El alfonsinismo de Macri

Estamos entrando en la recta final de las elecciones presidenciales o lo que los consultores políticos norteamericanos gustan de llamar “crunch time”: el tiempo cuando la presión aprieta y puede pasarse de ganar a perder en cinco minutos. Y en estos últimos meses por supuesto estamos todos observando las campañas de los van quedando (porque recordemos, There Can Be Only One), es decir, miramos a Daniel Scioli y Mauricio Macri. Mirando la campaña de Macri y sus decisiones de los últimos meses me comenzó a carcomer una idea, una impresión, una intuición inclusive. La decisión de poner a Gabriela Michetti como su vice y a María Eugenia Vidal como candidata a la gobernación de la PBA, su fuerte impacto en centros urbanos y en las provincias de Mendoza, Santa Fé y Córdoba, el tono de su campaña y--sobre todo--las declaraciones de su asesor Jaime Durán Barba me recordaban a otra campaña de la Argentina post-dictatorial. De repente, en un momento epifánico, me dí cuenta de a qué otra campaña me recordaba la actual de PRO. Me recuerda a la campaña de Raúl Alfonsín.

Antes de que comiencen a arrojarme objetos contundentes y deba partir al exilio interior, voy a aclarar que tengo muy claro que Mauricio Macri es muy diferente que Raúl Alfonsín y este momento histórico es también muy diferente al año 1983. No hay en la campaña de Macri el aliento épico, fundacional que le dio su grandeza histórica al alfonsinismo, así como tampoco vemos el idealismo humanista que, en sus mejores, momentos, expresó Raúl Alfonsín--así como Macri tampoco tiene la mezcla de carisma y rosca de comité que éste mostraba. Pero no me asombraria para nada enterarme de que Jaime Durán Barba tiene una carpeta con recortes y escritos rotulada con un marcador “Cómo Ganarle al Peronismo.” Si hay que ganarle al peronismo, un consultor podría buscar inspiraciones mucho peores que el político que le ganó por primera vez en la historia Argentina al peronismo y lo redujo al papel de un partido político entre otros.

Para empezar, el PRO ha decidido desterritoralizar su campaña, es decir, apuntar a construir una apelación a la ciudadanía “por arriba” de las redes de implantación territorial de gobernadores e intendentes. Por eso vemos en la campaña del PRO un gran esfuerzo por construir comunicación directa con el votante y un pedido de votar a Macri por quien él es, no tanto por lo que va a hacer o hizo y mucho menos por la solidez de su partido. Por supuesto, aquí es imposible la comparación punto a punto con el alfonsinismo porque Alfonsín llegó enancado en una estructura territorial del radicalismo que el PRO hoy por hoy no tiene. Pero la campaña de Alfonsín fue nacional, universalista y basada en su figura mucho más que tradicional, territorial o programática. Macri no se presenta (como sí lo hace Scioli) rodeado del apoyo de gobernadores e intendentes sino como una nueva figura, fresca, personal, renovadora. Así, hemos escuchado en los últimos tiempos varias veces la frase “los votos son de la gente, no de los dirigentes” y “el federalismo ya no pesa”. La apuesta es que lo voten a Macri, sin mediaciones. Aquí es idéntica la decisión de Macri de poner a una dirigente sin peso propio como María Eugenia Vidal a candidata de gobernadora de Buenos Aires: el razonamiento es que si Macri gana en el país su candidato ganará sin duda la PBA, y si Macri no haga a nivel nacional es indiferente quien encabece la boleta bonaerense--algo muy similar a lo que pasó con Alejandro Armendáriz en 1983-.

Otro paralelo es el énfasis puesto por Durán Barba en la supuesta “pureza” del PRO, es decir, en la no incorporación de dirigentes desprendidos del PJ y de la UCR. Mauricio Macri y el PRO tienen que expresar lo nuevo y lo no comprometido--frente a esto, lo que uno podría ganar incorporando a dirigentes idos de los partidos tradicionales podría perderse por otro lado. Esto es tal vez lo que más recuerda al alfonsinismo del PRO: hay que recordar que uno de los mayores éxitos estratégicos del caudillo fue rechazar la tradición balbinista para hacer una campaña basada en la impugnación total de la “vieja política” representada por dirigentes del PJ como Italo Luder y Lorenzo Miguel. La denuncia del pacto sindical-militar y de la tradición autoritaria del PJ le permitía a Alfonsín asumir un lugar de altura  moral que fue clave en su victoria. Por eso también pudo plantear el Tercer Movimiento Histórico: es decir, intentar la superación de las falencias tanto del peronismo como del propio radicalismo.

Ahora bien, la pregunta no es si una campaña así puede funcionar (la respuesta es sí) sino si puede funcionar en este contexto. El alfonsinismo es inseparable de un momento histórico plagado de excepcionalidades, y en el cual sin dudas la demanda social era un “comenzar de nuevo” en términos morales. Digamos que Alfonsín pudo interpretar esa excepcionalidad, ese cansancio y ese deseo y por eso fue quién fue. El PJ del 83 sin duda no lo hizo, y con su propia conducta hizo mucho para seguir representando “lo viejo”, cajón incendiado inclusive. La gran pregunta es si en este momento hay un cansancio similar al del 83 y si Daniel Scioli representa también el pasado. Si es así, Macri podrá festejar; de no serlo, está en graves problemas.


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