Verse presidencial es el desafío

La campaña presidencial de Mauricio Macri no anda bien últimamente.

La campaña presidencial de Mauricio Macri no anda bien últimamente. Luego de ganar de manera muy concluyente dos elecciones a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y de consolidar el dominio partidario del PRO en ese distrito, sus pasos a la presidencia parecían seguros. Su alianza con la UCR le daba implantación territorial nacional y tenía buenas perspectivas de ganar elecciones a gobernador en varias provincias, las más importantes de ellas las de Santa Fé y la de su distrito, la CABA. El derrumbe de Sergio Massa, por otra parte, parecía dejar despejada la avenida para su avance.

Por otra parte, no es exactamente que Mauricio Macri haya perdido nada todavía. La elección se ha polarizado entre él y Daniel Scioli, su campaña funciona con un grado alto de sincronización y  Macri sigue siendo el opositor con la mejor chance de llegar a ganar en octubre. Pero su campaña, que hasta ahora no había cometido ningún paso en falso, pareció salirse levemente de tono. Miguel Del Sel perdió las elecciones santafesinas por un puñado de votos; Martín Lousteau acortó la diferencia con Horacio Rodríguez Larreta a sólo tres puntos en el balotaje; los socios de la UCR empezaron a pensar que Ernesto Sanz podía llegar incluso a ganar las PASO de “Cambiemos” y asumieron un tono más abiertamente crítico hacia el líder del PRO. El domingo de las elecciones porteñas Mauricio Macri debutó un nuevo discurso, en el que decía que su futuro gobierno continuaría (con modificaciones) políticas señeras del kirchnerismo como la estatalidad de Aerolíneas y la Asignación Universal por Hijo sólo para recibir sonoros “Nooooo” de su propios militantes. Un programa televisivo pasó imágenes de economistas que apoyan  al PRO pidiendo entre otras cosas “ajuste tranquilo o ajuste a los palos”. Finalmente, su campaña dió a conocer nuevos videos del género “candidato entrando a la casa de gente común” en los cuáles se lo vió por primera vez en una situación forzada, incómoda y en una escena que no podía controlar, con una nena que evidentemente no tenía ninguna gana de ser filmada. (¿Por qué dio su campaña a conocer ese spot? ¿No se supone que es la más profesional? Un spot en donde el candidato luce poco cómodo y hasta desconcertado debería ser rápidamente descartado y reemplazado, sucede todo el tiempo.) Nada se ha perdido todavía y hay tiempo de enderezar el barco, pero aparecieron los primeros tropiezos.

En Estados Unidos hay una frase específica para esta situación: en el argot del periodismo político se dice que un candidato que empieza a tener problemas “has lost its mojo”. Perdió su mojo, su magia, su poderes especiales, su invencibilidad. Acá decimos “al que va mal le entran todas las balas”. A veces el mojo vuelve, a veces no.

Tal vez esto habla de los límites de la visión de Jaime Durán Barba. Tal vez se deba a que, ahora que Macri se recortó sólo, la campaña del FPV comenzó a tratar de erosionarlo. Pero en el origen de estos problemas es probable que se encuentre en una falla de diagnóstico más profunda y es la desatención al hecho de comprender que la campaña presidencial es algo único en la política argentina, totalmente distinta a las campañas legislativas o gubernatoriales (ni hablar de una campaña para gobernar una ciudad, por más grande que esta sea).

La Argentina es un país federal, cuya política se da en niveles múltiples: hay múltiples campañas locales, gubernatoriales, y múltiples elecciones legislativas, pero hay una sola elección presidencial. Una campaña presidencial no puede ser localista, porque se dirige a múltiples públicos y a múltiples territorios. Y, más importante todavía, los y las votantes buscan diferentes cosas en un intendente o un gobernador y en un presidente.

No, no se trata de que un candidato/a a presidente deba “hacer propuestas”, sino de otra cosa. Aunque un par de propuestas estarían bien.) Se trata de cambiar el tono y la estética de la campaña. Las anteriores, a jefe de gobierno, fueron muy eficaces porque transformaron a Mauricio Macri en alguien que corporizaba los valores que se buscan en un jefe de gobierno local: calidez, cercanía, cierta informalidad. Un intendente en términos imaginarios es alguien a quien “el vecino” (para hablar en términos PRO) podría encontrarse caminando por una avenida del centro o en una plaza (por más que seguramente no lo haga) y de quien se espera que mejores cuestiones de la vida cotidiana como el tráfico, las calles, el transporte, el espacio verde, las escuelas. Un intendente es en un sentido “uno de nosotros”, llegado a un lugar en donde nos mejorará la calidad de vida.

Pero un presidente o presidenta, justamente, es algo distinto; después de todo, carisma es una palabra de origen religioso que significa “ungido por dios”. Para el y la votante un presidente o presidenta no podría ser “uno de nosotros” porque para ser un buen presidente se requiere ser justamente ser alguien excepcional, y esa excepcionalidad requiere un grado de lejanía. Los norteamericanos, inventores de la presidencia moderna,  tienen dos palabritas útiles en esta situació: al juzgar a un candidato dicen que el o ella “looks presidential”, al hablar de un candidato que da el papel dicen que tiene “gravitas”.  Verse presidencial es tener aplomo, dar imagen de competencia, de estar a cargo, de saber qué hacer aún en una crisis.

Mauricio no necesita tanto convencernos de que es un tipo afectuoso y entrador, sino convencer a la sociedad de que podría conducir a este complicado y averiado barco llamado Argentina en un mar de dificultades. Tal vez sea momento de archivar la música, los globos y el jean y hacer un par de spots con el candidato de traje y debatiendo con líderes internacionales. Después de todo, eso suponemos (sin saber muy bien, tampoco) que hace un presidente, más que tocar el timbre a los vecinos a la hora de la siesta.


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