Liliana Herrero: “Yo viviría en estado de asamblea permanente de músicos”

Por Sebastián Scigliano
Dueña de un estilo personálisimo y de una capacidad interpretativa que parece inagotable, Liliana Herrero se ha convertido en una referencia extraña para la música popular argentina, como si fuera un faro indócil, en perpetuo movimiento, que invita todo el tiempo a redescubir aquello que ya se suponía consolidado. Este viernes, en el ND Teatro, vuelve a presentar su último disco, Maldigo, en el que ella misma confiesa haber intentado “retirarme de cierta domesticación que tiene, muchas veces, la música”. Sobre ese camino y sobre el balance que hace de su carrera signada por la búsqueda y la novedad, habló con Nueva Ciudad.

Cuando apareció el disco, decías que durante la grabación habías tenido la sensación de que, en este trabajo, había algo como de ruptura de un lenguaje, algo del mal decir, o del mal cantar que rompía un molde. ¿Seguís teniendo aquella sensación?

Sí, sobre todo, más que mal cantar, se trataba de retirarme un poco del bien o del mal cantar, de una valoración del buen canto o del mal canto. Retirarme de esa cierta domesticación que tiene la música, muchas veces, o del canon, si se quiere, se canta así o asá, se pone tal o cuál acorde, etc. De ese mundo yo intenté – no si lo logré – retirarme en Maldigo, y ver qué pasada ya concretamente desbocada, yo y los músicos, y los temas que habíamos elegido, a ver si podían escucharse en otro universo sonoro. Por eso decidimos grabar en estudio, pero en vivo, sin regrabar nada después.

Se podría identificar ese intento de ruptura con el canon en casi toda tu carrera. ¿Cuándo sentiste que eso pasaba especialmente en este disco?

No se en qué momento tomé la decisión de grabar en vivo y en el estudio. Ya lo había hecho otras veces, es cierto, como con los dos discos que hicimos con Juan Falú, pero eso era guitarra y voz, no había otra forma de grabarlo. Acá éramos un quinteto, y con Mauricio Bernal tocando en muchos temas la marimba y en muchos otros también con Lisandro Aristimuño tocando. El único que grabó por afuera de ese sistema fue Rally Barrionuevo, que grabó su voz después, pero por un problema de tiempo, nada más. No sé en qué momento tomé la decisión de hacer eso; sí sé que lo que yo quería es que mi voz, por ejemplo, no fuera una referencia, que hiciéramos el tema todos juntos a ver cómo salía. Y cuando decidís eso, ya decidís un tipo de audio, una sonoridad. Mi voz, cuando tocábamos el tema, era la voz que iba a quedar, yo no iba a grabar después sobre eso. Y lo que íbamos a hacer todos, es lo que iba a quedar, y si salía mal, lo hacíamos de nuevo todos. Eso define un horizonte sonoro. Tal vez esa fue la decisión que tomé, la de tener un horizonte sonoro crudo.

En tu recuerdo de la grabación del disco aparece otro aspecto distintivo de tu carrera, que es la colaboración con otros músicos. ¿Qué balance hacés de esa experiencia?

Para mí eso es lo más lindo. Si pudiera, yo viviría en estado de asamblea permanente de músicos. Para mí es un diálogo precioso, es buscar juntos una sonoridad, o el modo de interrogar un tema, es un momento precioso, que estamos todos buscando. Y ahí es decide la música. Bajo ciertos preceptos, claro, sin que suene autoritario. Quiero decir: bajo cierta estética que a mí me interesa más que otra. Soy de buscar músicos que toquen poco, porque no se trata de la cantidad de notas que toques, sino de qué nota tocar en qué momento; es buscar sonidos, en definitiva, que es de lo que se trata la música. Y en ese diálogo, en esa conversación va apareciendo algo, y eso es lo que a mí más me interesa, y yo apuesto a eso, no abandonaría esta idea, sigo pensando la música como una extraordinaria conversación, con errores, con idas y vueltas, pero siempre es a lo que sigo apuntando.

En el disco aparece una versión de Oye Niño, de Miguel Abuelo, un autor que no es tan frecuentado por otros músicos. ¿Cómo tomaste esa decisión?

Siempre me interesó Miguel. No lo conocí personalmente, aunque sí lo fui a ver en vivo. Hacía mucho tiempo que tenía ganas de grabar algo de él. De hecho la misma Mercedes ya había hecho un tema suyo, Himno de mi corazón. Eso me dio mucha alegría y hasta mucha sorpresa en ese momento. También Spinetta hizo une versión hermosa de Mariposas de Madera, en el recital de Vélez, que fue un momento muy lindo, cantando solo. Lo que traté, sí, es de escucharlo poco antes de hacer el tema, porque es muy poderoso y muy determinante el modo de cantar de Miguel. Es un desesperado, alguien completamente arrojado al mundo, y eso siempre me interesó de él. Si pudiera hacer una homologación con una de las tantas personas que he admirado mucho y que ya no está, diría que a mí Miguel me hacía acordar a Alejandro Urdapilleta en el teatro, de quién sí fue muy amiga.

Hay algo desaforado ahí, en los dos.

Sí, hay una cosa abismada, desaforada, que siempre me interesó. A los dos los veía en ese fuera de quicio, y no con una actitud de buscar provecho de eso, sino que eran pese a eso, los sobrepasaba esa fuerza interior y poética que tenían.

Hace un tiempo, la cantante Luciana Juri decía que ella buscaba que su voz sonara como del lugar de donde ella era. ¿Vos tenés la misma búsqueda?

No lo se, un estilo se va amasando muy lentamente, uno va descubriendo cosas, va pensando, o incluso aparecen cosas que ni siquiera se piensan y aparecen. El estilo se amasa con mucho tiempo, con mucho sufrimiento y con muchos errores, y con muchos placeres, también. No sé si es tan literal el hecho de ser de un lugar y tener una voz. Yo soy una mujer del río, nacida en un lugar que es la patria del agua, Entre Ríos, y yo no sé si he encontrado la voz del río, es un misterio eso. Que la busco, sí, pero eso no quiere decir que la haya encontrado. El estilo es algo inacabado, y cesará esa búsqueda cuando cese la vida, pero no mientras estás cantando. A mí me gusta hasta el hecho de buscar en el mismo momento en que estoy cantando. Lo que si no se es si hay una correspondencia tan literal entre lugar y voz; ahora, que hay un modo de la música del litoral que a mí me conmueve especialmente, por ejemplo, eso sí. Yo escucho un acordeón y me conmuevo, o un sapucai, que es un grito de guerra extraordinario, que ojalá yo lo pudiera hacer. Y en este disco, por ejemplo, el que hace un sapucai es Rally, que es de Santiago del Estero, bien de adentro de la tierra.

En todo caso, más que buscar la voz, es reconocerse en las voces que suenan en ese lugar, esa parecía que era la búsqueda a la que se refería Luciana.

Es un búsqueda muy legítima esa, y tal vez también sea esa una búsqueda mía y yo no lo sé. Lo que no sé es si se consigue eso que se busca, pero la búsqueda en sí es muy legítima, claro.

¿qué expectativas tenés para el show de este viernes?

Que la música suene relajadamente, que todos disfrutemos lo que estamos haciendo. Y creo que va a ser así, porque este disco ya lo venimos tocando. Viene Martín Sued a tocar el bandoneón, que es un músico notable, y que es un instrumento, además, que yo no uso habitualmente como sonoridad; viene Lucio Balduini, con sus guitarras eléctricas y su pedalera, que también es muy lindo, y también va a venir Lisandro, que ya tocó en vivo con nosotros, pero que después no pudo acoplarse a las fechas que tuvimos y esta vez va a ser recién la segunda vez que toque con nosotros. La expectativa siempre de todo músico es que algo suene, aun en el error. Le temo menos al error que al estar tenso respecto de la música, eso no es bueno para nadie, ni para los músicos ni para el público.

 


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