Repensando la Alianza

No habrá “kirchnerismo” puro en 2015. ¿Qué pasará? No lo sabemos, y hay pocos antecedentes históricos para comparar. Desde 1983 hasta hoy sólo existe un antecedente similar. Se trata por supuesto de los meses que antecedieron a la victoria de la Alianza en 1999. Hagamos un poco de arqueología y leamos un poco para recordar qué estaba pasando en 1999 y qué paralelos se pueden hacer con el hoy.

De repente, apenas digeridos los festines de fin de año, repartidos los regalos, y luego de jurarnos hacer una dieta estricta de dos meses, nos encontramos con que faltan menos de doce meses para el cambio de gobierno. En diciembre de 2015, y a menos que suceda alguna catástrofe que hoy no está prevista por nadie, un gobierno que habrá estado en el poder la friolera de doce años le entregará la banda a un nuevo gobierno que será o bien claramente opositor o bien del mismo partido, pero en ambos casos será diferente. No habrá “kirchnerismo” puro en 2015. ¿Qué pasará? No lo sabemos, y hay pocos antecedentes históricos para comparar. Desde 1983 hasta hoy sólo existe un antecedente similar. Se trata por supuesto de los meses que antecedieron a la victoria de la Alianza en 1999. Hagamos un poco de arqueología y leamos un poco para recordar qué estaba pasando en 1999 y qué paralelos se pueden hacer con el hoy.

Primero hay que recordar que 1999 marcó un quiebre con las cinco décadas en las que, como dice mi buen amigo Andrés Malamud ni radicales ni peronistas sabían cómo terminar sus periodos de gobierno. A partir de 1989 podemos decir que los peronistas aprendieron. Como dice Malamud, “aprendieron a terminar sus períodos … y los de los radicales también.” Los presidentes peronistas electos del 83 hasta aquí han demostrado que no se los saca del gobierno así como así, aún cuando, en el caso del kirchnerismo, un montón de gente puso un montón de energía para hacerlo (eso sí, por medios constitucionales; también, por suerte, la grupos de poder que antes apoyaban golpes de estado algo aprendieron.) Llegarán con decenas de problemas, dejarán un par de minas enterradas para la próxima administración, pero llegan. No es poco.

Segundo, pensando sobre todo esto nos debería llamar la atención qué poco se ha discutido en la Argentina sobre la fallidísima experiencia de la Alianza, que sigue siendo un cadáver muy bien oculto en el closet del progresismo. (La que aquí escribe votó al FREPASO desde su primer voto en 1991 hasta 1997 y militó brevemente en el MOVES. Eso sí, en 1999 esta columnista votó en blanco por el profundo desagrado que le causaba la figura de Fernando De La Rúa, a pesar del enojo de familiares y amigos. Ese voto en blanco es un motivo de orgullo que se llevará a la tumba.) Gran parte de los que participaron en la Alianza volvieron cómodamente a discutir, criticar o estudiar al peronismo en el gobierno como si la Alianza nunca hubiera sucedido.

Segundo, revisando artículos y filmaciones de la época nos queda la idea de que la Alianza, a pesar de lo que hoy parecemos pensar, no fue una experiencia endeble y fugaz condenada al fracaso desde el primer día. Fue un proyecto con bases políticas y sociales que en su momento aparecían sólidas: en ella confluyeron los dos principales partidos opositores luego de un proceso de reflexión y análisis; tampoco llegaron al gobierno improvisadamente sino desde 1997 prácticamente sabían que deberían hacerse cargo de la presidencia. No sólo confluyeron en la Alianza los dos partidos más importantes de la oposición, sino otras fuerzas políticas menores y algunos entonces poderosos movimientos sociales, sobre todo la CTA. Antes de llegar a la presidencia la Alianza podía presentar gobernaciones, intendencias, senadores.Ganó sin necesidad de segunda ronda. Incluso asumió con mayoría en la Cámara de Diputados (aunque nunca pudo tenerla en Senadores, y esto fue una clave de su fracaso.)

Pero la Alianza no sólo tenía capital político que mostrar. Hoy parece increíble decir esto, pero la Alianza fue el gran proyecto de la intelectualidad argentina. Desde al menos 1997 hacia adelante gran parte de los pensadores progresistas, de izquierda y de centro izquierda participaba en o al menos apoyaba el proyecto de la Alianza. Desde Beatriz Sarlo a Horacio Verbitsky: todos fuimos o bien participantes activos o al menos simpatizantes con la Alianza. A diferencia del gobierno de Menem, la Alianza podía jactarse de tomar el gobierno con al menos uno o dos técnicos con doctorados de primer nivel en cada ministerio. Su primer Jefe de Gabinete, Rodolfo Terragno, era considerado el principal teórico del estado. La Alianza fue en gran parte proyecto generacional de una cierta intelectualidad post-alfonsinista.

Y, a pesar de lo que hoy se recuerda, no es cierto que la Alianza no tuviera programa ni propuesta, o que su appeal se redujera a un par de publicidades afortunadas, como la famosa creación de Ramiro Agulla de “Dicen que Soy Aburrido.” La Alianza tuvo a un montón de gente de primer nivel escribiendo por al menos dos años una plataforma de gobierno sustantiva que fue presentada con bombos y platillos. Antes de la elección, la Alianza hizo públicas una serie de posiciones ideológico-programáticas de peso en los meses antes de la elección, incluyendo la tajante definición de “un peso, un dólar”. Al interior de la fuerza se leían y se debatían con fruición los libros de Eduardo Basualdo y Daniel Aspiazu y se debatía sobre el ejemplo del PT, sobre el Zapatismo mexicano, sobre las tesis de Holloway. No faltó sustancia al proyecto de la Alianza, para nada.

¿Qué le faltó? No fue ni capital político ni acumen teórico. Tampoco apoyo social. Tampoco tuvo un Congreso decidido a eliminarla; recordemos que sacó todas las leyes que quiso. Por un lado, le faltó suerte en el contexto internacional, dado el bajo precio de las commodities (pero igual, recordemos, este bajo precio impactó a otros países de Sudamérica por igual y no todos sufrieron la explosión de Argentina.)

Por un lado a la Alianza le faltó imaginación política, osadía, capacidad de romper aún con las propias promesas. ¿Qué hubiera pasado si De La Rúa devaluaba como hizo Duhalde? ¿Si declaraba el default como hizo Rodríguez Saa? ¿Si reestructuraba la deuda como hizo Kirchner? No lo sabremos, pero no podría haber sido mucho peor de lo que paso.

Segundo, y relacionado con lo anterior, faltó liderazgo político. De La Rúa siempre demostró una obsesión por proyectar autoridad, lo cual, paradójicamente, sólo dejó más claro hasta qué punto no era el líder de su partido. La sobreactuación constante de la autoridad presidencial contrastaba con la incapacidad de adecuar las directivas a la información externa. Esto creó una sensación de frustrante desconexión y encierro.

En definitiva, y creo que aquí hay una lección para todos los partidos de oposición, incluida la oposición al macrismo en la ciudad de Buenos Aires, a la Alianza le faltó liderazgo entendido como escucha más imaginación más persuasión. Alguien que escuche, imagine algo nuevo, y nos persuada de hacer aún lo que nunca pensamos. Es una tarea difícil, sin duda, pero es la carne y la sangre de la política.


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