Limar a este gobierno, limar a cualquier gobierno

“La diferencia de 20 puntos que sacó el ganador (Rodríguez Larreta),
amplísima pero insuficiente para evitar la segunda vuelta, disparó el
interrogante político: ¿vale la pena embarcarse en otra campaña, en nuevos
cruces, con ese resultado?”
Eduardo Paladini / Clarín 7 de julio 2015
 

Han pasado doce años desde el vaticinio de Claudio Escribano en La Nación (“la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año”) y casi ocho años desde que el grupo Clarín se transformó en el opositor más acérrimo al gobierno. Esa obstinación que percibimos cada mañana en la tapa de los diarios logra que olvidemos algo elemental: los medios con posición dominante no son antikirchneristas, son antigobierno. Quienes detentan un poder no electoral prefieren gobiernos débiles y obras en consecuencia.

En ese sentido, aún si Macri, Sanz, o incluso la generosa pasionaria de TN Silvana Giudici ganara las elecciones, los medios no tardarían en limar también a ese amistoso gobierno. Lo harían con argumentos diferentes -la falta de carisma en lugar del exceso de personalismo o el desempleo descontrolado en lugar de la inflación desbocada- pero con similar objetivo: negociar con un presidente más débil y con menos legitimidad popular.

Hace una semana tuvimos una muestra gratis de ese viejo mecanismo. Rodriguez Larreta ganó la primera vuelta de las elecciones porteñas con más de 20 puntos sobre el segundo candidato, Martín Lousteau, de la coalición ECO, aunque con 45,5% de los votos no pudo evitar el balotaje. La elemental voluntad de Lousteau de presentarse a la segunda vuelta, como estipula la Constitución, generó el fastidio de algunos de sus supuestos socios políticos.

El radical Aguad criticó la decisión del candidato cuya coalición integra su propio partido, ya que su victoria “puede poner en riesgo la candidatura presidencial del jefe del PRO, Mauricio Macri”. Más allá que parece extraño pedirle a un candidato que se baje de una elección porque la podría ganar, asombra que el candidato presidencial de un radical sea Macri y no Sanz.

Por su lado, Prat Gay, ex candidato en la lista de Libres del Sur que hoy hace campaña junto al PRO, denunció también “el egoísmo” de Lousteau por enfrentarse a “los socios que necesitamos para dar la batalla crucial”, además de lamentar su “falta de coherencia”.

Incluso el director ejecutivo de la Fundación Pensar, el think tank del PRO, olvidando por un momento la defensa de las instituciones que suele ser la obsesión de la entidad, mencionó en Twitter el tiempo que los porteños podríamos ganar si Lousteau decidiera librarnos de esa penosa y, para él, inútil segunda vuelta. Otros mencionaron el ahorro económico que eso nos aportaría.

Pero más asombrosa fue la reacción intempestiva y furiosa de algunos periodistas independientes. Marcelo Longobardi llegó a calificar el respeto a la Constitución como un simple “argumento” que deja que “intereses subalternos empañen la construcción de una oposición que está haciendo el ridículo”. Que llevar adelante una elección como estipula la ley sea un interés subalterno es una idea peculiar sobre todo venida de alguien que, como Longobardi, se define como legalista.

Morales Solá, otro apasionado que desde hace años nos alerta sobre la falta de respeto a la ley y sus peligros, se preguntaba indignado: “¿Debe haber segunda vuelta cuando la diferencia entre Horacio Rodríguez Larreta y Lousteau fue abismal? ¿Es razonable extender inútilmente una competencia entre opositores en las vísperas de elecciones nacionales en las que se jugará la continuidad del kirchnerismo?". Una arenga de campaña disfrazada de análisis político, retomada casi con las mismas palabras Eduardo Paladini en Clarín.

La operación contra Lousteau a plena luz del día es un gran ejemplo para quienes candorosamente creen que la acción política de los medios es una anomalía generada por el propio gobierno y terminará con el tan anunciado fin de ciclo K. Porque limar a un gobierno en retirada sirve, además, para disciplinar al siguiente.


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