pequeña voz, que eso que tenés para decir lo decís de tal manera.
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