El nuevo matón del barrio

Ocurre que el pensamiento reaccionario suele apoyarse en este tipo de analogías elementales pero atractivas.

“Mientras se garantiza el derecho de los presos a tener un sueldo,
se le quita un ingreso a la gente con Ganancias.”
Sergio Massa, diputado y candidato a presidente / diciembre 2014
“Hay que meter bala a los delincuentes.”
Carlos Ruckauf, vicepresidente y candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires / agosto de 1999.
Unos años después de que el socialista François Mitterrand aboliera la noble tradición de la guillotina, una encuesta alertó sobre el aparente cambio de ánimo en la opinión pública francesa. Según ese estudio casi un 60% de la ciudadanía apoyaba el reestablecimiento de la pena de muerte.

La encuesta consistía en unas pocas preguntas referidas a un supuesto atraco: ¿si unos desconocidos armados entraran en nuestra casa y amenazara a nuestra familia, buscaríamos protegerla aún al extremo de matarlos?

Confieso que si me topara en plena noche con varios desconocidos armados en un pasillo de mi casa mi primera reacción sería la de cortarlos en juliana, o incluso en brunoise, antes de hacerle correr el menor riesgo a mi familia.

En realidad lo notable no era la comprensible reacción de la mayoría de los encuestados frente a un peligro inminente sino la extrapolación de esa reacción en clave política: “la gente pide la pena de muerte”.

Ocurre que el pensamiento reaccionario suele apoyarse en este tipo de analogías elementales pero atractivas.

En 1999, Carlos Ruckauf, vicepresidente y candidato a gobernador de Buenos Aires, criticó la gestión de León Arslanian, ministro de Justicia del gobernador Eduardo Duhalde, logrando su renuncia y el freno de la reforma con la que había intentado desarmar la mejor Maldita Policía del mundo. Para ilustrar el cambio propuesto llamó a “meter bala” a los delincuentes, transformando a los policías en jueces y restableciendo la pena de muerte de hecho. Según aclaró, era “lo que pedía la gente”.

El candidato logró ganar las elecciones pero no terminar su mandato. Poco después del helicóptero que se llevó a Fernando De la Rúa, el matón que prometía bala también escapó, dejándole la provincia en llamas a su vice Felipe Solá (quién relanzaría la reforma policial junto a Arslanian), para refugiarse en los confortables salones de la Cancillería como ministro de Duhalde.

Pocos años después, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, fue el turno del ingeniero Juan Carlos Blumberg, quien logró convocar multitudes y con apoyo mediático presionó al Congreso con propuestas que también parecían de sentido común: mayores penas para lograr menor delito. “Tuvo éxito oportunamente y para nosotros quedó la ruina de un Código Penal confuso, con amenazas penales sin proporción alguna en la reacción punitiva”, escribió el gran penalista Julio Maier.

Su falso título de ingeniero terminó con una prometedora carrera, como el abandono de la provincia terminó con el futuro político de Ruckauf.

Hoy tenemos un nuevo matón del barrio.

Luego de denunciar el proyecto del nuevo Código Penal, presentado por anarquistas irredentos como Federico Pinedo y Ricardo Gil Lavedra (que entre otras calamidades incentivaría las excarcelaciones, algo que en realidad regula el Código Procesal) Sergio Massa dobló la apuesta proponiendo la prisión preventiva de oficio. Llenar las cárceles ya colapsadas de presos sin condena con más presos sin condena- es decir inocentes- nos daría al parecer mayor seguridad.

También denunció que los presos que trabajan reciben un sueldo, añorando tal vez los buenos tiempos en los que picaban piedra por un plato de tasajo, y reclamó por unos asombrosos “derechos humanos para las víctimas de inseguridad”.

La distinción entre gente por un lado y presos por el otro apunta a consolidar la fantasía reaccionaria de la ciudadela sitiada. No hay complicidad policial o penitenciaria a desarticular, sólo hordas salvajes que debemos frenar imponiendo mayores penas- pese a que eso nunca redujo el delito- y eliminando derechos básicos, porque todos sabemos que un bárbaro no los merece.

Antes de exigir menos derechos y mayores penas sería recomendable que el nuevo matón del barrio le pregunte a su socio Solá por la reforma de la policía bonaerense que llevó a cabo junto a Arslanian, también coautor de ese proyecto de nuevo Código Penal que nunca leyó.

Aunque es cierto que se trata de una tarea un poco más compleja que enunciar aforismos de sobrecitos de azúcar y que requiere algo más de valor político que prometer bala o denunciar el sueldo de un preso que trabaja.


COMENTARIOS