CONFIANZA EN LAS INSTITUCIONES

La clave institucional

No sirve hacer rompiendo reglas. Y obviamente no sirve seguir reglas que nos impidan hacer. Una democracia de calidad requiere de ambos y cualquier intento de recobrar confianza en las instituciones requiere un compromiso de todos.

Mariano Heller
Hace ya varios años tuve la suerte de ser becado por el gobierno de Estados Unidos y un poco cansado del Derecho, mi Carrera de grado, decidí hacer una maestría en Administración Pública. Me gusta la política, me gusta la cosa pública y me dije a mi mismo “el día que me toque conducir los destinos de algo importante quiero estar preparado”. Aparentemente esa posibilidad de conducir algo importante no estaría llegando pero la maestría me dejó muchas enseñanzas.

Aunque como dije, el Derecho me había cansado un poco, aproveché lo que sabía para encarar el estudio de la Administración Pública desde el punto de vista normativo y especialmente desde la jurisprudencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos y su influencia en las políticas públicas. Esto me llevó a analizar los casos más emblemáticos de aquel tribunal y a encontrarme con varias sorpresas.

No los aburriré con detalles jurisprudenciales pero si me detendré en un caso concreto que me llamó notoriamente la atención, no por lo maravilloso, sino por lo horrible. Y no tanto por la decisión en sí sino por las implicancias y reacciones que el mismo generó. De hecho fue un fallo que cambió el mundo si tenemos en cuenta lo que vino después. Hablo de Bush v. Gore (2000), la decisión de la Corte que decidió quien sería el Presidente de la principal potencia del mundo luego de la controvertida elección que llevó a Al Gore a ganar el voto popular pero a perder la elección luego del discutido escrutinio en el estado de la Florida en el que se generó el conflicto que derivó en el fallo y la asignación de los delegados electorales de aquel distrito al partido republicano.

El fallo, a mi entender vergonzoso, decidió que para garantizar el cumplimiento de los plazos electorales y en nombre de la democracia se debían dejar de contar los votos. Sí, así de simple y asi de terrible.

Pero lo llamativo allí no sólo fue la controvertida decisión sino las reacciones que la misma generó. Alguna discusión al respecto, algo de debate público, bastante debate académico pero en definitiva fue aceptada por el vencido Al Gore y por el grueso de la sociedad norteamericana con asombrosa pasividad.

"No quiero a una sociedad sumisa que tolere casi en silencio que un máximo Tribunal decida quién será Presidente. Lo que sí quiero, sin duda alguna, es un país que tenga esos niveles de confianza en las instituciones".

 

¿Por qué sucedió eso? Muy simple. Porque la Corte, último guardián de la Constitución, había tomado una decisión y la misma debía respetarse por más trascendente y controvertida que fuera.

Me es inevitable intentar imaginar una situación similar en Argentina. Nuestra Corte impidiendo que continúe un recuento de votos y decidiendo por ende quién será presidente. Piensen en esa alternativa. Creo que si allá por el 2000 este fallo se daba en nuestro país, todavía estaríamos apagando diversos incendios en los tribunales. Literalmente.

Esto me lleva a intentar reflexionar un poco al respecto. En primer término para reafirmar algo que escribí en la columna de la semana pasada. Conviene evitar los extremos y los fanatismos. Es lo más saludable para un país que intenta llegar a algún grado trascendente de cultura democrática.

No quiero a una sociedad sumisa que tolere casi en silencio que un máximo Tribunal decida quién será Presidente y tampoco quiero un país prendido fuego por un fallo con el que no se acuerda.

Lo que sí quiero, sin duda alguna, es un país que tenga esos niveles de confianza en las instituciones. Hablo del Poder Judicial como el caso en cuestión o de cualquier otro poder. Pero no sólo me refiero al estado.

Esto que comento es trasladable a todos los ámbitos posibles y aquí radica uno de los principales errores en los que incurren muchos a la hora de analizar los permanentes fracasos de una Argentina rodeada de una profunda desconfianza institucional.

Entiendo que siempre es más fácil echarle la culpa de todo al prójimo. Somos expertos en eso. Y uno de los más comunes reproches que escuchamos es cómo una cantidad importante de ciudadanos le echa la culpa de todo a la “clase política”. No sé bien a qué se refieren cuando hablan de eso pero imagino que se refieren a la política partidaria.

"Siempre es más fácil echarle la culpa de todo al prójimo. Uno de los más comunes reproches es hacia la "clase política". No sé bien a qué se refieren cuando hablan de eso, pero imagino que se refieren a la política partidaria".



Supongo que cuesta hacerse cargo, pero todos somos parte del problema. Y si nos gusta esto de dividir el tema en “clases” (a mi me gusta bastante poco) pensemos en los sindicatos que se ocupan, en muchos casos, más de sus propios negocios que de defender trabajadores. O en los empresarios que actúan con absoluta irresponsabilidad por ejemplo a la hora de fijar precios. O en gran parte del periodismo y su creciente falta de credibilidad. Pensemos en cada clase posible y vamos a darnos cuenta que no es un problema de la política exclusivamente. Es un problema de todos.

En cualquier caso creo que una reconstrucción institucional de nuestro país es imperiosa. Aunque lamentablemente mi confianza en que ello suceda es sumamente baja basada en los últimos años. Necesitamos ser y parecer. Y necesitamos comprender que son importantes tanto el fondo como las formas.

No sirve hacer rompiendo reglas. Y obviamente no sirve seguir reglas que nos impidan hacer. Me niego a pensar que haya que elegir entre uno de esos caminos cuándo claramente una democracia de calidad requiere de ambos y cualquier intento de recobrar confianza en las instituciones requiere un compromiso de todos.

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