OPINIÓN

La autocrítica, el cilicio y el gol

La militancia kirchnerista se encuentra en plena autocrítica desde el balotaje del 22 de noviembre pero a veces la autoocrítica tiende a consolidar certezas más que a incentivar la reflexión.

Sebastián Fernández
“Es todo muy sencillo: si marcas uno más que tu oponente, ganas.”
  Johan Cruyff / ex entrenador del FC Barcelona.

Como la sandía que mezclada con vino se vuelve letal y las heladeras que los almaceneros chinos apagan de noche, los beneficios de la autocrítica en los espacios políticos es otra de las tantas leyendas urbanas.

La militancia kirchnerista se encuentra zambullida en plena autocrítica desde la noche del 22 de noviembre: piensa que algo se hizo mal, que “somos de cuarta”, que se debería haber avanzado sobre tal tema o, por el contrario, olvidarlo por completo.

Aclaro que me refiero a la militancia y no a la dirigencia, en particular aquella con cargos electivos, que tiene la obligación de negociar con el poder central más allá de su inevitable estado deliberativo. Sus declaraciones, los alejamientos del bloque, las epifanías en las que dirigentes del FPV descubren graves falencias en ese liderazgo que hasta ayer aclamaban, tienen que ver con la necesidad de reposicionarse luego de la derrota. Por eso es temprano para saber cual será el destino de cada quién ya que la posición definitiva- aunque nada lo sea en política- sólo se conocerá con las votaciones y futuros apoyos.

Nunca es bueno abandonar la reflexión, aunque no estoy tan convencido sobre la virtud de la autocrítica, que suelo asimilar más a un ejercicio de penitente católico que de militante político.



Pero la militancia no tiene ninguna de esas urgencias ni obligaciones y puede dedicarse al análisis. Como escribe Alejandro Grimson (http://www.lateclaene.com/#!alejandro-grimson/c1e2m), “no es momento de dejar la reflexión y la autocrítica de lado.” Nunca es bueno abandonar la reflexión, aunque no estoy tan convencido sobre la virtud de la autocrítica, que suelo asimilar más a un ejercicio de penitente católico que de militante político. No que no sea bueno detectar los eventuales errores pero, por lo general, el proceso de autocrítica tiende a consolidar certezas más que a incentivar la reflexión.

Si se desconfiaba de La Cámpora, por ejemplo, se descubrirá “su enorme influencia en la derrota”. Pero si en cambio, se apoyaba su militancia, se concluirá que “no tuvo el lugar que hubiera necesitado para revertir los errores de otros”. ¿Es posible establecer cuales fueron las razones del voto del fluctuante tercio del electorado que sin ser kirchnerista votó masivamente al FPV en 2011 y esta vez no lo hizo?


Grimson considera que algunas de las políticas más polémicas de Macri se apoyan en errores o graves deficiencias kirchneristas, como el INDEC. Creo que si algo ha demostrado el curso acelerado macrista sobre el manejo impaciente del poder (del que su oposición tiene mucho que aprender) es que a nadie le importa el INDEC o la institucionalidad. Un IPC cuestionado hundía al país en la barbarie mientras que la ausencia de IPC no parece generar más que algunos comentarios incómodos.

Por otro lado, con el mismo plumero, Macri hizo desaparecer la Ley de Medios, una iniciativa que cumplió con todos los requisitos que suelen reclamar los afectos a la institucionalidad: retomó un proyecto discutido durante años, se modificó tras sugerencias de la oposición y fue declarada constitucional por la Corte Suprema.

En eso reside la dificultad de intentar determinar las causas de la derrota, ¿faltó institucionalidad o el kirchnerismo se quedó corto con el plumero?

Sería entonces un error que la autocrítica se transforme en un cilicio colectivo que agigante las frustraciones de quienes apoyaron las políticas de estos doce años y les haga olvidar lo que se avanzó.

No se trata entonces de hacer el panegírico del kirchnerismo ni de torturarse a base de autocrítica, sino de poner en contexto lo realizado y aceptar el inevitable umbral de incertidumbre de la política electoral como primer paso a intentar volver a enamorar a las mayorías.



Los gobiernos populares, que aumentan los derechos de las mayorías, no suelen durar. La estructura tradicional contra la vasta mayoría, como la llamaba Frondizi (http://nueva-ciudad.com.ar/notas/201512/22944-macri-frondizi-y-la-corrupcion-generalizada.html) los disciplina más temprano que tarde.

El kirchnerismo no logró cambiar la matriz productiva y rentista de la Argentina (algo que tampoco logró ninguno de sus antecesores) pero como ningún otro gobierno -salvo el de Juan Domingo Perón- mejoró la vida de las mayorías a través de una política de aumento sostenido del poder adquisitivo y apoyo al empleo. Logró además terminar con la estafa legal de las AFJP y expropiar YPF, la mayor empresa del país. Evitó, por fin, el anunciado incendio final y sobre todo, logró perdurar.

No se trata entonces de hacer el panegírico del kirchnerismo ni de torturarse a base de autocrítica, sino de poner en contexto lo realizado y aceptar el inevitable umbral de incertidumbre de la política electoral como primer paso a intentar volver a enamorar a las mayorías.

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