SEBASTIÁN FERNÁNDEZ

Huxley, la princesa Adelaida y el juez Bonadío

“Tenemos mucha prisa por construir un telégrafo desde Maine a Texas; pero puede que dichas ciudades no tuvieran nada importante que comunicar (…) Estamos ansiosos por excavar un túnel a través del Atlántico y acercar el viejo mundo al nuevo en pocas semanas; pero luego, la primera noticia que oirá la gran oreja estadounidense será que la princesa Adelaida tiene tos ferina.” Henry David Thoreau / Walden / 1854

Sebastián Fernández
Al ser lanzada la tarjeta SUBE, que requiere del número de DNI de cada usuario, algunos medios alertaron sobre el peligro de rastreo de ciudadanos por parte del Estado que ese sistema podría implicar y varias ONG, preocupadas, propusieron el intercambio de tarjetas entre usuarios para impedirlo. Así, quienes no dudan en entregar información íntima a una empresa como Facebook sobre la que no tienen poder alguno, que aceptan que la comercialice, la almacene por la eternidad o la relacione con otra información (es decir, haga inteligencia) se escandalizan porque el Estado pueda disponer de una fracción mínima de esa información, aunque no pueda hacer nada de lo que sí se le autoriza a Facebook. Por no mencionar a otros grandes utilizadores de información ciudadana como Twitter, American Express o Gmail que nos cuenta como relaciona "inteligentemente" lo que escribimos en un correo que suponíamos privado, según el interés de sus anunciantes.

En “Divertirse hasta morir”, el sociólogo norteamericano Neil Postman señala que vivimos atormentados a la espera de la realización de la utopía que Orwell describió en “1984” sin percibir que la que en realidad se concretó fue la de “Un mundo feliz” de Huxley: “en la profecía de Huxley, no se necesita ningún Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, madurez e historia. Según lo veía Huxley, la gente llegaría a amar su opresión, a adorar las tecnologías que anulasen su capacidad de pensar (…) Orwell temía a quienes nos habrían de privar de información. Huxley temía a aquellos que nos daría tanta información que nos veríamos reducidos a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que la verdad nos sería ocultada. Huxley temía que la verdad sería ahogada en un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos transformásemos en una cultura cautiva. Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura ocupada en trivialidades.”

Ese diagnóstico equivocado nos lleva a temer al poder que controlamos, al menos en parte, como un gobierno electo y a despreocuparnos del poder amplio y sin control de las corporaciones.

Hace unos días, dentro del mar de irrelevancia que previó Thoreau, denunció Huxley y nosotros descubrimos cada mañana, leímos que el juez Bonadío procesó a Guillermo Moreno, ex Secretario de Comercio de CFK, por “incitación a la violencia colectiva” contra el Grupo Clarín. En su peculiar escrito el juez afirma que Moreno “mediante su accionar, ha creado una situación objetiva tendiente a generar odio y persecución, induciendo a actuar contra dicho grupo empresarial ya que otros funcionarios- al igual que agrupaciones políticas afines, y ciudadanos en general- han exhibido elementos con las mismas frases en diversos sitios públicos”. En la resolución se detalla la frase que usó Moreno, "Clarín Miente", y los elementos que habría utilizado para difundirla, como alfajores, medias, gorros, llaveros y remeras.

El miedo a un Gran Hermano estatal imaginario genera esa extraña paradoja: opinar que el presidente es psicótico, nazi, bipolar, ladrón, mentiroso o asesino no produce inquietud alguna, aún cuando esa opinión sea repetida por un holding durante años a través de medios un poco más sofisticados que alfajores, medias, gorros, llaveros y remeras. Afirmar, en cambio, que ese holding miente atormenta a un juez y podría condenar a un ex ministro.

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