¿Puede ser derrotado el PRO en la Ciudad de Buenos Aires?

¿Puede ser derrotado el PRO en la Ciudad de Buenos Aires?

¿Puede una fuerza nacional y popular o de centroizquierda ganar el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires? No es fácil responder afirmativamente a esta pregunta; después de todo, una ciudad que supo estar identificada con la UCR, con la resistencia a las políticas privatizadoras de la educación del menemismo, con la cultura y con el “progresismo” (dejamos la discusión de qué es el progresismo para otro momento, solamente afirmamos como premisa de partida que, por décadas, y aunque Rosario proteste, el centro del progresismo fue la Ciudad de Buenos Aires), ha votado a Mauricio Macri como jefe de gobierno por dos mandatos seguidos; voto también senadores del PRO, y todo indica que para el 2015 Gabriela Michetti es la candidata con mayor intención de voto local. El PRO domina hoy la vida política de la ciudad, y la oposición está casi totalmente fragmentada.

Para pensar cómo podría ser posible que gane una identidad política distinta en la CABA, lo primero que hay que comprender es que la Buenos Aires progresista, la que vibró con la primavera alfonsinista, la de Buenos Aires no Duerme y los festivales masivos en el Centro Cultural Recoleta, la de los cantantes populares actuando en la Carpa Blanca para maestros de guardapolvo blanco, no existe más. No porque no existan más maestros, o no existan más museos, o porque Fito Paez no siga cantando. Lo que no existe más es el sujeto político identificado con esos símbolos aspiracionales. Los aspiracionales han cambiado y tienen que ver más con el consumo y la esfera de lo privado que con los símbolos de una historia progresista cada vez más lejana en el tiempo.

Hoy, una apelación política exitosa en la Ciudad de Buenos Aires no puede ser centralmente de clase media, basada en tropos como “la defensa de la escuela pública” o “la defensa de la salud pública”, porque lo cierto es que las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires ya no se ganan en “el cinturón de la avenida Rivadavia”, es decir, lo barrios de clase media-media como Almagro, Boedo o Caballito. Social y económicamente, la CABA es hoy una ciudad dual, con un norte que concentra la actividad económica, la infraestructura y los recursos y un Sur en donde habita la población joven en condiciones de mucha mayor pobreza. Son, a efectos prácticos, dos ciudades distintas. Para ganar en Buenos Aires hoy hay que hacer política en esas dos puntas: hay que tener una propuesta y un discurso para las familias de Villa Urquiza y los solteros de Palermo, y una propuesta y un discurso para las familias de Pompeya, Barracas y las villas del Sur de la Ciudad. Uno de los grandes éxitos del PRO fue justamente darse cuenta de esto y articular un discurso optimista, privatista y canchero con una red de locales partidarios y punteros (si, punteros), muchos de ellos venidos del peronismo.

Una identidad política progresista, además, debe encontrar nuevos símbolos para disputar culturalmente. Decir "hay que defender lo público” ya no es suficiente. ¿Qué es lo público en Buenos Aires hoy? Hoy son más públicos los shoppings y los locales de McDonalds, en donde todos pueden entrar y en donde se da un servicio homogéneo para todos los clientes, que los hospitales o las escuelas degradadas. La escuela pública ha dejado de ser, en Buenos Aires, un icono universalmente respetado y apreciado; antes bien (aunque con honrosas excepciones) la escuela pública es hoy un lugar estigmatizado del cual las familias se van apenas pueden; y no sólo emigran “los ricos” (esos ya la abandonaron hace tiempo). La abandonaron los empleados, los pequeños comerciantes y todos aquellos que apenas logran juntar dos sueldos comienzan a pagar un colegio privado parroquial. Como dijo un dirigente sindical recientemente, “un trabajador merece poder pagar un autito y el colegio privado”, lo mismo ocurre con la salud pública. En la ciudad de Buenos Aires la opinión pública ha anotado como perdida a la salud pública. Viven en Buenos Aires hoy niños que son la segunda (o tercera) generación que nunca pisó un centro público de salud y nunca lo pisar. Entonces, una fuerza que quiera hacer oposición al macrismo desde la defensa de iconos de “lo público” de hace cuarenta años no podrá hacer pie.

Finalmente: un partido con aspiraciones en la Ciudad debe dejar de subestimar al PRO. Ni Mauricio Macri ni la orgánica del PRO son improvisados. El PRO es exitoso. La identidad macrista (mezcla, como dicen Gabriel Vommaro y Andrés Fidanza, de tropos del mundo de la organización no gubernamental con los de la empresa privada) no es un simple malentendido de la historia, una confusión o una mala conciencia que engañó a los vecinos. No se trata de un “sueño” del cual despertaran por necesidad histórica. Más bien, el PRO apeló a una identidad cultural muy fuerte y presente en grupos amplios de habitantes de la ciudad, que efectivamente se sienten y están más conectados con la vida de las empresas y de las ONGs que con el estado local. Y el manejo político que hace el PRO de su distrito (si, la CABA es hoy el distrito del PRO) ha sido tanto o más eficaz que el que realiza cualquier barón del Conurbano. El PRO ganó las elecciones ejecutivas de 2007 hasta hoy, y lo hizo cómodamente. Su bloque maneja sin ningún tipo de problemas la Legislatura porteña, más aun cuando tiene enfrente a una tremenda fragmentación opositora. Mauricio Macri se retirará de su rol de jefe de gobierno con una alta imagen entre sus votantes y tiene buenos números en la carrera presidencial. No hay que engañarse: el PRO será la fuerza política central de la CABA por ocho años, o tal vez más.

¿Puede, entonces, ser derrotado el PRO en su distrito? No hoy, seguramente. El desafío es recorrer y conocer la ciudad como es efectivamente, y no como la deseamos; imaginar nuevos proyectos, una nueva identidad política, y nuevos liderazgos, apropiados a esta época, no para treinta años antes, y armarse de paciencia. Es decir, hacer lo que hizo el PRO.


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