Sarmiento, Roca y Perón

Lo que nos diferencia de esos países de distribución tribal de la riqueza, con los que tanto sueñan nuestros politicos y economistas serios, es una inesperada trinidad: Sarmiento, Roca y Perón.

“A la América del Sur en general, y a la República Argentina sobre todo, le ha hecho falta un Tocqueville”
 Domingo F. Sarmiento
En un artículo publicado hace tiempo, el escritor chileno Rafael Gumucio hace referencia a Tocqueville y La democracia en América. Allí explica cómo el aristócrata francés, que tenía como misión estudiar el sistema carcelario norteamericano, fue más allá y terminó analizando el extraño experimento de “un país en el que las elecciones y sólo las elecciones eligen las autoridades, regidas todas ellas por una Constitución obsesionada con el equilibrio de poder”.
Con asombro, Tocqueville describió las enormes diferencias entre el Sur y el Norte, generadas principalmente por la separadora de aguas: la esclavitud. Para él, esa esclavitud de raza -que creía aún más injusta que la que padecían los siervos en la Europa de sus antepasados, ya que era irremediable- condenaba el trabajo, hacía inviable la democracia y, a largo plazo, incluso al capitalismo.

Gumucio se pregunta qué pensaría Tocqueville del Chile de hoy, un país que se jacta, tan exageradamente como nosotros, de no haber conocido la esclavitud ni el racismo.

“Tocqueville sabría, sin embargo, al primer golpe de vista, que esto no es Europa, y que la forma de asumir la desigualdad nuestra se parece más a la de los plantadores de algodón de Georgia y Alabama que a la de los duques o condes franceses”.

Gumucio describe las barreras invisibles y las aristocracias “de hecho” que siguen dominando una sociedad inamovible bajo el barniz de la modernidad y la riqueza, “en un delicado equilibrio que se basa en una alergia a la igualdad”, y concluye describiendo a Chile como “un país obsesionado con las leyes, los procedimientos, los partidos, las reformas de toda suerte que no cambian nunca la distribución tribal de la riqueza”.

La de Gumucio es una buena definición. Chile es una sociedad ordenada por la alcurnia más que por la riqueza. No que no haya nuevos ricos -empresarios, animadores de television o deportistas- pero estos tienen un cierto techo de cristal que les impide el acceso al poder politico y/o económico.

De este lado de la cordillera tenemos también una sólida tradición de desigualdad, aunque nuestro país presenta diferencias significativas. Por ejemplo, más allá de no pertenecer a nuestra aristocracia agro-ganadera (la única que tuvimos) Macri, el hijo de un albañil exitoso, es uno más entre nuestros poderosos y puede incluso aspirar a ser presidente de la República. En nuestro caso, el techo de cristal parecería ser más la fortuna que la alcurnia.

Hacia abajo de la pirámide social, los sindicalistas -representantes de esos negros en un país sin negros- ejercen un poder político real que sus pares chilenos jamás soñarían con tener.

Hay muchas razones que podrían explicar esa gran diferencia entre nuestros países. “En Chile faltó un fenómeno que es el peronismo” opina la escritora argentina Hebe Uhart. Agregaría que les faltó también la gran Ley 1420, que repartió con equidad una de las mayores fuentes de riqueza de un Estado, la educación, quitándole además el monopolio a la Iglesia.

La arquitecta e historiadora Rosa Aboy propone también, como elementos diferenciadores de sociedades más estamentales como la chilena, la inmigración masiva, el inicio del servicio militar obligatorio- que permitió que un hijo de inmigrantes, un coya o un patagónico compartieran la misma bandera- y, como Hebe Uhart, el peronismo, “la mayor transferencia de poder político a los de abajo que ha visto el Cono Sur.”

Podríamos concluir entonces que lo que nos diferencia de esos países de distribución tribal de la riqueza, con los que tanto sueñan nuestros politicos y economistas serios, es una inesperada trinidad: Sarmiento, Roca y Perón.


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