ELECCIONES 2015

Mauricio Macri, el liderazgo reluctante

Desde año pasado hasta hoy hemos visto la demostración práctica de las dificultades del PRO para transformar a sus fortalezas distritales en un partido nacional.

María Esperanza Casullo
En esta misma publicación electrónica dediqué mi primer post a analizar la fortaleza del PRO en la ciudad de Buenos Aires y a argumentar que su solidez partidaria era mayor a la que comúnmente se piensa. Señalé que el PRO tenía una gran disciplina en la legislatura de Buenos Aires, una percepción muy ajustada de cuál era su público en el distrito y una gran disciplina al momento de hacer campañas. Dije de que el PRO parecía imitar la estrategia alfonsinista en su pelea por la presidencia.

Pues bien: podría casi decirse que desde octubre del año pasado hasta hoy hemos visto la demostración práctica de las dificultades para transformar esas fortalezas distritales en un partido nacional. Manejar una provincia (y en términos funcionales y poblacionales la CABA lo es) no es garantía de poder ganar una elección nacional: si así fuera, De La Sota o alguno de los Rodríguez Saá serían hoy presidentes.

Varios señalaron la popularidad de María Eugenia Vidal en la PBA y la buena dotación de votos en Mendoza y el interior bonaerense. La ajustadísima derrota en la provincia de Santa Fe y la victoria en segunda vuelta en la CABA parecieron mostrar de manera enfática estas dificultades. Sin embargo, el buen resultado en las PASO y, sobre todo, la competitividad del PRO en la Provincia de Buenos Aires marcaron que el camino a una victoria presidencial en segunda vuelta era, si no seguro, sí posible.

Y sin embargo, en el último y más vital mes de la campaña el PRO casi parece haberse desinflado, tal vez por demás. En estas últimas semanas en donde los candidatos deberían aparecer comprometidos en la campaña las 24 horas de los 7 días a la semana, el PRO oscila entre el silencio y los posts en facebook sobre cupcakes. Esto es sorprendente.

Es cierto, la campaña del PRO fue blanco de denuncias y/o operaciones de prensa que le pegaron un par de bombazos bajo la línea de flotación con el “affaire Niembro”, el informe sobre manejos non sanctos con la pauta publicitaria y la denuncia del recorte de fondos al hospital Garrahan. No sorprenden estas cuestiones en sí; lo que sorprende es la baja capacidad de respuesta.

Hoy estamos viviendo las últimas semanas de una campaña presidencial en Argentina. No cualquier campaña presidencial, sino la campaña donde se dirime el curso de salida de doce años de gobierno kirchnerista. Estos doce años estuvieron marcados por la politización (muchos podrían decir la hiperpolitización) del discurso público y por la voluntad de todos los jugadores de jugar fuerte, o fuertísimo. Era obvio que, en algún momento, iban a aparecer estas u otras acusaciones: tanto el gobierno como los demás partidos se acostumbraron a jugar fuerte. El problema no son los gaffes o los escándalos porque todos los tienen; el problema es la aparente falta de reacción.

La cuestión Niembro. Como decía la semana pasada, Fernando Niembro es y siempre fue una figura controversial; si el PRO decidió darle una candidatura tan importante como la de primer candidato a diputado debería haber planeado de antemano qué hacer y decir si lo atacaban. No parecía imposible, tampoco: decir “lo contratamos para hacer tal cosa, lo hizo, punto”. Sin embargo, la estrategia utilizada fue el silencio o enviar a defenderlo a dirigentes que no son del corazón del PRO como Patricia Bullrich.

Los supuestos pagos fantasmas a emisoras del interior. Otro problema que fue empeorado por la falta de respuesta. En este caso, cualquier manual de campaña dirá “no te pelees con medios del interior un mes antes de las elecciones, porque los necesitarás”. Pero cuando uno de ellos le hizo una pregunta incómoda a Mauricio Macri, éste no tuvo respuesta salvo decir que fue un “error de carga”.

La controversia por el Hospital Garrahan. Otra vez, parece menos importante el problema en sí que la respuesta aparentemente desafinada de Horacio Rodríguez Larreta que dijo “En el Garrahan sabían de antemano el presupuesto y son ellos los que deben ajustarse". Una promesa de solucionar la situación, aún vaga, era mejor que esta respuesta intolerante.

La foto con Hugo Moyano. Hugo Moyano es sin dudas un dirigente de importancia pero su capacidad de arrastrar votos peronistas es dudosa. En los años que siguieron a su pelea con el kirchnerismo no pudo ni organizar una opción electoral viable ni tampoco erosionar a un gobierno con el poder supuestamente enorme de sus gremios de transporte. Su hijo Facundo Moyano milita en las filas del massismo. ¿Qué le suma al PRO esta foto? ¿Cuál es el “relato” (sí, dije relato) que pone en contexto este acercamiento? ¿No corre el riesgo el PRO de descuidar a su propia base prometiendo una “peronización” de difícil cumplimiento?

En síntesis: en todos estos puntos aparece como faltando la figura y la palabra de Mauricio Macri. Ninguna otra figura hay en el PRO que pueda dar respuesta a estas cuestiones en este momento crítico de la campaña, salvo su candidato a presidente. En una elección presidencial es necesario saber en qué momento darle un puñetazo a la mesa y elevar un poco el tono. Un presidente debe ser alguien que proyecte una imagen de poder navegar una crisis. Pero Mauricio Macri optó por “no contestar los agravios” y por continuar la el estrategia de buena onda hasta el final.

En un partido tan focus-groupeado como el PRO, tal vez sus consultores tengan buena información para señalar que esta es la estrategia que piden los votantes. Sin embargo, de ser así sería el primer caso de un presidente electo en base a un liderazgo tan reluctante.

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