EN COSTA SALGUERO HUBO TRES INSPECTORES

El Gobierno porteño tiene 79 inspectores para 1500 locales

En medio de la investigación por la cantidad de gente que ingreso a la fiesta Time Warp, los tres inspectores que allí estuvieron aseguran que no vieron irregularidades.

Gustavo Alberto Herms, Néstor Ricardo Cella y Pablo Germán Fontanellas, inspectores de la Dirección General de Fiscalización y Control de la Ciudad, de la Gerencia de Eventos Masivos, fueron citados por el juez Sebastián Casanello para que cuenten qué observaron el viernes pasado, cuando supervisaron el lugar hasta entrada la madrugada del sábado. Ellos no vieron nada.

La Ciudad tiene un plantel con apenas 79 inspectores -algunos son arquitectos- para controlar toda la actividad nocturna. Están divididos en equipos y hacen un promedio de 100 operativos los sábados. Ese número de inspectores debe vigilar los más de 1500 objetivos, entre pubs, quioscos, boliches (locales bailables de clase C), estadios y complejos. Los tres inspectores declararon que había 10.950 personas en la fiesta sobre la base de dos coordenadas: la cantidad de entradas vendidas, el cálculo de las dimensiones del lugar y los asistentes por metro cuadrado.

Pero, el juez Casanello investiga, a partir del cruce de mensajes entre los organizadores, si en la fiesta hubo casi el doble: 20.500 personas. De confirmarse esa cifra, se comprobaría que se sobrepasó la capacidad: el lugar había sido habilitado para 13.000 personas. Los tres inspectores determinaron también que el predio cumplía con los requisitos de asistencia en la emergencia.

Para la Ciudad, la fiesta estuvo enmarcada dentro de las normativas que le competen controlar. Entonces, ¿nada irregular sucedió en la Time Warp, donde murieron cinco personas y otras cinco siguen internadas? Según investiga la Justicia, sí. El delito de venta de droga le compete a la Prefectura Argentina, que tiene 19 agentes citados a indagatoria.

Los inspectores porteños bien podrían haber actuado como denunciantes, pero ya se señaló: no vieron nada, según pudo reconstruir La Nación. Tiene una explicación: nadie consume ni vende drogas delante de agentes equipados con un chaleco, una carpeta y un handy.




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