MAPA POLÍTICO

¿Qué es radical hoy?

La falta de espacios de poder colectivos de la UCR en Cambiemos probablemente apunte más a una dilemática de hierro: dadas las condiciones actuales, si al PRO le va bien, es malo para la UCR; si al gobierno del PRO le va mal, esto también será malo par la UCR.

María Esperanza Casullo
Motivan estas notas esta columna de Juan Manuel Casella en el diario Clarín en el que el ex candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires expresa algunas críticas bastante fuertes al tipo de relación que el gobierno de Mauricio Macri estableció con su socio de gobierno, la UCR, y por una fructífera discusión con colegas que se armó por Facebook sobre la misma nota. (Sí, Facebook sirve para algo más que fotos de gatitos!)

Juan Manuel Casella le reprocha en su columna a Mauricio Macri que no acepta que Cambiemos sea una coalición de gobierno sino la imagina como una mera alianza electoral en la que el socio más votado tiene el derecho de tomar las decisiones; es más Casella escribe contra “algunos integrantes de Cambiemos” que suponen que la UCR va a desaparecer para fundirse dentro del PRO.

Se me ocurre que el problema no es tanto una cuestión personal, de mala intención o de mal raciocinio del PRO, sino un problema estructural que tiene que ver con la conformación de las identidades políticas en Argentina. La falta de espacios de poder colectivos (más allá de ciertos dirigentes) de la UCR en Cambiemos probablemente apunte más a una dilemática de hierro: dadas las condiciones actuales, si al PRO le va bien, es malo para la UCR; si al gobierno del PRO le va mal, esto también será malo par la UCR.

Comencemos por aceptar como premisas dos aseveraciones: primero, que ningún partido político entra en una alianza si piensa que puede ganar sólo y, segundo, que ningún partido político comparte más poder dentro de la Alianza que lo estrictamente necesario. Afirmar la primera premisa no implica quitar mérito a la decisión política ni a la arquitectura institucional que permitió esta alianza, ni tampoco afirmar que haya mala intención o especulación en la misma. Pero la afinidad ideológica no es suficiente en política, y queda claro que la alianza entre PRO y UCR se produjo porque ambos tenían algo que el otro necesitaba: un candidato medidor por un lado y una estructura nacional por el otro. La segunda premisa podría ser polémica, pero hay que recordarle a los ahora “socios menores” del radicalismo que cuando ellos fueron “socios mayores” de una alianza, en 1999, también medían con un escalímetro los territorios del Estado que le tocaban a ellos y al FREPASO.

La cuestión no es la moral o la buena voluntad sino cuáles son los escenarios que se pueden producir de acá a 2019. Hay dos inicialmente: que el gobierno de Macri sea exitoso o que no lo sea. Si a Mauricio Macri le va muy bien, es esperable que la “marca PRO” se expanda al interior del país y habrá un incentivo muy fuertes a los votantes para reforzar su relación directa con Macri y a los dirigentes para intentar penetrar aún maś en su estructura de decisión; si a Macri le va mal y resulta en un gobierno “fallido” (es decir, que aunque complete sus cuatro años sea rechazado por los votantes) la UCR cargará con la “pesada herencia” (chiste!) de haber participado en tres experiencias con estas características. Será demasiado.

(Contesto aquí una objeción que me han hecho personalmente: creo que, en caso de que a Macri le fuera mal, no es realista pensar que la UCR pueda repudiar esta alianza y salir incólume o transformarse en los principales opositores de sus ex aliados. La memoria de los votantes es corta, pero no tan corta. No hay más que mirar al ejemplo del FREPASO, que luego de su ruptura con el delaruismo prácticamente desapareció como partido.)

Por qué además la otra pregunta de base es qué es ser radical hoy, y en qué se diferencia la identidad radical de la del PRO. No hay una respuesta clara a la misma, ni programática ni de liderazgo único. Ni Ernesto Sanz, ni Oscar Aguad, ni Gerardo Morales abonan a la socialdemocracia pro-Estado y pro-regulación del mercado del alfonsinismo y tampoco tiene el partido un “campeón épico” como lo fue Raúl Alfonsín, quien por décadas disfrutó del sitial de haber sido el único político argentino que había derrotado al peronismo. Hoy ese manto lo arrebató Mauricio Macri y los jóvenes, sobre todo, parecen responder mucho más a su atractivo que al de cualquier figura del centenario partido.

Es cierto que los partidos no se suicidan, y que son mucho más resilientes de lo que pensamos (sin ir más lejos, ¿quienes veían tan bien como está hoy a la UCR luego del 2% de votos obtenido por Leopoldo Moreau en 2003?) Pero tal vez la pregunta sea como fortalecer a la UCR en tanto facción interna del PRO, tal vez con fuerte anclaje provincial, antes que enojarse por supuestos destratos.

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