Llevarse las marcas

Muchos años pasaron desde el 25 de mayo de 2003, cuando Néstor Kirchner asumió, se golpeó la frente contra una cámara de fotos, hizo entrar a sus hijos (entonces unos niños, hoy adultos) al despacho presidencial e hizo molinetes con el bastón de mando frente a las risas de su esposa. En estos doce años hubo quienes nos terminamos carreras, nos fuimos y volvimos, tuvimos hijos, perdimos familiares queridos: a todos nos fue mejor o peor. Y aquí estamos. Más viejos pero aún aquí.

El lunes 25 de mayo el gobierno organizó el último acto de la Revolución de Mayo encabezado por un Kirchner. Muchos años pasaron desde el 25 de mayo de 2003, cuando Néstor Kirchner asumió, se golpeó la frente contra una cámara de fotos, hizo entrar a sus hijos (entonces unos niños, hoy adultos) al despacho presidencial e hizo molinetes con el bastón de mando frente a las risas de su esposa. En estos doce años hubo quienes nos terminamos carreras, nos fuimos y volvimos, tuvimos hijos, perdimos familiares queridos: a todos nos fue mejor o peor. Y aquí estamos. Más viejos pero aún aquí.

También sigue estando aquí el kirchnerismo, a quien muchos dieron por muerto en estos doce años. Impulsivo, improvisacional, pecheador, cerebral y verticalista: el kirchnerismo y su presidenta no sólo lograron llegar hasta aquí sino que siguen siendo, increíblemente, el principal actor político nacional a sólo cuatro meses del final de su mandato. A Cristina Fernández de Kirchner se la aprecia o se la detesta pero todos siguen hablando de ella.

No hay mejor signo de la centralidad de Cristina Fernández de Kirchner que lo discutido en los diarios y los programas televisivos del martes 26 sobre los eventos del fin de semana. Si el kirchnerismo había llevado mucha, media o poca gente; si el público asistente había ido sólo o en micros; si el Centro Cultural Néstor Kirchner no era “demasiado para un país como el nuestro”; si la presidenta fue demasiado agresiva en su discurso; si La Cámpora había dicho que tocaba el Indio para que fuera más gente; si, si, si….

El tema central es que sólo faltan cuatro meses para la elección presidencial y dos para las PASO.  Ni en las PASO ni en la general competirá Cristina Fernández de Kirchner. Tanto si esto genera alivio como si genera tristeza, éste es sin embargo el único dato indudable con el que contamos hasta este momento. Los partidos opositores ofrecen tantos interrogantes como certezas. Mauricio Macri será candidato a presidente, sin dudas. Pero el PRO no cuenta con personería jurídica en la provincia de Buenos Aires y algunas encuestas lo dan hoy por hoy como tercero ahí. ¿Cómo sería posible para él ser electo presidente saliendo tercero en la PBA? Eso sería sencillamente imposible. Sergio Massa sufre una sangría constante de aliados. ¿Estaría él dispuesto a ser el candidato a gobernador del PRO? Hay interrogantes centrales y sólo faltan dos semanas para la inscripción de alianzas nacionales.

Frente a este panorama, es esperable que Cristina Fernández de Kirchner redoble sus apariciones televisivas; es más, es esperable que ella no sólo no suavice su discurso sino que se pelee con más gente aún.

La razón es simple y tiene que ver menos con razones de personalidad que son razones de táctica política. Cristina Fernández de Kirchner-está claro a esta altura-quiere que gane el FPV en diciembre. Y su centralidad en el debate político es funcional a esta victoria.

Para usar una metáfora futbolística, Cristina Fernández se muestra, se mueve y al hacerlo se lleva las marcas. Mientras el quién es quién opositor la sigue discutiendo (una y otra vez, temas ya debatidos una y mil veces: su peinado, su discurso, sus cadenas nacionales, sus actos, sus hijos, sus supuestas enfermedades) nadie está discutiendo a las únicas dos personas que serán los candidatos del FPV: Daniel Scioli y Florencio Randazzo. Uno de ellos, no Cristina Fernández de Kirchner, encabezará la boleta en octubre.

Queda la sensación de que al centrarse tanto en la figura de CFK los referentes políticos y formadores de opinión de la oposición se plegan, en realidad, a una estrategia que es funcional a las metas oficialistas: mientras más se concentre la crítica en la presidenta, más puede Daniel Scioli (o Florencio Randazzo) avanzar al tranco silbando bajito hacia la meta.

En definitiva: en política, como en el fútbol, hay que tener cuidado de no comerse los amagues.


COMENTARIOS