La sensación de corrupción

Una letanía persistente describe a los kirchneristas como gobernantes inescrupulosos cuyo único fin es acumular riquezas pero que, sin embargo, confrontan con los grupos económicos más poderosos, históricamente proclives a premiar los apoyos políticos.

"Me preocupa la corrupción del puente que no se hace, no la corrupción del puente que se hace y cuesta 40% más."
"El costo visible de la corrupción es cuando convive con las decisiones equivocadas respecto de la gestión del país y el rumbo."
Miguel Bein (entrevista de J. Fontevecchia / marzo del 2014)
Una letanía persistente describe a los kirchneristas como gobernantes inescrupulosos cuyo único fin es acumular riquezas pero que, sin embargo, confrontan con los grupos económicos más poderosos, históricamente proclives a premiar los apoyos políticos.

Dispondrían para el saqueo de la ayuda incondicional de una justicia adicta aunque, asombrosamente, no logran el apoyo de esa misma justicia adicta en iniciativas que consideran vitales, como la Ley de Medios.

El hecho de que las condenas por corrupción no estén a la altura de la sensación de corrupción, sólo prueba la complicidad judicial. "Si no condenan a los chorros es que los jueces también lo son", concluye el ciudadano indignado, reemplazando al fallo imperfecto por la perfección de sus certezas.

Ese mismo ciudadano indignado exige que un funcionario sospechado o investigado renuncie, otorgándole a los medios de comunicación o al Poder Judicial, cuyas investigaciones pueden durar más de una década, la facultad de vetar ministros o incluso Jefes de Gobierno.

Los candidatos opositores, subidos a esa ola indignada, proponen implementar una genuina independencia judicial a la vez que prometen “mandar a todos los delincuentes a la cárcel”, un deseo algo contradictorio con la tan deseada independencia de los jueces.

La sensación de corrupción clausura cualquier debate político. El sospechado es corrupto y el corrupto es sólo eso, un corrupto. La sensación de corrupción, además, iguala al conjunto de la oposición. Quienes están a favor de alguna iniciativa oficial la denuncian por estar de alguna manera ligada a la corrupción junto a quienes se oponen con ahínco a esa misma iniciativa.

El enfrentamiento político no sería entre políticas diferentes o diagnósticos opuestos sino entre honestos y corruptos. Un combate, al parecer, milenario.

Sin embargo, si gracias a las investigaciones de un ignoto Lanata del siglo XIX hoy nos enteráramos que el ministro Eduardo Wilde robó un cenicero, no lo trataríamos por eso de corrupto. "Es sólo un cenicero" argumentaríamos con razón. ¿Y si fueran cien? ¿Y si fueran mil o diez mil ceniceros?

¿A partir de cuántos ceniceros Eduardo Wilde dejaría de ser el ministro brillante al que le debemos la Ley 1420 de Educación Común para transformarse en un corrupto cuya obra política no merece siquiera ser analizada sino sólo denunciada su condición de tal?

Si nos enteráramos que Moreno Ocampo pasó viáticos indebidos durante el Juicio a las Juntas o nombró amigos en la fiscalía, ¿eso modificaría su notable tarea como fiscal adjunto en ese mismo juicio?

Por otro lado y más cerca de nosotros ¿el drama de los ´90 fue la pista de Anillaco, la Ferrari de Menem y el petit hotel de María Julia o un diagnóstico errado que llevó al país a la quiebra?

Del primer peronismo hoy valoramos el aguinaldo, las vacaciones pagas, las viviendas sociales, los hospitales o el estatuto del peón, pero insólitamente no recordamos las escandalosas joyas de Evita, la denunciada fortuna de Perón o los sospechosos manejos de la Fundación Eva Perón. Sin embargo, esos hechos desbordaron los medios opositores de aquella época y las conversaciones indignadas de ciudadanos virtuosos. Incluso algunos, pese a apoyar muchas de las medidas oficiales, respaldaron el golpe del ´55 con el argumento de “frenar los abusos”.

La historia demostró que sólo lograron interrumpir los logros.

Un gobernante debería ser juzgado por sus iniciativas políticas, como un director lo es por sus películas sin que nos preguntemos si su productora está al día con las cargas sociales. Iniciativas y películas son lo que perdura y lo que cambia, para bien o para mal, la vida de las mayorías.

Si además el gobernante o el director robaron un cenicero, o mil, o diez mil, esperamos que sean juzgados y condenados, probablemente con la dificultad que implica juzgar y condenar a cualquier ciudadano poderoso (si los jueces fueran inmunes al poder nuestras cárceles no estarían tan llenas de pobres diablos y tan raleadas de poderosos).

Se suele argumentar que los políticos manejan “nuestra plata”, algo que no ocurre con los privados. Es un argumento falaz: el dinero que fugan los privados, las sobreganancias por posiciones dominantes o los ingresos no declarados son igualmente “nuestra plata”.

Como señala Miguel Bein, el costo mayor de la corrupción es el de instrumentar decisiones políticas desacertadas. Por eso quienes se interesan por la política deberían focalizar su atención en esas decisiones y no en el eventual instrumento delictivo, una tarea que deberían dejarle al fiscal.


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