No consumir su propio producto

“Don't get high on your own supply”, Elvira a Tony Montana.
Scarface / Brian de Palma / 1983
En 1986, el Partido Socialista del presidente Mitterrand -cuya victoria en 1981 había generado una enorme expectativa en el electorado- perdió las elecciones legislativas. Eso impuso, gracias al sistema semi-presidencialista francés, la primera “cohabitación” de su historia, es decir, la de un presidente y un primer ministro de distinto signo político.

En ese momento, las mayores críticas al gobierno francés, al menos las que repetían los medios opositores, se centraban en la inseguridad y la corrupción. Jacques Chirac, vencedor y nuevo primer ministro prometía, con ahínco febril, terminar con esos flagelos.

Chirac buscaba diferenciarse de la inmovilidad presidencial de la que, al parecer, la opinión pública estaba harta. Así, multiplicó sus apariciones en los medios, destacando las bondades del trabajo en equipo y la juventud de sus ministros -en contraste con la edad del presidente-, con una retórica de campaña permanente y cambio inminente.

Mitterrand, por su lado, encontró en esa lejanía del día a día su mejor arma política: optó por la figura del viejo sabio. En apenas dos años, dio vuelta la derrota legislativa y ganó cómodamente las elecciones presidenciales de 1988 con una propuesta tan vaporosa como hábil: Francia Unida.



En apenas 80 segundos y 800 planos, Mitterrand se transformó en el padre de la Nación y la encarnación de dos siglos de historia francesa.

Jacques Chirac le habló a una minoría rabiosa- que soñaba con un cambio radical que la liberara de un presidente detestado y soberbio- y creyó que le hablaba al país.

Desde hace ocho años, los medios dominantes -liderados por el Grupo Clarín- mantienen una agenda política de confrontación total con el oficialismo. Este no se trataría sólo de un pésimo gobierno sino del peor gobierno de la historia, algo parecido al mal absoluto.

A través de las columnas de La Nación, por ejemplo, intelectuales respetados denuncian el nazismo de una dictadura marxista o las intenciones satánicas de una presidenta desquiciada, junto a economistas serios que desde hace años anuncian el apocalipsis inminente aunque siempre esquivo. Según esa lectura, las mayorías no esperarían propuestas de gobierno sino héroes que las liberen del autoritarismo y la corrupción kirchneristas.

Frente a este panorama, sólo queda un frente unido, una Unión Democrática contra el Maligno que genere el cambio tan esperado.

Esa agenda furiosamente antiK le fue impuesta a los candidatos opositores a cambio de presencia en los medios, un disciplinador feroz. Un buen ejemplo de ese funcionamiento fue el cambio en la campaña de Sergio Massa, que comenzó con una mesurada (y peligrosa para el oficialismo) “ancha avenida del medio” y terminó con arengas contra los “jueces saca-presos” o los “planes que mantienen vagos.”

El del país desesperado es un diagnóstico tentador por lo contundente, pero lamentablemente falso. Hoy, las mayorías no exigen cambios drásticos ni tienen como preocupación principal el tan denunciado autoritarismo oficial. Al contrario, en las elecciones provinciales los oficialismos parecen consolidarse.

La paradoja de ese diagnóstico errado es que los medios que lo impusieron critican a los candidatos por basar su estrategia electoral en él.

En un artículo publicado en Clarín, Julio Blanck advierte los límites de la estrategia apocalíptica y explica que “el núcleo más duro antikirchnerista se habría reducido a un 15% del electorado”, que existe un “miedo al cambio” y que “lo que parece crecer (…) es la idea de un cambio moderado con bastante de continuidad”.

Como Tony Montana (desoyendo la recomendación de Elvira) y Jacques Chirac en 1986, la oposición cometió el error de consumir su propio producto.

Julio Blanck intenta advertírselo pero, a tres semanas de las PASO, parece un poco tarde.


COMENTARIOS