FERNANDO NIEMBRO

La conciencia moral de la sociedad

Ese periodismo nacido en los 90 aún hoy parece situarse en un mundo celestial, lejos del charco de sospechas en el que viven nuestros políticos y sin conflictos de interés ni otro objetivo más que la búsqueda de la Verdad.

Sebastián Fernández
"Cualquier dirigente político con un mínimo de sensibilidad y honradez 
sabe que no alcanza con que sus actividades sean legales (...)" 
Editorial de La Nación - 15/09/15


En una columna desbordante de voluntarismo, Joaquín Morales Solá denuncia “la sospecha y el descrédito” que generaría “el viejo sistema electoral”, anuncia que “la estrechísima diferencia que señalaría un triunfo en primera vuelta o la necesidad de una segunda ronda abrirían un período de alta conflictividad política y electoral” y exige que Niembro renuncie a su candidatura como diputado del PRO.

Es extraño que el “viejo sistema electoral” no haya generado la misma sospecha ni similar descrédito cuando De Narváez ganó las elecciones en la provincia de Buenos Aires contra Néstor Kirchner en 2009, o cuando en el 2013, Massa conoció un éxito similar. Es más, hasta el año pasado, cuando el propio Morales Solá descontaba una victoria opositora en las presidenciales, ese “viejo sistema electoral” lejos de ser cuestionado era, por el contrario, una legítima herramienta que nos permitiría terminar con años de odio y empezar a construir esa otra Argentina posible.

Pero lo más notable no es la construcción algo nerviosa de un fraude inminente sino la exigencia que un periodista le hace al líder de la oposición para que baje a uno de sus candidatos a diputado. Morales Solá explica que, si bien hasta ahora no hay pruebas de que haya habido alguna ilegalidad, “el problema es que no se trata sólo de la legalidad, sino también de la ética y la estética que requiere la política”. 

Morales Solá no es el único soldado de la causa de la ética y la estética política: Lanata le pidió a Macri que "eche" a Niembro por la misma razón, González Oro trató de "hijos de puta" a sus contactos en el PRO por no querer darle una entrevista sobre esas contrataciones y el siempre mesurado Marcelo Longobardi pidió que "devuelvan la guita mientras se discute qué pasó con los 20 millones de pesos".

Debemos recordar un dato elemental que Morales Solá señala al pasar: las acusaciones contra Niembro se refieren a sospechas de corrupción, no a hechos probados. Comprendería que el jefe de campaña de Macri le recomiende apartar a Niembro por el costo que implicaría mantenerlo, y entiendo que los kirchneristas tomen el episodio como maná del cielo en medio de la campaña y se burlen con pasión de la Liga de la Decencia, la misma que suele tomar cada sospecha como verdad bíblica y cada denuncia como un hecho probado y que hoy pide esperar a que la Justicia se expida antes de llegar a alguna conclusión.

Lo que me asombra es este periodismo de púlpito que le exige al poder político que tome decisiones en base a denuncias, que se indigna, golpea sobre la mesa mirando a la cámara como si estuviera tomando el Palacio de Invierno o que, en el caso de Longobardi, propone un disparate irrealizable. ¿A quién le deberían devolver la plata?, ¿a Horacito Rodriguez Larreta, que la mantendría en custodia de la Metropolitana hasta que Longobardi no tenga más dudas?.

¿En qué momento el periodismo se transformó en la conciencia moral de la sociedad?

No creo que Natalio Botana, el mítico fundador del diario Crítica, o Jacobo Timerman, fundador de Primera Plana y La Opinión, creyeran que eran la conciencia moral de su época. Recuerdo sí a otros periodistas, como Llamas de Madariaga y Neustadt, que nos explicaban en plena Dictadura lo que era ético y lo que no, pero creo que el periodismo de púlpito empezó en los 90 con el programa Día D de Lanata. En aquellos años ya parecían más graves las sospechas de corrupción de nuestros gobernantes que sus iniciativas políticas, y ya era normal que un periodista se enojara con un ministro o un senador, o que lo tratara de ladrón o corrupto, en base a una denuncia. En ese contexto, el periodismo de púlpito aseguraba que los conflictos no eran políticos sino morales y que alcanzaría con gobernantes probos para resolverlos.

Ese periodismo nacido en los 90 aún hoy parece situarse en un mundo celestial, lejos del charco de sospechas en el que viven nuestros políticos y sin conflictos de interés ni otro objetivo más que la búsqueda de la Verdad. Es por ello que deberíamos entonces pedirles a Morales Solá, Lanata, Oro, Longobardi e incluso al severo editorialista de La Nación citado al inicio de esta columna, que devuelvan toda la pauta pública- e incluso privada- que recibieron durante sus carreras profesionales mientras discutimos sobre la incidencia de esa pauta sobre sus líneas editoriales.

Apenas despejemos todas nuestras dudas, prometemos devolvérsela.

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