Cuidado con los griegos, portando presentes

Europa y el mundo entero miran en estos días a Grecia. A Grecia, la cuna de tantas cosas buenas (la democracia, la filosofía, la ciencia política, el teatro, la costumbre romántica de morir joven acometiendo alguna empresa absurda y caballerosa como lo hizo Lord Byron, la combinación de música, guerrilla antinazi y comunismo) que está desde hace cinco años en una crisis económica y social casi sin precedentes. La explosión financiera del 2008 que dejó en evidencia el endeudamiento masivo del estado griego, más las políticas de austeridad a demandadas por la Troika europea, resultaron en aumento de la pobreza, el desempleo y malestar social generalizado.

No es el objetivo de esta nota comentar los aspectos económicos de la crisis ni el proceso de negociación (¿negociación?) en curso con el resto de la Unión Europea; sólo ofrecer algunos comentarios a la situación estrictamente política de Grecia basados en una comparación con los procesos más similares que se dieron en los últimos años: las crisis políticas suscitadas por las implosiones de los gobiernos neoliberales de los noventa en América Latina.

De hecho, lo primero que llama la atención es cómo varias crisis siguieron una plantilla similar: países con problemas financieros y desbalances en la cuenta de pagos se ven forzados a adoptar paquetes de ajuste (privatizaciones, despidos masivos de empleados públicos, recortes de salarios) que deberían aumentar el superávit primario y garantizar pagos a los acreedores; sin embargo, el mismo ajuste deprime el PBI lo cual hace que la deuda se vuelva tan impagable como inamovible era la piedra de Sísifo. Y el sufrimiento social extendido (aumento de la pobreza, del desempleo, de la vulnerabilidad en general) termina en extendidas protestas sociales y un amplio desencanto con los partidos políticos que quedan (a veces casi en contra de su voluntad) como garantes del ajuste. El desencanto con los partidos moderados y centristas que aplican los primeros paquetes de achicamiento del estado abre entonces la posibilidad para el ascenso de fuerzas y políticos “outsiders” que asumen con una promesa populista: redención (fin de la austeridad, regreso a los buenos tiempos para el pueblo) y retribución (castigo para las élites responsables de la catástrofe).

Esta senda fue seguida por Venezuela, en donde el apoyo bipartidista de AD y COPEI a una década de ajuste culminó en el derrumbe del sistema político y el ascenso del chavismo; en Ecuador, donde la crisis política abrió el paso a un economista y rector universitario sin casi experiencia política previa; en Bolivia en donde las guerras del gas y del agua y una salvaje represión terminaron con la inédita elección de un indígena a la presidencia. También, aunque más moderado, se dio lo mismo en Argentina, en donde el hecho (casi fortuito) de que la crisis económica explotará bajo un gobierno radical y no bajo el menemismo permitió que el PJ cambiará de liderazgo y pasará de implementar los ajustes neoliberales a desandarlos. (Como analizamos con Flavia Freidenberg en The Monkey Cage).

Por supuesto que los procesos históricos no son nunca idénticos y que (sobre todo) no es lo mismo el contexto de las naciones semiperiféricas sudamericanas que lo que sucede en el Europa (aunque hay que recordar que Grecia es a su vez la periferia del centro europeo). Pero no es casual que, como en Sudamérica, veamos en Europa una multiplicación de partidos populistas luego de la crisis que comenzó en el 2008.

Este ascenso del populismo ha causado pavor en múltiples analistas políticos que miran a Europa; es más, algunos llamaron públicamente a usar esta crisis para forzar un cambio de régimen en Grecia, para mostrar al mundo que “el populismo no paga” y para lograr el retorno de los partidos moderados estilo PASOK y su líder, Samaras. Pero el estudio de los procesos de ascenso de los populismos sudamericanos nos debe llevar a poner en duda estas predicciones optimistas.

Primero, porque la idea de utilizar el castigo económico para insuflar en un país anticuerpos contra el populismo se ha demostrado como absolutamente errónea. Si el populismo de izquierda desagrada (nothing wrong with that, diría Seinfeld) existen maneras específicamente políticas de darle pelea. La idea de que un “castigo” económico logrará resultados políticos predecibles es ingenua; más bien, ajustes prolongados suelen crear inmenso enojo social, lo que lleva a procesos políticos de fin impredecible. En todo caso, la mejor manera de evitar el populismo es estabilizar la economía con medidas amplias y generosas de inclusión social; algo que, por otra parte, las fuerzas aliadas que ganaron la Segunda Guerra Mundial asumieron como la política correcta para tratar con la vencida Alemania.

Segundo: el patrón que hemos visto es uno en donde cuando los partidos políticos quedan pegados a políticas de ajuste tremendamente impopulares y deben dejar el poder, les resulta casi imposible volver. Ninguna de las fuerzas centristas, racionales y moderadas que fueron expulsadas del gobierno por rebeliones a políticas de ajuste tremendamente impopulares pudieron volver a gobernar, y en muchos casos dejaron de existir: ni AD ni COPEI, ni el MNR, ni Lucio Gutiérrez ni la UCR ni el FREPASO pudieron volver a ser partidos con chances creíbles de volver a ganar el gobierno. Más bien, a la pérdida súbita de credibilidad de una fuerza política puede seguirle un outsider, y si éste se va, quedará abierta la posibilidad de que llegue otro, tal vez aún más impredecible que el anterior. En el caso griego, como dice Paul Mason el patrón del electorado hasta ahora ha sido elegir fuerzas que le prometen eliminar la austeridad; una vez que éstas incumplen las mismas han sido votadas fuera del poder (como lo fueron Papandreu primero y luego ND.) Si Syriza desaparece, es impredecible saber quién la reemplazará.

Puede ser, por supuesto, que las cosas mejoren, que Tsipras logre aguantar el momento político, que la estabilización financiera reactive la economía y que Alemania, satisfecha con que Grecia no se rebelará, afloje los cordones de la bolsa, y que Grecia se encamine sin ningún cambio radical (algo así logró hacer Lula Da Silva en Brasil en el 2002). Pero tambíen puede ser que las protestas continúen y que el ciclo de atrición de partidos continúen.

En todo caso, nunca mejor momento para escuchar una canción del gran Mikis Teodorakis, en el marco de las celebraciones por los 60 años de la Batalla de Creta. ¿Quién será el Mikis que le ponga música a la Grecia de hoy?



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