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La noble virtud de la riqueza

Al conversar sobre las elecciones, un amigo me explicó que votaría a Macri “porque es millonario y no necesita robar”. Hay tantas falacias en esas pocas palabras que asombra.

Sebastián Fernández
Al conversar sobre las elecciones, un amigo me explicó que votaría a Macri “porque es millonario y no necesita robar”. En una entrevista con Lanata, el propio Macri pareció darle la razón al explicar con candor que, siendo millonario, no necesita trabajar en política para ganarse la vida y que si lo hace es por altruismo. 

Hay tantas falacias en esas pocas palabras que asombra. Iremos una por una:

Falacia del político ladrón
Señala que el político no sólo es más deshonesto que la media de sus representados sino que el mayor riesgo que nos puede deparar un gobernante es robar. Ese riesgo sería tan enorme que alcanzaría con que un candidato sea honesto y no robe ni un cenicero para que su gobierno sea virtuoso, independientemente de sus decisiones, sus prioridades y, sobre todo, de sus resultados.

Es una ilusión extraña que sólo aplicamos a la política. Nunca se nos ocurriría postularnos a un trabajo obviando nuestro curriculum y señalando como única virtud nuestro firme compromiso de no robar. Lo mismo suelen hacer los directorios al elegir a un CEO para dirigir su empresa, esperan evaluar un plan de negocios y analizar éxitos anteriores, no una firme promesa de no pasar gastos de representación inexistentes.

Nunca se nos ocurriría postularnos a un trabajo obviando nuestro curriculum y señalando como única virtud nuestro firme compromiso de no robar.

Lo más grave de la falacia del político ladrón es que obvia lo esencial: los países no se empobrecen por lo que puedan robar sus gobernantes (algo siempre limitado en el presupuesto de una nación) sino por lo que se puedan equivocar. El diagnóstico, correcto o equivocado, y su ejecución es lo que diferencia al desarrollo de la pobreza. En eso nada tiene que ver el patrimonio personal de cada uno, como lo demuestran las presidencias de Lula el pobre y el millonario Bush.

Falacia del rico honesto y el pobre chorro
Según este principio, la deshonestidad es una cualidad de quienes menos tienen, ya que los ricos no necesitan robar (salvo los Kirchner, la excepción que confirmaría la regla). Es un razonamiento que parece ser confirmado por la población de las cárceles, habitualmente pobre. El truco consiste en reducir el delito a sus prácticas más elementales, las más denunciadas por los medios y penalizadas por la Justicia y en las que efectivamente ningún rico invertiría tiempo o energía. Pero si dejamos de lado los robos de ceniceros y ampliamos el espectro hacia arriba, nos encontramos que sólo hay ricos entre los delincuentes, a menos que pensemos que Bernie Madoff -que se quedó con al menos 20.000 millones de U$S- o los directivos del JP Morgan -que aceptaron pagar 13.000 millones de US$ de multa por sus prácticas delictivas- o los responsables de la estafa planetaria de la tasa Libor, son indigentes.

Si dejamos de lado los robos de ceniceros y ampliamos el espectro hacia arriba, nos encontramos que sólo hay ricos entre los delincuentes, a menos que pensemos que Bernie Madoff -que se quedó con al menos 20.000 millones de U$S- esc indigente.

Así como los ricos tienen consumos diferentes a los consumos populares, también son diferentes sus prácticas delictivas, pero no por ello son inexistentes. 

Falacia de la virtud del trabajo político ad honorem 
Un tenaz sentido común señala que nuestros representantes no solo tienen que hacer su trabajo de forma eficaz, como esperamos de un CEO, un taxidermista o el pediatra de nuestros hijos, sino que deben ser intachables e incluso carecer de sentimientos tan humanos como la soberbia o la ambición. Podríamos incluso exigirles que efectúen su tarea ad honorem, como proponía nuestra oligarquía en el siglo XIX: servir a la república era un honor que no debía ser mancillado con una dieta parlamentaria, pensamiento altruista que eliminaba de cualquier cargo político a quién no fuera rentista. Macri retoma esa tradición al considerarse más virtuoso que cualquier hijo de vecino que, no habiendo tomado como él la precaución de nacer millonario, necesitaría del ingreso público para vivir.

 A diferencia de los pobres, los ricos no roban, no necesitan de la ayuda pública- lo que redunda en una mayor libertad de pensamiento-, reciben una mejor educación y disponen de tiempo y recursos para imaginar el mejor camino para todos. De ahí al voto calificado hay sólo algunas falacias más, explicadas con desinterés, civismo y mirada emocionada.

El pensamiento reaccionario suele edulcorarse con la repetición de este tipo de falacias. De a poco, casi sin darnos cuenta, la virtud ciudadana se desplaza hacia las clases más acomodadas. A diferencia de los pobres, los ricos no roban, no necesitan de la ayuda pública- lo que redunda en una mayor libertad de pensamiento-, reciben una mejor educación y disponen de tiempo y recursos para imaginar el mejor camino para todos.

De ahí al voto calificado hay sólo algunas falacias más, explicadas con desinterés, civismo y mirada emocionada. 

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