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La confrontación es consecuencia, no causa

La tentación de salir de la trinchera, de terminar con la confrontación, es legítima aunque no esté exenta de costos. En los próximos meses empezaremos a vislumbrar los que pagaremos por esta paz inédita.

Sebastián Fernández
"Los políticos de la transición española, que habían hecho ellos mismos la guerra en cualquiera de los dos bandos, buscaron el consenso y la concordia."

Esperanza Aguirre, referente del Partido Popular español (noviembre 2015)

Hace unos días, Luis Majul comparó a Mauricio Macri con Nelson Mandela. La comparación pareciera indicar, además del entusiasmo desbordante de este periodista independiente, que la Argentina kirchnerista tendría alguna relación con la Sudáfrica del apartheid y Macri, con el líder que logró unificar al país.

La elección de Mandela no es casual. A través de los años su ejemplo se ha convertido en un lugar común del pensamiento conservador. No importa que haya sido perseguido por comunista o haya apoyado la lucha armada, lo que lo define es el perdón que le otorgó a sus captores apenas salió de la cárcel, luego de pasar 27 años encerrado. La decisión de Mandela de lanzar una Comisión para la verdad y la reconciliación fue la piedra basal de la transición sudafricana. Los autores de crímenes relacionados al apartheid pudieron confesar su culpabilidad y entregar información a cambio de impunidad.

La transición sudafricana no es el único ejemplo que suele ser saludado por el pensamiento conservador. Chile y España son otros casos al parecer virtuosos.

La continuidad entre el gobierno del dictador Augusto Pinochet y el de Patricio Aylwin, el primer presidente del período democrático, se realizó en los términos y bajo la Constitución ideada por el dictador. Aylwin lanzó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación que acumuló información sobre desapariciones y asesinatos. Al presentar el informe el presidente pidió perdón a los familiares de las víctimas. No hubo juicios ni investigaciones criminales.

La transición sudafricana no es el único ejemplo que suele ser saludado por el pensamiento conservador. Chile y España son otros casos al parecer virtuosos.


Sobre la transición española que tanto elogia Esperanza Aguirre escribí en esta misma columna hace un tiempo: “Lo que Felipe González no suele mencionar es que el Pacto de la Moncloa no hubiera existido sin la ley de amnistía previa.”

En Argentina, al contrario, elegimos juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. Los contextos, como dicen los politólogos, eran por supuesto diferentes pero Raúl Alfonsín tomó una decisión que Ítalo Luder, su contrincante, probablemente no hubiera tomado (de hecho, a Luder le parecía incluso difícil anular la asombrosa autoamnistía promulgada por el gobierno militar para perdonarse hechos que nunca reconoció).

El resultado fue una transición menos ordenada, carente del consenso y la concordia de las transiciones española y chilena o el noble perdón de la sudafricana. La decisión de Alfonsín generó, al contrario, una enorme confrontación y los avances no fueron lineales, hubo que volver a empezar varias veces. Pero hoy, salvo el antediluviano editorialista de La Nación, ya nadie pone en duda que el camino de la investigación judicial fue una decisión virtuosa.

En Argentina legimos juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. Hoy, salvo el antediluviano editorialista de La Nación, ya nadie pone en duda que el camino de la investigación judicial fue una decisión virtuosa.


Uno de los conceptos más hábiles que logró imponer la campaña de Cambiemos fue que la confrontación es una forma de gobierno, no el resultado de acciones de gobierno. Los ejemplos de las transiciones nos demuestran que la confrontación en política no depende de formas rudas o estilos sedosos sino de decisiones políticas.

Por supuesto, no todas las decisiones de un gobierno tienen la trascendencia de una transición, pero todas, o al menos las más relevantes, confrontan con algún sector de la sociedad. Diría que el juego de la democracia es “elige tu propia confrontación”.

Como escribe un gran amigo: “La novedad es que ahora, por primera vez, la derecha llega por derecho propio, sin deudas ni tributos pendientes a la política tradicional. Veremos en acción a la tecnocracia vernácula, tomando medidas sin tener que pedirle permiso a ningún “líder popular”. Siendo una pésima noticia para la mayoría de nuestro pueblo, los trabajadores y las clases populares, es una excelente noticia para nuestra democracia. En síntesis, estaremos entregando bienestar, trabajo, futuro e igualdad de oportunidades, a cambio de una pax política inédita.”

La tentación de salir de la trinchera, de terminar con la confrontación, es legítima aunque no esté exenta de costos. En los próximos meses empezaremos a vislumbrar los que pagaremos por esta paz inédita.

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