Sobre náufragos y precariedades

Muchas veces me invade la sensación de que las preocupaciones del “mundo de la política” están muy lejos de las preocupaciones de los hombres y las mujeres normales y habituales. Me consta que existen muchos políticos, de todas las banderías políticas, que realmente están atentos a esas preocupaciones ciudadanas y tratan de proponer y buscar soluciones. Pero en el debate público eso queda invisibilizado. Lo preponderante es el conflicto, lo que tal dijo del otro por tal o cual tema. La acusación y la defensa. Lo que da rating es el escándalo y el griterío. Como la farándula, el mundo de la política discute sobre sus propias vanidades y miserias, mientras los ciudadanos nos transformamos en espectadores quejosos, que cada dos o cuatro años votamos para ver quién sigue y quién sale del espectáculo.

Sin ir más lejos, estos días me invadió esta sensación a propósito de la trágica muerte de dos chicos de 7 y 10 años en un taller clandestino del barrio de Flores. A pocas horas de conocerse los resultados de las elecciones locales, la muerte (¡una vez más!) volvió a poner en el centro de la escena política un problema crucial que, sin embargo, estuvo ausente en la campaña, y lo está del debate político habitual. Me refiero a la precariedad de la vida que vivimos.

En general este término ha sido asociado a la precariedad laboral, a las condiciones de pobreza. Pero debemos ampliar el campo semántico del término para nombrar otros hechos que también muestran situaciones de vulnerabilidad a la que estamos todos sometidos por ser habitantes o usuarios de esta ciudad. Más aun, no sólo se trata de ampliar las situaciones que englobamos bajo este término, sino también de mostrar las relaciones entre ellas. Se trata de pensar la precariedad como un rasgo que atraviesa una multiplicidad de situaciones cotidianas donde se instala la incertidumbre como horizonte.

Hoy todos podemos acordar que el neoliberalismo como momento de destrucción de lo público y desguace del Estado, fue un modelo que traducido en una diversidad de políticas, arrojó a vastos sectores de la población a condiciones de vulnerabilidad por la pérdida de empleos y del valor de sus ingresos. La desocupación, la incertidumbre laboral, el empeoramiento de las condiciones de trabajo, fueron factores que contribuyeron a crear situaciones de precariedad. Pero quisiera señalar que existe otra dimensión de la precariedad, quizás más invisible, pero tan estrechamente vinculada a la destrucción del Estado como la anterior, y que parece no ser objeto de políticas tendientes a ponerle fin. Incluso diría, no se ha colocado aún como tema de agenda pública.

Cromañón, la tragedia de Once, los derrumbes en distintos barrios que se vienen sucediendo hace por lo menos 6 años, las inundaciones en la Ciudad, en La Plata, en Luján, el incendio que acabó con la vida de estos chicos, no son accidentes. Son hechos que dan cuenta de esta precariedad vinculada a la falta de controles y regulaciones imprescindibles para poder vivir juntos y garantizar horizontes de certidumbre.

Precariedad que es hija de un tiempo líquido, en el que el capital está por encima del hombre. Y en el que el sistema político, lejos de ser un contenedor, actúa más como su facilitador y garante de su reproducción.

Como los náufragos de Lampedusa, los niños muertos en Flores nos vienen a recordar que “el mundo de la política” debe volver a reencontrarse con el Hombre y ofrecer soluciones a sus necesidades que hagan que la vida sea vivible. De lo contrario, la tragedia seguirá siendo una noticia con mucho rating de espectadores…y de víctimas.


COMENTARIOS