Cine y Política: El Padrino

"Mi padre me enseñó muchas cosas. Me dijo: mantén cerca a tus amigos, pero aún más cerca a tus enemigos"
Michael Corleone a Frank Pentangeli / El Padrino II 


“Todo cine es político”, suele opinar Costa-Gavras, el intenso director de Z y Estado de sitio, mientras que al cinéfilo Borges eso le sonaría a “equitación protestante”. Lo cierto es que la política asoma en el cine sin necesidad del grueso resaltador del cine comprometido y pese a la ironía hípica de nuestro gran escritor nacional. Cada película, o al menos cada buena película, describe su propia idea del bien común y del ordenamiento del mundo, tan cercanas al pensamiento del realizador como al de su época.

Los ejemplos son muchos, hoy quisiera empezar por la trilogía de El Padrino, dirigida por Francis F. Coppola, con guión del propio Coppola y de Mario Puzo, basado en la novela homónima de este último. Se trata de El Padrino I, estrenada en 1972; El Padrino II, de 1974; y El Padrino III, de 1990.

Así como La Tempestad no es una obra sobre náufragos, El Padrino no es “una de gángsters”. Coppola solía aconsejar a quienes se interesaban por el cine sobre mafia que vieran mejor las películas de su amigo Marty Scorsese.

El Padrino trata sobre la familia pero esencialmente sobre el poder: como se genera, se consolida y se transmite. Podría retratar a una familia de políticos o de empresarios sin que su esencia cambiara demasiado.

La trilogía transcurre en un lapso de tiempo prolongado: la huída del pequeño Vito de Sicilia a principios del siglo XX, su juventud en Nueva York, su consagración como jefe de una de las cinco familias que controlan la Cosa Nostra en Nueva York en los ´40, el traspaso de mando a su hijo Michael, la consagración del nuevo Don y, finalmente, su caída a fines de los ´70.

Pero más allá del tiempo de la ficción del film, la visión refleja el momento en el que fue filmado: principios de los años 70 (Padrino I y II) y fines de los ´80 (Padrino III). Entre esa época y los años de oro del cine de Hollywood (´40 y ´50) e incluso el de principios de los ´60, que todavía creía- con cierto desencanto- en el sistema, ocurrieron los asesinatos del presidente John F. Kennedy, de su hermano y candidato a presidente Robert y de los dirigentes Malcolm X y Martin Luther King, además del inicio de la guerra de Vietnam, hechos trágicos que conmovieron las certezas norteamericanas. De ahí que el cine norteamericano de los ´70 refleje el descreimiento en la legitimidad del poder político y busque a sus héroes entre los periodistas, los vengadores solitarios, los policías duros o incluso entre algunos criminales, pero nunca entre los políticos.

Coppola y Puzo rescatan el código de honor del fundador del clan Corleone, que sitúa la amistad, la lealtad y el respeto a la familia como virtudes cardinales, potenciadas por el espíritu emprendedor norteamericano (“Soy un hombre de negocios” repiten tanto Michael Corleone como Virgil Solozzo, enemigo al que termina asesinando por razones “estrictamente de negocios”).

Vito Corleone es un extraño hombre de poder que surge contra el poder, representado por el terrateniente de su pueblo natal, quien no dudó en matar a toda la familia de Vito por el atrevimiento de su padre al desobedecerlo. Corleone desprecia a los peces gordos (los pezzonavanti) y, paradójicamente, sueña con que su hijo Michael llegue a ser senador o gobernador.

Michael no logra cumplir con ese sueño pero amplía y moderniza el imperio familiar, aunque esa modernización termina por destruir su propia familia y lo convierte, a diferencia de Vito, en un líder más temido que respetado.

La trilogía concluye con un Michael Corleone maduro- “una especie de Rey Lear” según la definición del propio director- que no consigue la respetabilidad buscada durante toda su vida y sucumbe, en su último y desesperado intento por lograrla frente a las dos más antiguas instituciones de Occidente: la banca y la Iglesia. Instituciones sin fronteras que tienen el poder de humillar y amenazar a un Don e incluso de asesinar al Santo Padre.

La amplitud de esa derrota parece significar para Coppola que la corrupción, la venalidad y la falta de principios ya no sólo corroen el sueño americano sino que tienen escala planetaria. Sin el refugio del código de honor de Vito ni la solidez sin escrúpulos de Michael, estamos desamparados.

Diez años antes del terror en directo que generó el atentado contra las Torres Gemelas, Coppola nos anuncia desde otra pantalla que el mundo ha vuelto a ser un lugar hostil.


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