La Mentalista

Con un discurso delirante pero bien articulado que mezcla a Hannah Arendt con las lluvias de fuego inminentes, al Gordo Valor con los partos sin peridural -también inminentes- y a la Desatanudos con la República con los mandalas la Mentalista logra electrizar a su audiencia; una virtud poco frecuente entre los líderes opositores.

Con un discurso delirante pero bien articulado que mezcla a Hannah Arendt con las lluvias de fuego inminentes, al Gordo Valor con los partos sin peridural -también inminentes- y a la Desatanudos con la República y con los mandalas la Mentalista logra electrizar a su audiencia; una virtud poco frecuente entre los líderes opositores.

Ese carisma y el generoso apoyo mediático con el que suele contar no necesariamente se traduce en peso electoral (recordemos que entre su candidatura presidencial de 2007 y la del 2011 perdió 4.000.000 de votos, es decir, el 90% de su electorado) pero sin duda la transforma en una jugadora política insoslayable. Posee, además, un notable poder de construcción -como lo demuestran el ARI, la Coalición Cívica, el más efímero Movimiento Humanista de Resistencia y Construcción y también su última co-creación, el multimarca UNEN- sólo superado por su extraordinario poder destructivo. Ella es el único jugador que permanece en pie luego de cada nuevo y esperado tsunami.

Su gran versatilidad le permitió, en unos pocos años, transformarse de aquella pasionaria que junto al economista heterodoxo Ruben Lo Vuolo denunciaba a bancos y multinacionales y exigía mayor regulación estatal, en esta señora bien que denuncia el Estado depredador y pide eliminar las retenciones y reemplazarlas por “deuda legítima” junto a Alfonso Prat Gay, en una reedición de la Teoría del Derrame pero en clave moral.

De definir las alianzas en base a fronteras honestistas (“Mi límite es Macri”) pasó a proponer acuerdos con fines explícitamente electoralistas (“Si no vamos con Macri gana el PJ”).

Puede aliarse con cualquier partido o candidato opositor, eludiendo siempre el fastidio de las definiciones políticas y “reemplazando la imprecisión por énfasis” (parafraseando lo que escribió José Natanson sobre Pino Solanas).

Frente a ese enorme magnetismo, la oposición y en particular la UCR, no logra definir una estrategia clara. Pasa de la burla y el desprecio al pedido de ayuda, de la tolerancia al odio y luego nuevamente a la tolerancia.

Muchos acuerdan que no es una socia confiable pero todos saben que es una adversaria despiadada. En la política espectáculo no tiene parangón, arma y desarma acuerdos desde los medios, hace denuncian judiciales o llama a conferencias de prensa para anunciar calamidades inminentes aunque siempre esquivas.

Contradice a sus socios y reniega con pasión de eso que hasta ayer defendía con ahínco. No acepta otra autoridad que la suya y sabe que sus seguidores no esperan de ella coherencia política ni proyectos de gobierno sino visiones apocalípticas que confirmen las suyas: - ¿Qué ve, Elisa?, llegó a preguntarle Marcelo Bonelli, oficiando de asistente pitoniso.

Su alergia a la gestión ejecutiva es sólo comparable a su aversión a la negociación parlamentaria. Su tribuna está en los medios y en la fiscalía, no en el Congreso ni en el partido. Su liderazgo no tiene militancia ni otro territorio que el que delimita el decorado de un estudio de televisión. Suele apadrinar a jóvenes dirigentes que luego suelta en el vacío de sus explosivas decisiones tácticas.

Como en todo relato anti-político, el drama es el gobierno, una asociación ilícita dedicada al robo a gran escala y en el fondo a la maldad planificada. Su antídoto es la Virtud, encarnada en una heroína mítica que resiste contra todas las presiones, llora en directo, anuncia catástrofes terminales aunque luego nos tranquiliza diciéndonos que vamos a estar bien. En sus análisis nunca hay factores de poder ni conflictos de intereses que la política debería regular, sólo demonios desatados por una pareja presidencial que destruyó el equilibrio de un país tradicionalmente manso, que hasta el 2003 resolvía sus conflictos con la parsimonia de un cantón suizo.

La Mentalista es el narcótico de la oposición. Su consumo mejora el presente, aporta presencia en los medios, suma apoyos indignados y acerca consignas atractivas y denuncias proféticas. Pero al mismo tiempo esteriliza toda vocación de poder, condenando a sus adictos a la irrelevancia enfática y la minoría eterna.

No es un mal futuro para una estrella de la telepolítica. No parece ser un destino soñado para un gran partido popular, en particular si además es centenario.


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