Sobre la flexibilidad del sapo

La política no es una actividad para iluminados solitarios. Requiere de partidos que suelen parecerse más a bolsas de gatos encuadradas que a colectivos homogéneos y químicamente puros. Es por eso que frente a la virtud del martirio y la rigidez del cristal siempre es preferible optar por la vocación vital y la elasticidad del sapo.

“He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble!”
 Leandro N. Alem / Testamento político / julio 1896
Siempre me asombró el famoso aforismo radical sobre la virtud de la fractura por sobre la flexibilidad. Sobre todo porque quien lo enunció no fue un monje de clausura o un asceta que optó por la soledad del desierto, sino un político que aspiró a gobernar el país, fundó partidos y conspiró contra quienes consideraba- no sin razón- gobernantes ilegítimos. Pese a haber elegido esa generosa vocación priorizó sus límites personales por sobre los beneficios que podría haber obtenido para sus conciudadanos de haber soportado el peso de algunas imperfecciones éticas.

La declaración de Alem tantas veces repetida es un principio moral más relacionado con la pureza obstinada de un mártir que con las inevitables imperfecciones de la gestión pública con las que debe lidiar cualquier político.

Entre esas imperfecciones hay una que suele ser particularmente denostada por los entusiastas de la soberbia moral. Se trata de la famosa ingesta de sapos, actividad que volvió a ser mencionada con pasión a partir de la unción de Daniel Scioli como candidato del FPV.

Tragar sapos significa aceptar algo desagradable con el objetivo de obtener un beneficio mayor. En principio nadie los traga por placer.

No cabe duda que muchos kirchneristas paladar negro hubieran preferido a otro candidato antes que a Scioli. Pero lo que la mayoría de esos votantes privilegiará es algo elemental: la continuidad de un proyecto que apoyan. Lo mismo ocurrirá con los simpatizantes del PRO que votaron a Michetti en las PASO de la CABA y que votarán a Rodriguez Larreta en las generales por más que él no sea el candidato que más los entusiasmaba o que su extraña sonrisa podría curarle el hipo al yeti.

No votar al candidato del partido que uno apoya porque no refleja el ideal que uno busca es una decisión que limita la política a las personas y deja de lado los proyectos. Sostener, por ejemplo, que “Scioli es Macri” o que “Macri es Massa” a partir de aparentes afinidades personales, es olvidar lo que realmente condiciona a un gobernante: sus alianzas y apoyos políticos.

Tragar sapos es una actividad inherente a la política, al menos a la política que se interesa por el poder. De lo que se puede discutir es del diámetro del sapo y sobre todo de lo que se espera obtener- y se obtiene- de su sacrificada ingesta.

Chacho Álvarez aceptó que el Frepaso llevara adelante una alianza con la UCR con el objetivo explícito de ganarle las elecciones al peronismo en 1999, y ese objetivo lo llevó incluso a aceptar compartir la fórmula con De la Rúa. Alfonsín negoció el Pacto de Olivos y la reforma constitucional pese a que le otorgaba una segura reelección a Menem, para obtener algunos beneficios a cambio, como el tercer senador por la minoría. Ambos, Chacho y Alfonsín, lograron su objetivo. Fueron tragasapos exitosos, por llamarlos de alguna manera.

Ricardito Alfonsín en 2011 y Sergio Massa en 2015 se aliaron a De Narváez con objetivos explícitamente electoralistas. Alfonsín no obtuvo los resultados esperados, pagando un precio alto por esa decisión y Massa, por su lado, no sólo perdió dirigentes de peso por esa incorporación, sino que, al final, ni siquiera pudo retener al propio De Narváez. En ambos casos fueron tragasapos fallidos.

La política no es una actividad para iluminados solitarios. Requiere de partidos que suelen parecerse más a bolsas de gatos encuadradas que a colectivos homogéneos y químicamente puros. Es por eso que frente a la virtud del martirio y la rigidez del cristal siempre es preferible optar por la vocación vital y la elasticidad del sapo.


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