El analfabetismo político

El argentinian dream lo llevó de una infancia de privaciones a una madurez confortable de empresario rico. Sin embargo, como muchos otros, no consideró que las políticas peronistas tuvieran algo que ver con su éxito profesional.

“Este aspecto de Sarmiento no siempre se destaca con justicia; este embobado admirador de la cultura y las instituciones europeas no lo es, en cambio, del saber europeo sobre América: los europeos no entienden nada; es preciso que nosotros nos expliquemos a nosotros mismos y, luego, se lo expliquemos a ellos. Precisamente, lo que él hace en su Facundo. No hallamos en él esa actitud intelectual colonizada y sumisa con que, posteriormente, sus compatriotas recibirían embobados a los ´sabios´ europeos que venían a batirnos la justa, como Ortega y Gasset o el conde de Keyserling.”
Carlos Gamerro / Facundo o Martín Fierro
 
"Debemos copiar a los países exitosos, no inventar nada. (…) Diría una sola palabra: fotocopiadora.”
Miguel Angel Broda
 

Mi abuelo empezó a trabajar muy joven, cuando quedó huérfano. Entró como administrativo en una autopartista y fue creciendo profesionalmente a la par de la empresa, beneficiada por la substitución de importaciones del primer peronismo. Hacia principios de los ’50 era uno de los socios de la compañía, que había crecido a escala regional. Tengo las fotos de sus largas vacaciones con mi abuela en Europa, con mi madre y mis tíos en un transatlántico hacia Nueva York o en la casa de verano en Mar del Plata. El argentinian dream lo llevó de una infancia de privaciones a una madurez confortable de empresario rico.

Sin embargo, como muchos otros, no consideró que las políticas peronistas tuvieran algo que ver con su éxito profesional. Al contrario, detestaba las formas y el discurso populista y soñaba, también como tantos otros, en “políticas serias” y “ejemplos exitosos a imitar”. Sin apoyarlo, el golpe del ´55 lo entusiasmó. Diez años después y luego de varios “gobiernos serios”, de esa empresa exitosa no quedaba nada.

Conozco empresarios industriales que siguen considerando a Cavallo como un economista serio, pese a que sus empresas se fundieron a causa de las políticas del ex ministro. Como mi abuelo, también sueñan con políticas serias y ejemplos exitosos, aunque por lo general, imaginarios.

Admiran a Chile, por ejemplo, por ser un país liberal obviando que en su economía -desde la industria forestal, la del salmón o la del cobre nacionalizada por Allende en 1971- el actor principal fue siempre el Estado, con generosas inversiones y subsidios a la explotación. Elogian los trenes franceses, los hospitales suecos o las rutas alemanas, dejando de lado el histórico intervencionismo estatal de esos países: enorme presión fiscal, severo proteccionismo, gasto social desmesurado (y otras de esas calamidades denunciadas por nuestros economistas serios) aún en épocas de ajuste ortodoxo como las de ahora. Exigen con candor el metro parisino con la fiscalidad de Sierra Leona.

Contrariamente a lo que se suele criticar, esa clase dirigente no piensa la política con la billetera sino desde una ideología rudimentaria, sembrada de ejemplos imaginarios y apuntalada con una obstinada moralina. Si pensaran con el bolsillo, hace décadas que los empresarios industriales apoyarían al peronismo, atraídos por la histórica protección a la industria, el apoyo al mercado interno y la contención de los reclamos sindicales más extremos.

El resultado de esa ideología rudimentaria es un analfabetismo político que refrita las viejas letanías del gran país destruido por el populismo -paradójicamente el mismo que convirtió a sus padres o abuelos pobres en clase media- y propone soluciones suicidas, generosas en cirugías sin anestesia sobre las mayorías.

Exigen a nuestros gobernantes políticas de largo plazo pero los votan en base a la coyuntura, cada dos años. Piden a esos mismos gobernantes el respeto hacia un estricto manual de procedimientos -conocido como La Heidipolitik-que ninguno de ellos cumpliría en el manejo de sus empresas, y los califican no por resultados sino por intenciones o formas.

Pero sobre todo, a diferencia de Sarmiento (uno de los próceres más admirados por quienes pertenecen a esa misma clase dirigente) descreen de su propia grandeza. De ahí que escuchen, embobados, a los mismos consultores liliputienses que, con actitud colonizada y sumisa, les explican año tras año nuestra irremediable insignificancia, incentivándola.


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