Otro 24 de marzo

El pasado martes fue 24 de marzo. Otro 24 de marzo. Otro día más en donde se conmemora el último golpe de estado que vivió nuestra república. Otro feriado, también, donde millones se fueron a la costa o a la montaña y tal vez ni pensaron en el por qué de la fecha.

El pasado martes fue 24 de marzo. Otro 24 de marzo. Otro día más en donde se conmemora el último golpe de estado que vivió nuestra república. Otro feriado, también, donde millones se fueron a la costa o a la montaña y tal vez ni pensaron en el por qué de la fecha.

La sociedad civil de nuestro país vivió este aniversario como vive casi todo: intensamente. Con debates, con discusiones, con desacuerdos. En este 24 de marzo que pasó vimos lo siguiente: una marcha en Buenos Aires, muy grande, convocada por las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y otros organismos de derechos humanos junto a agrupaciones kirchneristas nucleadas en Unidos y Organizados; otra marcha en CABA , también grande, convocada por los partidos de izquierda, como el PO y el MTS y  por otras organizaciones de defensa de lo derechos humanos que están en la oposición al gobierno kirchnerista; un vigoroso debate en la redes sociales sobre si el 24 de marzo debería ser feriado o no; otra marcha en la ciudad de Olavarría en donde Estela de Carlotto pudo por primera vez caminar abrazada a su nieto Ignacio Guido, quien tocó el piano; discusiones en varios lados hacia la figura del general Milani; acciones conmemorativa; al ícono de los ochenta Joan Manuel Serrat marchando junto a las Madres; y a Jorge Lanata -entrevistado por los Leuco- afirmar que “el gobierno no cree en las instituciones democráticas”. En Twitter y Facebook se entrecruzaban menciones y recuerdos emocionados a los y las desaparecidos y asesinados, pedidos de justicia y fotos de las marchas con comentarios que sostenían que ya está bien de tanta obsesión con la dictadura, seamos cool de una vez chicos y con, como si todo esto fuera poco y por el mismo precio, opiniones de gente como Cecilia Pando que decidió aportar al debate justo justo el 24 de marzo con la denuncia de una supuesta “memoria parcial y colectiva” y la demanda de una misteriosa “memoria completa”.

En conclusión: cuatro décadas han pasado del golpe de estado y todavía no ha sedimentado un único ritual, un único discurso sobre qué hacer el 24 de marzo. Y, agregaría, está muy bien que así sea.

Hay muchas discusiones y debates sobre qué hacer exactamente el 24 de marzo porque el 24 de marzo todavía no es simplemente una efeméride, sino algo todavía vivo y presente no sólo en nuestra memoria sino en nuestra vida y en la de nuestra comunidad política.

Es cierto, han pasado cuatro décadas y hay una generación de adultos nacida y criada en democracia. Es cierto que no existen ahora amenazas militares a la continuidad democrática y que vivimos en un país (aún con sus innegables problemas) mucho mejor. Es cierto que ya está bien de hablar de la dictadura chicos, ya todos lo sabemos. Y sin embargo...

Sin embargo también es cierto que muchos todavía que sí recordamos, aún con nuestros recuerdos infantiles, lo que era vivir bajo el miedo; todavía hay muchos y muchas que viven con la marcas cotidianas de horror, la muerte, la desaparición y la tortura; todavía hay muchos nietos y nietas que faltan encontrarse; todavía hay juicios a criminales de lesa humanidad en curso y todavía se publican libros como el reciente  “¿Usted también, Doctor?” de Juan Pablo Bohoslavsky que ilumina áreas hasta ahora no tratadas del Proceso, como las complicidades de jueces, fiscales y abogados. Y, claro,  no olvidemos que todavía existe gente que piensa que todo esto sería por alguna razón memoria incompleta y que seguramente van a seguir intentando legitimar su particular versión de los hechos.

Si hubiera menos debate y si hubiera más consenso sobre qué significa exactamente el 24 de marzo esto sería al mismo tiempo tranquilizador y  preocupante porque significaría que se ha congelado una única voz, una única visión sobre lo que todavía es un proceso histórico abierto. Eso no significa, por supuesto, que debamos considerar a todas las versiones sobre lo que pasó, pasa y pasará como igualmente legítimas--por mi parte, sé perfectamente con qué interpretaciones sobre la “memoria completa” no podría estar de acuerdo nunca--pero sí que es preferible esta vital cacofonía a la memoria calcificada de un relato de museo. Son discusiones que todavía debemos dar. Y ganar.

Llegará un tiempo, tal vez, en que el 24 de marzo se haya reducido a una serie de gestos a realizar ritualmente y se haya transformado en una efeméride cuyo real origen nadie recuerda bien; llegará un día en que los presidentes depositará una ofrenda floral y los chicos recibirán unas líneas de poesía en la escuela sin más preocupación. Ese día sí nos remo todos a la costa sin pensar por qué no se trabaja. Pero ese día todavía no es hoy.

Hoy el 24 de marzo y los crímenes de la dictadura que este día inauguró están todavía demasiado insoportablemente cercanos a todos nosotros. Todavía están muy presentes en el recuerdo los que, de no ser por ella, estarían quizás aquí mismo. Y todavía queda mucha justicia por buscar.

Todavía no queremos olvidar, ni dejar de discutir. Todavía necesitamos decir “Nunca Más” todos los años. Todavía.


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