Soberbia moral, insignificancia política

El por entonces diputado Luis Zamora criticó la hipocresía de la UCR y el PJ (quienes habían sancionado y apoyado las leyes en discusión y hoy proponían anularlas), se vanaglorió de su “constante lucha contra la impunidad de la Dictadura”, previó que la anulación daría “más impunidad a los represores” y anunció que no “acompañarían” la iniciativa.

“Democracia representativa no es democracia.
Democracia es democracia directa,
con mecanismos de revocatoria de mandatos,
toda esta cosa que planteamos nosotros.”
Luis Zamora / diciembre del 2001
El 12 de agosto del 2003, la Cámara de Diputados, luego de un largo debate, aprobó la ley por la que se declaró "insanablemente nulas" las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, un viejo reclamo de la izquierda presentado por Patricia Walsh y apoyado por el entonces presidente Néstor Kirchner.

El por entonces diputado Luis Zamora criticó la hipocresía de la UCR y el PJ (quienes habían sancionado y apoyado las leyes en discusión y hoy proponían anularlas), se vanaglorió de su “constante lucha contra la impunidad de la Dictadura”, previó que la anulación daría “más impunidad a los represores” y anunció que no “acompañarían” la iniciativa. Un plural abusivo teniendo en cuenta que, para ese entonces, el bloque de dos legisladores de Autodeterminación y Libertad ya se había separado en dos monobloques (separación que tal vez cada legislador hubiera continuado de no habérselo impedido la biología).

Zamora terminó votando en contra de las leyes de impunidad que siempre había denunciado junto al diputado Ricardo Bussi, hijo del conocido terrorista de Estado.

Ese fue el bautismo de fuego del zamorismo, doctrina cuya insignificancia política es sólo comparable a su incansable soberbia moral, aquella que también se reflejó en la renuncia tanto a su dieta parlamentaria como a la jubilación especial que le correspondía como ex diputado. Ese ingreso le hubiera permitido una dedicación exclusiva a la política pero también hubiese terminado con el ejemplo virtuoso del líder que corretea libros para sobrevivir.

En Chile, luego de las revueltas estudiantiles del año 2011, una nueva camada de jóvenes de izquierda entró al Congreso con una agenda que apuntaba a una mayor equidad, con el eje puesto en la reforma educativa y la reforma constitucional.

Apenas instalados en sus bancas, llevaron adelante un proyecto de reducción de la dieta parlamentaria además de toda una serie de críticas hacia los gastos parlamentarios, como el uso de la clase business en los vuelos a partir de determinada cantidad de horas (una precaución elemental cuando se viaja por trabajo).

En lugar de exigir más recursos -mejores ingresos, mayor estructura, más y mejores asesores- para llevar adelante las enormes reformas que apoyaban, esos diputados prefirieron dedicarle tiempo a ilustrar su propia virtud personal, alejada de la supuesta hipocresía del sistema.

Luego de descubrir con asombro que Néstor Kirchner no era Camilo Cienfuegos, Libres del Sur se distanció del kirchnerismo, al que hasta ese momento había apoyado. Además de otras críticas, los disidentes denunciaron una “alianza con los carapintadas”, en referencia a un acuerdo electoral con Aldo Rico, hoy olvidado (tanto el acuerdo como Aldo Rico).

Siguiendo el clásico péndulo opositor entre Heidi y Frank Underwood -es decir, entre absolutos morales y alianzas desenfrenadamente electorales- Humberto Tumini y Viki Donda, luego de criticar al gobierno por apostar más al aparato del PJ que a ex brigadistas del café, armó acuerdos con Sanz, Cobos, Pino Solanas, Prat Gay, la Mentalista Carrió e incluso se entusiasmó con la candidatura de Hermes Binner, un socialista tenue, partidario de la mano invisible del mercado.

Luego de la implosión del multimarca UNEN frente a las inclemencias de la realidad y la atracción irrefrenable que varios de sus referentes sintieron hacia el PRO, Tumini y Donda parecen dedicarle más energía a justificar la pureza cristalina de sus liderazgos frente a la inesperada traición de sus ex socios que a intentar salvar a su movimiento de la irrelevancia virtuosa.

El narcisismo de cierta izquierda químicamente pura demuestra que no hay un camino más rápido hacia la insignificancia política que la soberbia moral.


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