La irrelevancia obstinada o la realpolitik desenfrenada

Luego de una década de agobiarnos con la letanía de la Heidipolitik, el progresismo anti-K nos ofrece dos opciones para superar la noche kirchnerista: la irrelevancia obstinada o la realpolitik desenfrenada.

"... para consolidar esta nueva coalición era necesario marchar con cuidado, porque avanzar demasiado en el barrido de los establos de Augias podía antagonizar, y perder, a más gente y estructuras de apoyo que las que se podrían alcanzar entre los independientes enrolados como transversales. Y además, muchos de estos últimos seguían sufriendo una incurable tendencia a protestar y quejarse ante el menor contratiempo.”
Torcuato Di Tella, prólogo a El Pensamiento del Peronismo
El menemismo fue un período generoso para un cierto tipo de progresismo. En aquella época alcanzaba con criticar en un almuerzo familiar la pista de Anillaco, el petit hôtel de Maria Julia o la vulgaridad de Zulemita para sacar carnet de progre. Por lo general, los medios opositores no analizaban el problema de fondo -el modelo político- sino que denunciaban uno de sus aspectos instrumentales: la corrupción. El gobierno era corrupto y eso explicaba casi todo.

La Alianza fue la concreción política de ese error de diagnóstico. Ganó las elecciones proponiendo hacer lo mismo que su predecesor pero sin corrupción, una especie de menemismo blanco, y terminó con un presidente huyendo en helicóptero y dejando un país en llamas.

Luego del interregno duhaldista, el kirchnerismo intentó una alianza política más amplia que el PJ que, por un lado, aportara nuevos bríos frente al temido grito “que se vayan todos” del 2001 y, por el otro, que le diera peso suficiente como para enfrentar a Duhalde, su antiguo mentor.

Fue la época de oro de la Transversalidad primero y, luego de su fracaso, de la Concertación Plural, que llevaría a Cobos como vice de CFK en 2007 y que también volaría por el aire con el conflicto de la 125 y el famoso voto no positivo.

De aquellos antiguos compañeros de ruta, algunos se quedaron, como el Nuevo Encuentro de Martín Sabbatella, ya casi una línea interna kirchnerista. Muchos otros se alejaron: los Libres del Sur, de Tumini y Donda; Juez y su Partido Nuevo; o los electrones libres, como Lozano o Bonasso.

Como señala el texto de Torcuato Di Tella, esos compañeros de ruta sufrieron una incurable tendencia a protestar y quejarse ante el menor contratiempo. No estaban en contra de las grandes iniciativas del kirchnerismo- como la nueva Corte, la renegociación de la deuda, la política laboral, la masiva integración al sistema de jubilados sin aportes, el fin de las AFJP, la ley de Matrimonio Gay, la Ley de Medios, la ley de Identidad de Género o la nacionalización de YPF- pero no podían tolerar las formas rudas del gobierno, su estilo verticalista o sus aliados impresentables.

Al igual que el diputado Luis Zamora, quien votó en contra de la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida a las que siempre denunció para no apoyar “la hipocresía kirchnerista” quienes se definían como progresistas se alejaron del gobierno que llevaba adelante la agenda que siempre habían defendido.

La justificación de ese distanciamiento llegó también a través de nuevos dramas a denunciar, como los estragos de la megaminería, la persecución a los Qom y sobre todo –al igual que con el menemismo- la corrupción.

Quienes se alejaron de Néstor Kirchner al descubrir que no era Camilo Cienfuegos pudieron entusiasmarse entonces con Cobos, Sanz, Prat Gay o la Mentalista Carrió ya que todos estaban de acuerdo en lo esencial: el drama de la Argentina es la corrupción (tal como lo explica un simpático spot de Donda y Gil Lavedra.



Luego de la explosión del multimarca UNEN, el radicalismo acaba de decidir aliarse al PRO de la mano de Sanz, no sin fricciones internas. Sus ex socios progresistas de Libres del Sur y GEN quedaron a la intemperie luego de casi diez años de compartir coaliciones, diagnósticos y objetivos. Lo más asombroso es que esos mismos políticos a la intemperie aplaudieron cuando su candidato Hermes Binner decidió dejar de serlo. Al parecer la falta de ambición sería un gesto de grandeza.

Luego de una década de agobiarnos con la letanía de la Heidipolitik, el progresismo anti-K nos ofrece dos opciones para superar la noche kirchnerista: la irrelevancia obstinada o la realpolitik desenfrenada.


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