POLÍTICA O BUITRES

Un domingo en Copacabana

Dejar afuera la política para frenar políticas, una estrategia que llena las calles pero vacía las urnas.

Sebastián Fernández
“Había soñado en un ratito la última pesadilla de tres años y recordaba la otra, la anterior y espantosa,
que empezó en el 43 y concluyó en el 55. Qué país raro, capaz de producir siete millones de demonios.”
Adolfo Bioy Casares / Descanso de caminantes / 1976


Habíamos llegado a Río de Janeiro el día anterior y decidimos ir a caminar por la playa. Justo antes de llegar a Copacabana, empezamos a ver gente vestida con la camiseta de la selección brasileña. Al ver las primeras vinchas y remeras con la inscripción “Fora Dilma” comprendimos que estábamos en medio de una de las marchas opositoras convocadas para ese día. Recordé de golpe mi suerte para la ubicuidad, como aquella vez que, ingenuamente, fui a ver una exposición en la Fundación Proa un domingo de superclásico en la Bombonera.

Desde un gran camión abierto, como los que se usan en las comparsas de carnaval, un locutor lanzaba consignas y cantaba. Había imágenes de Dilma y Lula en traje a rayas, el logo del PT (Partido dos Trabalhadores) tachado y una mención que en ese momento no entendimos: #JeSuisMoro. Luego supimos que hacían referencia a Sérgio Moro, juez que lidera una gran investigación federal sobre lavado de dinero, con supuesta participación de empresarios y políticos, incluyendo gerentes de Petrobras y otras empresas públicas.
La arenga comparaba al PT con una cueva de ladrones, llamaba a sacar a Dilma del poder a través del famoso Impeachment, y elogiaba al juez Moro, cuya mención era vivada por los manifestantes. No había referencias a los candidatos opositores, ni siquiera a Marina Silva, la candidata que un año atrás y según los medios, podía ganarle a Dilma en primera vuelta y no llegó a la segunda.

Había muchas familias en la marcha, algunas de ellas en bicicleta. Asombrosamente para una ciudad con casi la mitad de la población negra o mulata, entre los participantes sólo vimos blancos.

Como ocurre con los indignados argentinos, los manifestantes de Copacabana estaban más seguros de sus odios que de sus entusiasmos. Exigían que Dilma se fuera, aunque no estuviera claro quién la reemplazaría. Como acá, forman parte de las clases más acomodadas y denuncian un país saqueado por la corrupción populista, aunque su desprecio incluya en el fondo a toda la clase política, condenada a mentir para ganar votos. Por eso no es fortuito que la salvación esté en manos de quienes justamente no se presentan a elecciones: jueces, fiscales o periodistas. Las denuncias nunca son políticas sino morales e, incluso, clínicas.

Hace un par de semanas, un amigo chileno me contó que Bachelet está deprimida y que, al parecer, sería alcohólica. Otro me explicó que está simplemente loca. Una serie de escándalos de corrupción también jaquea a la presidenta de Chile, incluyendo un negocio inmobiliario llevado adelante por su hijo.

A menos que pensemos que las clases más acomodadas de nuestros países se han transformado en calvinistas alérgicas a la corrupción- e incluso a las sospechas de corrupción- o que antes de esta ola populista en la región, las corporaciones y los gobiernos estaban conformados por monjes trapenses, creo que deberíamos buscar el origen de estas indignaciones ciudadanas por otro lado.

En la década del detestado PT, casi 30 millones de brasileños ascendieron a la clase media, la pobreza disminuyó a la mitad, y mientras el ingreso del 10% más pobre de la población casi se duplicó, el del10% más rico sólo aumentó un 16%. Por su parte, apenas decidió llevar adelante las reformas educativa, fiscal y electoral que sus predecesores, incluyendo a ella misma, no se animaron a hacer, Bachelet dejó de ser una política seria y se volvió loca como CFK, borracha como Lula y corrupta como ambos.

El recurso no difiere mucho de lo que conocemos en Argentina: transformar un conflicto político en uno moral. Si la lucha es entre el Bien y el Mal, como la pesadilla peronista que atormentaba a Bioy, no hay votos que cuenten ni políticos que puedan resolverla, solo hay héroes circunstanciales, como el juez Moro o el fiscal Campagnoli.

Dejar afuera la política para frenar políticas, una estrategia que llena las calles pero vacía las urnas.

COMENTARIOS



UBICACIÓN