El discurso del miedo que no da miedo

¿Deberían los miembros de la coalición gobernante alertar a la ciudadanía sobre las malas cosas que podrían suceder si se produce una alternancia en el poder y Sergio Massa o Mauricio Macri ascienden a la presidencia? ¿Será cierto que si suben Mauricio Macri o Massa eliminarán la Asignación Universal por Hijo o reprivatizarán YPF? ¿Es efectiva esta estrategia de alerta?

¿Deberían los miembros de la coalición gobernante alertar a la ciudadanía sobre las malas cosas que podrían suceder si se produce una alternancia en el poder y Sergio Massa o Mauricio Macri ascienden a la presidencia? ¿Será cierto que si suben Mauricio Macri o Massa eliminarán la Asignación Universal por Hijo o reprivatizarán YPF? ¿Es efectiva esta estrategia de alerta?

No sabemos si alguien ha medido estas cuestiones mediante encuestas, sin embargo, nos aventuramos a responder que “la estrategia del miedo”, como la han descrito algunos en los últimos días, no es una vía muy efectiva para conservar el poder por vía del voto popular.

Decimos esto por dos razones. Primero, porque la Argentina cuenta con una sociedad civil que no sólo es notoriamente activa, demandante y organizada, sino que, lo más importante, sabe que lo es. Muchos de los logros sociales del período kirchnerista (desde la jubilación casi universal hasta el matrimonio igualitario o la AUH) son fruto de años, cuando no décadas, de protesta y lucha por parte de movimientos sociales y organizaciones y son vividos menos como bienes generosamente entregados por el gobierno que como ganancias propias ya descontadas como derechos adquiridos. La sociedad argentina sabe que la AUH es, hoy, intocable; y sabe que lo es no por la mayor bondad o sensibilidad social de uno u otro candidato sino porque quien quiera alterar la AUH se verá enfrentado por vigorosas y extendidas protestas en territorios que son políticamente cruciales.

Pero además, la respuesta de Macri o Massa a estas imputaciones viene servida en bandeja para cualquier consultor de discurso que valga sus honorarios: lo único que ellos deben decir es “de ninguna manera eliminaré la AUH cuando sea presidente.” (O el PROCREAR, o YPF, o Aerolíneas, o cualquier otra política popular del gobierno.) De hecho, no sólo han ambos repetido esta frase de manera casi literal sino que Massa ha prometido convertir la AUH en ley si es presidente, acusando al gobierno de arbitrario en este tema. Ni Macri ni Massa son recién llegados a estas lides y ambos pueden leer una encuesta de opinión tan bien como cualquier otro y saben que prometer derogaciones a troche y moche no es una posición popular para alguien que realmente quiere disputar el poder por vía electoral. Ambos saben, además, que en política ninguna declaración es totalmente vinculante y que bien puede uno, si es electo presidente, pasar del “salariazo” prometido a la “cirugía mayor sin anestesia”, si la circunstancia lo amerita.

Lo que nos lleva al siguiente punto: si Massa o Macri pueden en un futuro realmente eliminar la AUH o re-privatizar YPF eso sólo será porque las sociedad les ha entregado un mandato para hacerlo. Hay que recordar que desde 1983 hasta hoy (obviamente durante la Dictadura la situación y la capacidad de demanda era otra) las políticas de ajuste, privatización y achicamiento del estado no fueron casi nunca aplicadas mediante la coerción pura sino con el apoyo entusiasta de una parte importante de los votantes y las elites políticas y económicas. Carlos Menem privatizó las empresas estatales y achicó las protecciones al trabajo a plena luz; por esto fue felicitado por muchos y ganó cómodamente su reelección en 1995. (Y no sólo esto, resultó el candidato más votado en la primera ronda de la elección presidencial del 2003). Ahora mismo no puede ignorarse que hay amplios sectores de votantes (no sabemos si mayoritarios, pero sí sabemos que son importantes; de cuán amplios sean dependerá el resultado de la próxima elección y está bien que así sea) que piensan que efectivamente debe eliminarse la AUH y re-privatizarse YPF.

No queda claro, en concreto, a quien asustarían estas advertencias: quienes no comparten el conjunto de preferencias privatistas confían (al menos en este momento) en su capacidad de defenderlas y los que sí lo hacen estarán más que contentos de poder votarlas. Al mismo tiempo, al mencionar estas líneas se le da a Macri y a Massa la posibilidad de realizar grandes protestas de socialdemocracia y sensibilidad social.

Pero además, y lo más grave, es que las elecciones presidenciales argentinas nunca se han jugado ni se juegan en la arena del pasado sino en la del futuro. Es absolutamente necesario tener una imagen, un “relato” (sí, esa palabra tan denostada) de qué tipo de país se aspira a construir de aquí a diez, quince años. “No voy a tocar nada de lo conseguido” no es suficiente, en un país movilizado y politizado como el nuestro. Hay que decir más, como lo hizo inclusive Carlos Menem en 1995, cuando puso a referendum de la sociedad no sólo el no retorno de la inflación sino el sueño de una modernización liberal económica y social definitiva, el proclamado “ingreso al primer mundo.”

Este pivote estratégico del “ayer” al “mañana” lo vimos en la campaña re-eleccionaria de Evo Morales, que pasó con éxito de un discurso reparatorio de la discriminación y del recitado de la lista de mejoras sociales a anunciar “la ciudadela del conocimiento.” Porque no es el miedo a perder lo conseguido lo que conquista voluntades, sino la esperanza de futuro.  


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