Argentina, la democracia en las plazas

La calle y la plaza en Argentina son al mismo tiempo territorio de disputa, método de construcción política y horizonte de libertad.

En la Argentina de hoy no existe política que no se realicen las plazas y en las calles. Todos los sectores sociales-empleados y desempleados; pobres, clases medias; trabajadores y propietarios hacen uso frecuente y estratégico de marchas movilizaciones, ocupaciones del espacio público y otras formas de protesta social. La democracia argentina es una democracia plebeya, contestaria, jacobina, en donde casi el primer reflejo político de todo el mundo es salgamos a la calle y hagámonos escuchar. Silvia Sigal, en su libro La Plaza de Mayo. Una Crónica identifica este impulso con “un componente plebiscitario de la política argentina”.

Este componente plebiscitario no es nuevo, ni es tampoco sólo una creación del siempre denostado populismo. La tradición contestaria y movilizatoria argentina viene de mucho antes; no sólo desde mucho antes que 1945, desde antes aún que la formación de la República. El 13 de agosto de 1806 frente a la noticia de la ocupación inglesa los vecinos se congregaron para demandar que el gobierno virreinal le entregase el mando militar de la guarnición a Liniers. En 1810, como se nos enseña en la escuela primaria, los vecinos y vecinas ocuparon la Plaza de Mayo y presionaron por la conformación de la primera Junta de Gobierno. La Unión Cívica Radical nació en 1890 en un movimiento de protesta insurreccional y se dio a conocer como partido en una multitudinaria marcha hacia Plaza de Mayo encabezada por Mitre, Alem y Estrada, entre otros. Según Silvia Sigal, en 1901 se realizó una protesta en Plaza de Mayo contra el arreglo financiero internacional convenido en esos días por el presidente Julio Argentino Roca. Las protestas y huelgas (y su represión) marcaron el primer gobierno de Yrigoyen. Visto en este contexto, el 17 de octubre de 1945 fue menos una creación radicalmente novedosa que una apropiación de una metodología conocida de acción-la movilización directa y masiva hacia Plaza de Mayo-por parte de un sector social excluido, que hasta entonces no había hecho un uso intensivo de esta metodología.

Por supuesto, el peronismo, nacido de de una gigantesca marcha, incorporó rápidamente el apotegma “quien gana la calle, gana la política” como un principio fundamental. Las gigantescas movilizaciones en donde la multitud peronista y su “líder dual” (Perón y Eva) se relacionaban en un constante ida-y-vuelta de balcones, discursos, aclamaciones, rechiflas a los adversarios y demandas fueron una parte central de la construcción identitaria peronista.

Pero el afán movilizatorio no fue exclusivo del peronismo: antes bien, la oposición supo hacer uso de la ocupación de las calles: la Procesión del Corpus Christi convocó a doscientas mil personas y a todos los líderes opositores; el éxito de esta marcha resultó un preludio al golpe de estado contra Perón.

Esta dinámica de “ganar la calle para ganar la política” se continuó y profundizó en el retorno a la democracia. Aún durante la dictadura militar y contra las peores amenazas y peligros, las Madres de Plaza de Mayo ocuparon la Plaza de Mayo; cada semana, marchando; primero solas y luego convocando más y más personas. Este progresivo aumento de las cantidad de gente que participaba en las marchas contra la dictadura culminó en la masiva manifestación de la Multipartidaria en 1982 (plaza opositora a la cual la dictadura le opuso su propia y manufacturada marcha en la Plaza festejando el inicio de la guerra de Malvinas) y en los multitudinarios y esperanzados actos de campaña en 1983. Raúl Alfonsín movilizó cerca de un millón de personas para su final de campaña.

Este repertorio de acción en donde las demandas son presentadas “a la sociedad y la política” de manera directa, marchando y protestando por fuera de los partidos políticos, se consolidó aún más luego del advenimiento de la democracia. Por una parte, la universal admiración por las organizaciones de derechos humanos consolidó un cierto repertorio de acción directa: frente al daño, o a la necesidad de canalizar una demanda hacia los representantes la demostración de apoyo masivo mediante la presencia de ciudadanos en las calles es ineludible. Por otra parte, los eventos del 2001 y el desborde que el “que se vayan todos” realizó de las estructuras partidarias de representación sólo consolidaron áun más esta metodología.

Y, otra vez, hay que recalcar que el “ganar la calle” no es un repertorio que fuera usado solamente por un actor político, sino que la calle misma se construye como un espacio perpetuamente en disputa, a ser ocupado por unos y otros partidos políticos y actores de la sociedad civil.

Todos marchan (marchamos) en la Argentina: todos quieren ganar la calle para ganar la política. No sólo los sectores que históricamente han ganado las plazas del país porque estaban excluidos de los mecanismos representativos (los desocupados, los más pobres, las minorías) sino también, y tal vez sectores que por su propia naturaleza no serían afines (dice la literatura sobre el tema) a la acción directa, como los productores agropecuarios, propietarios rurales y empresarios del comercio de granos que se volcaron masivamente a la protesta callejera-y con gran éxito, por otra parte-en el 2008. La calle y la plaza en Argentina son al mismo tiempo territorio de disputa, método de construcción política y horizonte de libertad.

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* Agradezco a Pablo Gerchunoff (@pgerchunoff), Santiago Rodríguez Rey (@srodriguezrey) y  Gustavo Alvarez (@gumalv), entre otros, los muy útiles datos compartidos en una conversación vía Twitter.


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