Un equipo caro e ineficiente

El domingo los porteños iremos a las urnas a elegir los candidatos que representarán a los diferentes frentes y partidos que competirán en la elección general prevista para el de 5 de julio, inaugurando así el mecanismo de las PASO en la elección de cargos locales en la Ciudad.

El domingo los porteños iremos a las urnas a elegir los candidatos que representarán a los diferentes frentes y partidos que competirán en la elección general prevista para el de 5 de julio, inaugurando así el mecanismo de las PASO en la elección de cargos locales en la Ciudad.

Ha sido una campaña extraña, con mucho afiche y despliegue callejero (particularmente del PRO), en la que no hubo novedades importantes en lo que se refiere a candidatos y propuestas. Aquellos candidatos que eran poco conocidos antes de empezar la elección, lo siguen siendo hacia el final. Y los que ya eran conocidos no aportaron nuevas facetas que llamaran la atención. En cuanto a las propuestas se mantuvieron dentro de los tópicos ya explorados en otras elecciones. Parecía que se podía poner interesante cuando Gabriela Michetti tocó el tema del juego y sus complicidades políticas pero lamentablemente no se animó a ir más allá, temerosa quizás de las consecuencias que eso hubiera tenido hacia adentro de su partido y en la relación con su jefe político.

Por el lado de la oposición, el debate se centró en criticar la gestión del PRO. Nuevamente, aparecieron dos registros bien diferenciados. Una parte de la oposición insiste con la idea de identificar a Mauricio Macri con las políticas del menemismo de los ’90, el cuco privatizador que vino a arrasar con todo lo público. La otra parte prefiere reconocer buena parte de lo hecho en estos 8 años pero resaltando lo que hizo mal o lo que podría haber hecho y no hizo (o no quiso hacer). Aunque resulte paradójico, este último registro es el que eligieron tanto Mariano Recalde, candidato de la presidenta de la Nación, como Martín Lousteau, candidato de Elisa Carrió.

En ambas posturas pareciera haber una rendición en la propia comodidad. Desde ya, el gobierno de Mauricio Macri no ha sido el monstruo que se come a los niños crudos del cuento de Perrault, pero tampoco hay que exagerar con lo que ha hecho porque las encuestas nos dicen que la gestión tiene alta aprobación de la ciudadanía. Ambas caracterizaciones terminan favoreciendo al PRO.

Por supuesto, que el sesgo ideológico es importante y condiciona fuertemente toda la gestión de gobierno, aunque hay dos áreas en las que se ve muy claro: salud (con el crecimiento de la mortalidad infantil) y vivienda (con el correlato del fomento al negocio inmobiliario por sobre las necesidades de la población de acceder a una vivienda). Pero de ninguna manera esa crítica es suficiente para construir una alternativa de gobierno, incluso a mediano plazo.

El rol de los políticos opositores debería ser iluminar lo que no se ve, animarse a desafiar ese lugar común que se ha construido en torno a la eficiencia de la gestión macrista. Animarse, en fin, a subir la vara con que se mide un gobierno. Hay mucha evidencia para demostrar que el gobierno del PRO ha sido sumamente ineficiente, pese a todo lo que dice haber hecho. Y esta es la crítica que está ausente. Permítanme hacer un breve repaso para ilustrar lo que trato de transmitir:

En 2008 el 49% del presupuesto porteño se destinaba al pago de sueldos. En 2014 ese porcentaje se redujo al 45%. O sea, el gobierno contó con más recursos para financiar gastos en infraestructura con total libertad. Mucha plata extra por año: $ 2.568 millones, a valores del año pasado.
La recolección de basura representaba, en 2008, el 6,92% del presupuesto total. En 2014, llegó a 8,82%. Se trata de un aumento de $ 1.246 millones de más (a valores del año pasado). Sin embargo, la Ciudad está más sucia que hace 8 años. Se nos podrá decir que los que habitamos y transitamos la urbe tenemos algo de responsabilidad. Es cierto. Pero lo central es que el gobierno no ha sido eficaz al abordar este problema, siendo que tenía una hoja de ruta (la ley de Basura 0), que si la hubiera seguido los resultados hubieran sido sustancialmente mejores y el gasto no hubiera aumentado tanto.
En estos 8 años, el gobierno recibió U$D 1.600 millones de ingresos extras a partir de la toma de nueva deuda en dólares, lo que, por otra parte, implicó cuadruplicar el endeudamiento de la Ciudad. Son más de $ 13.000 millones (al cambio del 2014) que tuvieron para financiar nuevos gastos e inversiones. Con este dinero hubieran podido hacer 16 kilómetros de subte. Sin embargo, hicieron apenas 1 km de subte y 16 km de Metrobus (equivalentes, en costo, a 1,5/2km de subte).
También recibió dinero extra a partir de la venta de tierra pública, que usaron para financiar diferentes proyectos de infraestructura como ser la refacción de escuelas y del centro cultural y teatro General San Martín, o la construcción de sapitos (pasos bajo nivel) sobre las líneas ferroviarias en los barrios del norte de la Ciudad. Es como vender una propiedad para refaccionar y ampliar otra. Nadie diría que es un buen negocio.

Estos acotados ejemplos evidencian que el principal problema del PRO no es que sean de derecha (aunque esto, en sí mismo, es un problema) sino que son caros e ineficientes. Dicho de otra manera, sus resultados son muy pobres en relación con los ingresos que tuvieron. Detrás de una pátina de eficiencia se esconde una gestión sumamente ineficiente en el manejo de los recursos públicos. Para ponerlo en términos muy PRO: si fueran evaluados con los criterios que se evalúa la gestión de una empresa, sus accionistas los hubieran despedido hace rato.


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