Fernando Noy: “ahora puedo aventurarme en los paraísos de la memoria"

Por Sebastián Scigliano
Su particular biografía, urdida por una extraña fuerza que lo hizo estar siempre en el lugar indicado en el momento justo, lo llevó del Di Tella, al frenesí bahiano de mediados de los ´70, al under porteño y rabioso de los ´80 y al desencanto cocainómano y sínico de la última década del siglo XX. Fernado Noy zurció todos esos retazos con su particular impronta poética, y recién ahora comienza a unirlos en relatos de su vida, que empiezan por los eróticos, reunidos en Sofoco, el libro que está presentando por estos días. 

¿Por qué ahora un libro de relatos?
Porque ya los viví, porque llegó el momento en la vida en el que empiezo a dejar testimonio de la maravilla y el placer que me tocó de ser tantas aparentes cuestiones del azar, de haber formado y haber pasado por tantos y tantos grupos. Al mismo tiempo el hipismo y del Di Tella, al que arribé mucho por Marta Minujín. Era como Boedo y Sur, juntar las dos cosas. Ya ahí estaba el germen de lo que después se llamaría para cultural o underground, el fin de lo obvio, en definitiva. Me tocó eso, después me tocó auto exiliarme, por gay, por trola, porque yo era trostkista y los propios troskos no me querían, una cosa increíble, porque me voy a Brasil, que tenía también una dictadura, pero que tenía también parte de ese mundo que estaba reivindicando a la vuelta de Gil, de Caetano, el inicio de tropicalismo, e hicimos rancho aparte y fue el carnaval de los dioses. Hay momentos que sacuden el mundo, y a mí me tocó vivir esos momentos. Fueron décadas locas, que empezaron en el medio, 75, 85. Cuando volví a Argentina, empezó el underground, que se terminó cuando se murió Batato. Sospecho que esas épocas no tienen que ver con el tiempo, sino con los engranajes que la componen, con los creadores y es falso azar que los reúne, que se dan como floraciones de épocas. Me tocó el Parakultural y el post Parakultural, Moroco y esos lugares. Y ahora me toca esta etapa, de conquistar a los treintañeros, a los nuevos creadores que de algún modo yo voy religando, y ahora tengo que dar testimonio, porque ya no tengo más ganas de otra cosa que de escribir.

¿Y qué te parece que significan esas vivencias para esos chicos?
Debe ser como haber descubierto el cofre de siete piratas en uno solo, porque en cada etapa de mi vida yo no fui uno más, siempre me he destacado, siempre fui parte central. Deber ser como compartir un oasis, o una serie de oasis que yo les ofrezco, porque no me queda otra.

¿No te queda otra?
No, porque yo siempre supe que mi destino en algún momento iba a ser el de escribir vivencias, al estilo de Leda Valladares cuando deja de componer y va a buscar a las bagualeras. Así fue como armé el libro sobre Batato, por ejemplo, un relato coral de voces sobre su vida. Y ahora me toca contar lo que me tocó a mí, mi ego. Acá está mi ego, lo que no hago en la poesía, en la que trato de eliminar siempre el yo. En la poesía el yo se vuelve ajeno, incluso es mi enemigo, yo no soy yo para nada ahí, soy una voz que cae y transmito.

En tu obra poética, eso, tu vida, ¿no está?
No, porque el ego ahí siempre desaparece. La poesía son voces que llegan y aterrizan inesperadamente. Yo siempre establezco una diferencia básica entre narrativa, donde estoy seguro de hacer lo que quiero, en donde soy un gran sastre de la palabra, y la poesía, que aparece y ella te lleva sobre una piedra, o a un coche abandonado, o al banco de una plaza a la bragueta de otro hombre. El soporte poético no existe, es azar puro, por lo tanto lo que escribís en ese estado de pseudo trance también forma parte de una resonancia imprevisible. En cambio con un cuento vos sabés a dónde vas, sabés cómo le va a entrar el traje. Esa libertad absoluta solo la tiene la poesía.

¿Y este libro de relatos es como si te hubieras hecho el traje a vos mismo?
Es como si hubiera desgarrado el traje después de salir del closet, aunque yo nunca viví en el closet, pero si hubiese vivido, es como si ahora desgarrara el traje de novia en mil amores, en mil hombres, y cada andrajo tiene su nombre, su códice y su historia. El 99 por ciento del libro es tal cual ocurrió, y el otro uno por ciento es como la llavecita, el comodín poético.

¿Cómo fue unir todas esas partes?
Fue maravilloso, por eso yo no puedo dejar de escribir. Una de las grandes revelaciones para este libro, además del poeta Francisco Garamoña, que es el editor, es haber publicado todos los cuentos, como si fuera Anais Nin – yo en broma digo que soy Anois Noy -, en el suplemento gay Soy, del diario Página 12. Con el tiempo nos dimos cuenta de que teníamos un libro, y acá está.

¿Por qué tenés la necesidad de contar lo que viviste?
Digo que lo cuento porque ya lo viví porque ahora puedo aventurarme en los paraísos de la memoria, y confiar en ponerlo a delante. Como dice Alejadnra Pizarnik en un poema: el horror deber ser mostrado con el modelo adelante, a fin de no equivocarse. Acá podemos agregarle al horror el placer, el terror, y también el horror, porque también está la represión, que duró años y años.
Ese modo en el que recién contaste tu vida, como si fueras un lazo, es un modo en el que muchos te ven. ¿Cómo te sentís con eso?
Me siento bien. Me pesaría no haberlo escrito, porque cada vez que escribo me libero. En este caso, de estos episodios eróticos de mi vida. Para fin de año voy a publicar otro libro con esas otras partes de mi vida que no están acá.

¿Y ahora?
Y ahora se viene eso, el memorial de toda mi vida. En el que estoy trabajando. Porque este, Sofoco, sería el epílogo del libro que viene, porque yo en el libro que viene voy a contar un amor que se cuenta acá, porque fue importante para mí, pero ya no voy a contar esos detalles del tamaño, o de cómo lo gozaba y me gozaba. También está eso efímero de lo erótico gay, el tema del levante, de “me lo pasé”, y después de eso no se puede pedir más nada. Inclusive hay muchos que no conté en el libro, que son excepcionales, como un japonés de un metro noventa, en París, o un amante argelino, que me cacheteaba. Ellos no tienen corpus de fábula hoy, o de relato, son simplemente un amante más. Los que están acá son con los que sí hay una cierta alambicación. Y es como si cada cuento estuviera plagiado de su propia vivencia.

Venís de hacer un trabajo con Cecilia Zabala en el que “encarnaste” a una mujer muy pesada para la cultura de esta parte del mundo, Violeta Parra. ¿Cómo lo viviste?
Me costó mucho, cada función era un parto. Por eso yo no hago teatro, porque me debilita. Los actores creen en el ensayo, en la repetición, y yo no puedo hacer eso. Tina Serrano me dice siempre: “vos sos un performer, sos de la improvisación, y no tenés teatro porque tu vida es de teatro, tu acción es en cualquier lugar”. En el caso de Violeta, como se trataba de decir sus poemas, sin embargo, me sentía muy cómodo porque no hay nada que a mí me guste más. Pero una dos veces, no tantas. Para colmo Violeta fue un suceso, no terminaba más. Qué contradicción, ¿no? Hay actrices que se mueren cinco veces por semana, pero yo no puedo.

¿Qué te imaginás para tu vida los próximos dos, tres años?
Escribir y no perder más tiempo. Aunque tampoco es que lo perdí. Como diría Proust, es recuperar el tiempo perdido, y acaecido, porque ya está. Tengo que narrar eso. Es una bella cárcel, porque es una cárcel con alas.


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