El fin de los candidatos sin partido

Podemos decir que en la Argentina eran muy importantes los partidos, hasta que supuestamente dejaron de serlo, pero ahora volvieron con fuerza. Y no, no es tan confuso como parece.

En este año electoral se definen muchas cosas: quién será el nuevo presidente o presidenta, cómo quedará conformada la correlación de fuerzas en el Congreso, quenes gobernarán las 24 provincias, qué ideología orientará la economía, las relaciones exteriores, las políticas públicas y el ordenamiento del estado en los próximos años. Hay sin embargo una certeza: la figura del candidato sin partido ha mostrado su agotamiento. O, lo que es lo mismo pero dicho a la inversa: en esta elección se manifiesta que la organicidad partidaria, tantas veces dada por fenecida, es más importante que nunca a la hora de ganar elecciones.

Para recapitular, podemos decir que en la Argentina eran muy importantes los partidos, hasta que supuestamente dejaron de serlo, pero ahora volvieron con fuerza. Y no, no es tan confuso como parece.

Desde 1946 hasta 1995 el sistema político argentino estuvo caracterizado por un bipartidismo bastante sólido: dos partidos políticos, la UCR y el PJ (o coaliciones encabezadas por uno de ellos, o fracciones escindidas de uno de ellos) se disputaban la presidencia y se repartían los cargos nacionales y la gran mayoría de los cargos provinciales. Este bipartidismo no resultó anulado por los 18 años de proscripción del peronismo, antes bien, fue reforzado: la imposibilidad del peronismo de presentarse a elecciones no abrió la puerta a nuevas fuerzas que abrevaran masivamente de su base trabajadora y rural: la mayoría de la clase popular continuó apoyando al PJ tanto o más que con Perón presente. En estos años resultaba poco meno que impensable pensar en disputar algo más ambicioso que un cargo local o provincial por fuerza de las estructuras del PJ o la UCR.

Tal vez el primer dato que señaló una debilidad en el viejo bipartidismo fue el impacto de la figura de Oscar Alende. Sin embargo en 1985 el PI fue tercera fuerza con el … ¡6% de los votos! Y eso en su momento era considerado todo un cambio.

Esto cambió en 1994 con el pacto de Olivos. En 1989 el radicalismo había logrado el 37% de la sufragios para la candidatura de Eduardo Angeloz aún a pesar de la hiperinflación y la renuncia anticipada de Raúl Alfonsín. Pero en 1994 el ex presidente firmó con Carlos Menem el Pacto de Olivos y súbitamente casi la mitad de sus votantes se desencantaron, no sólo con esa política, sino con su partido. Esos votantes, más una fracción menor del peronismo, “se fueron de compras”, a ver qué otra oferta electoral atractiva había por ahi.

Por una u otra razón, en los noventa esos votantes mayoritariamente se volcaron a candidatos antes que a partidos. Las figuras que encarnaron “lo nuevo” en los noventa desconfiaban o directament descreían de los partidos políticos, que eran vistos como una superestructura anquilosada que impedía el contacto directo de los políticos con “la gente.” El que resultó tal vez el emergente más auténtico de la década, Carlos Chacho Alvarez sostenía que terminar con el bipartidismo era un fin en sí mismo, que tanto el PJ como la UCR habían abandonado sus raíces nacionales y populares para derivar en una estructura de cúpula y que, como enunciara de manera memorable, él no necesitaba un partido, yacon una conferencia de prensa llegaba directamente a la sociedad.” El FREPASO incorporó toda una camada de nuevos dirigentes que no provenían de la militancia partidaria, como Graciela Fernández Meijide (militante de derechos humanos), Mary Sánchez (gremialista docente), Aníbal Ibarra (fiscal), Oscar Massei (abogado y juez) y Víctor De Gennaro (dirigente sindical de la CTA). Y su alianza en 1994 fue con un dirigente de origen peronista que sin embargo también se había desencantando del partido, José Bordón. En este paradigma, datos “duros” de institucionalizacion partidaria resultaban secundarios a un dato excluyente: la popularidad del dirigente. Esta era vista como un proxy adecuado de una relación cercana con “la gente”.

El bipartidismo parecía haberse reconstituido parcialmente en 1999, cuando el FREPASO tuvo que aceptar que la Alianza fuera conducida por la UCR orgánica. Pero el mismo pareció explotar en 2003, cuando el votante hubo de optar entre un verdadero 'salad bar' de opciones cuasipartidarias. Otra vez parecía que eran los candidatos, no los partidos, importaban Sin embargo, el largo decenio kirchnerista ha resultado en un re-fortalecimiento, sino de todo los partidos, sí de la certeza de que la organicidad partidaria es clave para ganar elecciones y gobernar.

Si en gran medida el kirchnersimo pudo sobrevivir a sucesivas crisis fue porque, a diferencia de la Alianza, pudo recostarse en la disciplina de sus bloques en el Congreso (sobre todo el del Senado, conducido por un verdadero “hombre del partido”) y en la lealtad (sentida u obligada, poco importa) de la mayoria de sus gobernadores. Es esta estructura patidaria la que da aire a una eventual candidatura de Daniel Scioli o Florencio Randazzo.

Y, del otro lado de “la grieta”, o sea, en a oposición, resulta evidente que aquellos dirigentes opositores que durante estos años invirtieron tiempo y recursos en la costrucción partidaria se encuentran en mucho mejor lugar de cara a diciembre.

Mauricio Macri lleva diez años construyendo una fuerza porteña y es la solidez de su manejo distrital lo que le pemite intentar “saltar” a Nación: primero el partido, luego la candidatura. A diferencia de Macri, Massa tomó el desafío de construir una candidatura al mismo tiempo que la estructura para descubrir que esto no es posible en la Argentina. La UCR, sin candidato carismático propio, se encuentra en competencia por su estructura partidaria nacional. Una vez que el garrochismo de gobernadores del PJ prometido no se produjo, apostó a que “la gente” lo propulsara al poder en alas de su innegable popularidad personal, pero, simplemente, el sistema político actual no es el que pensaba el FREPASO hace veinte años. Y, finalmente, en CABA estamos viendo que el candidato “del partido”, Horacio Rodríguez Larreta está empatado con la supuesta candidata de “la gente”, Gabriela Michetti y con chances de ganar una eleccion teóricamente perdida. Eso sin mencionar a Martín Losteau, un candidato con virtudes personales cuya campaña parece estar muy complicada por la implosión de la alianza UNEN.

En conclusión: en política no sólo importa que “la gente” quiera a un candidato o candidata. También debe votarlos, y, para eso, soy más que nunca necesarios el tiempo, la dedicación de mucha gente y la organización.


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